Tchaikovski, quien se dice que una vez bailó un vals de forma juguetona con Camille Saint-Saens, creó valses excelentes para sus tres ballets, y esta forma también encontró un lugar en sus obras de concierto, incluso en una sinfonía. Al parecer los valses resultan infaltables a lo largo de su producción, quizá por la refinación y elegancia que los caracteriza, pero en especial porque como forma musical permite el lucimiento franco del ámbito melódico, una fortaleza indudables del compositor ruso. Uno de los más conocidos es el Vals de la Bella Durmiente, que adquiere su nombre del ballet homónimo
Vals de La bella durmiente
Mientras que el Vals de las flores se toma de El cascanueces, un ballet basado en una historia de Hoffmann, en la que, en un sueño, un Príncipe Cascanueces se lleva a la pequeña Clara a la Tierra de los Dulces, la pesadilla de un dentista, pero una oportunidad para el desvío de ballet de la más variada clase.
Vals de las flores, El cascanueces
El segundo movimiento de la Serenata para cuerdas de Tchaikovski es un magnífico ejemplo del vals en una forma musical más extendida.
Vals de la Serenata para cuerdas
Pero hay muchos más ejemplos en su música, incluso algunos menos conocidos que no pertenecen a los ballets. Por ejemplo, el vals que aparece en Eugene Oneguin y el tercer movimiento de la Sinfonía no. 5
Vals del 2o. Acto de Eugene Onegin
Sinfonía no. 5, 3er. movimiento
Otro magnifico ejemplo es el Valse sentimentale, original para violín y piano. Un estilo personal, ni abiertamente germánico ni abiertamente nacionalista, aunque siempre ruso y sentimental, puede verse con claridad ésta, la primera de las Seis Piezas op. 51 que compuso en 1882.
Valse sentimentale
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