Guido Chigi Saracini, el último mecenas de la música

Hay figuras en la historia que generan música sin hacerla directamente; hombres y mujeres, comunes melómanos, que sin conocer directamente el lenguaje de los sonidos, lo estimulan y lo activan dando vida a verdaderas revoluciones culturales.

Por Francesco Milella Última Modificación julio 14, 2016

por Francesco Milella, desde Siena

Hay figuras en la historia que generan música sin hacerla directamente; hombres y mujeres, comunes melómanos, que sin conocer directamente el lenguaje de los sonidos, lo estimulan y lo activan dando vida a verdaderas revoluciones culturales. Los libros hablan de reyes, pontífices, grandes mercaderes cuyo  poder y dinero les permitían reunir en sus cortes y palacios a los mejores compositores e intérpretes. Es fácil recordar al Rey Sol y la fastuosa lista de compositores que entre los siglos XVII y XVIII vivieron en Versalles, o al príncipe renacentista Ercole d’Este en Ferrara, quien supo invitar a su pequeña y poderosa corte a los mejores músicos flamencos, comenzando por Josquin Desprez, o incluso Catalina de Rusia y su corte en San Petersburgo adonde llegaron algunos de los mejores compositores italianos de finales del siglo XVIII.

Junto a ellos, no podemos olvidar a figuras más discretas y menos poderosas, que lograron construir mundos musicales con la misma intensidad y, quizás, con más pasión que un príncipe barroco. Los libros de historia las dejan a un lado, parecen casi ignorarlas. Pero nosotros no. Hoy les queremos presentar a una de ellas, un hombre que vivió aquí en Siena, lugar en el que en los años treinta del siglo pasado dio vida a la Academia Musical Chigiana, el Conde Guido Chigi Saracini.

Nacido en Siena en 1880 en uno de los ramos de la poderosa e histórica familia Chigi, en 1906 el joven Guido heredó una impresionante fortuna que decidió invertir inmediatamente en la vida cultural de su ciudad. Todo comenzó en 1913 cuando, para celebrar los cien años del nacimiento de Verdi, el Conde quiso presentar en su ciudad la Messa da Requiem. Las intenciones eran claras desde un principio: no sería un evento privado para él y sus invitados, sino un momento musical para toda la comunidad ciudadana.  Afortunadamente, esta postura  nunca la abandonará el Conde, fiel a sus amores musicales.

Después de la Primera Guerra Mundial, cuando el clima europeo se tranquilizó, aunque solo momentáneamente,  el Conde Chigi comenzó a renovar los espacios de su palacio en el centro de Siena para poder hospedar en sus salas eventos y conciertos musicales. Corazón de este nuevo mundo musical era la sala central, construida en 1923 para inaugurar la primera temporada de un festival que continúa hasta la fecha: Micat in Vertice.

Y así, a partir de los años veinte, la música se volvió el centro de su vida y de toda la ciudad. Tenía dinero, que nunca hace daños sobre todo si hablamos de cultura, pero sobre todo tenía pasión e interés: en pocos años logró reunir en su Palacio a los más grandes artistas y compositores de su época. Pero no era suficiente para él. Quería ir más allá del puro goce musical. El Conde Guido quería abrir y compartir sus espacios para acoger a jóvenes estudiantes organizando cursos de perfeccionamiento musical. Y así, en 1932, comenzó una segunda vida para el Palazzo Chigi Saracini: Alfredo Casella, Manuel de Falla, Andrés Segovia, Pau Casals, Alfred Cortot, Franco Ferrara, entre otros, llegaron a Sien, entre las dos guerras para educar y formar una nueva generación de genios musicales. Sin ellos, y sin el Conde Chigi, no hubiéramos tenido un Claudio Abbado, un Salvatore Accardo o un Zubin Metha.

¿Era todo para nuestro querido Conde? Obviamente no. Además de su pasión por la música, a la que nunca traicionó, Guido Chigi decidió acercarse a la pintura y a la literatura, y así  fue llenando las salas de su palacio de las mejores obras de la pintura italiana del siglo XX, con algunas joyas renacentistas y barrocas.  Además se ocupo personalmente de la publicación de algunas poesías medievales escondidas en fabulosos códigos italianos.

En 1965, el Conde Guido Chigi Saracini murió tranquilo y en paz, contemplando su casa transformada en uno de los centros musicales y culturales más vivos y pulsantes de toda Italia, capaz de competir, por calidad y cantidad de sus ofertas culturales, incluso con las grandes ciudades de Europa. ¿Qué heredamos de él? Heredamos una de las más prestigiosas academias de música, festivales y conciertos, pero sobre todo una manera de ver, vivir y compartir la cultura. Claro, hay quienes tienen fortunas mayores a las de Guido Chigi, pero no suelen destinarlas a la cultura. Lo que sí podemos hacer es seguir imitando la pasión y la energía de un hombre que, en una época de inevitable declive, decidió dedicar su vida a la cultura, transformándola en una materia viva, dinámica, refinada y abierta. Como siempre debería de ser.

Francesco Milella
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