por Francesco Milella
«Handel, en la práctica, no sabía componer ni una fuga básica» (Mattheson); «a Handel no le faltaban ni inteligencia armónica ni habilidad contrapuntística, lo que le faltaba era la melodía» (Bukofzer)”.
Estos juicios, pronunciados por eminencias musicales alemanas de esos años, muestran claramente quién era Georg Friderich Handel antes de su viaje a Italia: su música era todavía muy joven, inmadura, quizás un poco artificial pero tenía un grandísimo potencial. La misma Almira, su primera ópera compuesta en Hamburgo en 1705, por tan amena y agradable que sea, difícilmente podremos verla incluida en el catálogo de sus mejores composiciones. Pero su viaje a Italia iba a cambiar definitivamente las cosas.
Llegar a Italia a principios del siglo XVIII significaba entrar en el corazón del bel canto: en cada ciudad, en cada esquina, en cada pueblo había un teatro con sus castrati y sus óperas. La misma Roma, sede de la Iglesia Católica y reino de una multitud de opulentos palacios cardenalicios, vivía de grandes placeres musicales aceptados en silencio por las autoridades y la censura vaticana. En Italia la música era un placer total, democrático y constante. No es difícil imaginar lo que sintió Handel al llegar a la patria de la música y ante un escenario tan asombroso y, sobre todo, tan diferente del mundo musical del norte de Alemania.
Su primera etapa es Florencia. Handel llega a Toscana por invitación de la misma familia Medici. Pero, a pesar del prestigioso apoyo, no consigue el éxito deseado. Un año después, decepcionado por el fracaso florentino, Handel viaja rumbo a Roma: ahí, gracias a sus grandes cualidades como clavecinista y organista, logra entrar inmediatamente en la alta sociedad y conseguir trabajo en el palacio del Cardenal Ruspoli. En Roma comienza el verdadero entrenamiento musical de Handel: el contrato con el Cardenal lo obliga a componer una cantata profana cada semana, además de una larga serie de sonatas y obras instrumentales menores y dos grandes oratorios Il Trionfo del Tempo e del Disinganno HWV 46a (1707) y La Resurrezione HWV 47 (1708).
Tanto las cantatas como los dos oratorios le dan a Handel la posibilidad de acercarse aún más concretamente al mundo de la vocalidad. En Roma Handel descubre nuevos lenguajes musicales gracias a los continuos contactos con músicos como Alessandro Scarlatti y Arcangelo Corelli. Handel conoce el arte del Bel Canto, el arte de usar la voz como instrumento musical capaz de sorprender, de delelitar y de expresar emociones siguiendo ciertas reglas melódicas. En Roma, Handel conoce también a los primeros castrati, escenógrafos y libretistas y se introduce por primera vez en el universo que animaba la producción de espectáculos musicales, con sus juegos de poder y sus mecanismos perversos.
Cuando Handel regresa a Florencia en 1708, su perfil ya es sólido y está bien estructurado; su nombre (el “caro Sassone” solían llamarlo los italianos) cobra cada vez mayor fama y es celebrado por el difícil público peninsular. Dos óperas son las protagonistas de los últimos dos años de Handel en Italia: Il Rodrigo HWV 5, que presentó por primera vez en Florencia en 1708, y Agrippina HWV 6, ejecutada en Venecia un año después. Para el joven compositor alemán es un momento fundamental: presentar dos óperas en Italia era un reto que no cualquier músico era capaz de enfrentar. Había que ganarle al escepticismo y a la desconfianza que el público italiano manifestaba hacia los compositores extranjeros, había que componer música que fuera capaz de competir con la de Alessandro Scarlatti y muchos otros genios italianos de su época. En fin, Handel tenía que ser perfecto. No se podía equivocar: un fracaso en tierras italianas habría marcado definitivamente su futuro musical.
Afortunadamente Il Rodrigo y, sobre todo, Agrippina tuvieron un éxito sonado y probablemente inesperado: los años romanos habían dado los resultados deseados. Con estas dos óperas la música de Handel alcanza finalmente un lenguaje plenamente italiano tanto en el manejo de las melodías como en el de las voces, reto más grande para el joven alemán; su lenguaje musical ecuentra finalmente el difícil equilibrio entre expresividad y musicalidad en un bel canto de exquisita factura. Handel había triunfado en Italia a tan solo veinticinco años de edad. Era el inicio de su asombrosa aventura musical.
La Resurrezione HWV 47
Agrippina HWV 6
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