Si la vida de Franz Joseph Haydn (1732-1809) fue relativamente discreta, su enorme producción musical es notable por el número de sorpresas y deleites que contiene cada una de sus obras. Pero, a pesar de nuestro asombro por el número y magnitud de obras maestras de Haydn, durante muchos años su música no cautivó al público con la fuerza e intensidad que la de Mozart o Beethoven. Se le considera el “padre” de la sinfonía (no lo fue) y del cuarteto de cuerdas pero hay tesoros en su música vocal, en los oratorios, misas y óperas – compuso 20, sobreviven 15 – que aún están siendo redescubiertas. Toda su música exhibe una inagotable inventiva. Se deleitaba en explorar y explotar las capacidades de los instrumentos e instrumentistas virtuosos, y cada género que trabajó fue ampliado, magnificado y reformado. Las sinfonías son un ejemplo destacado del desarrollo que alcanzó con una forma en particular; son obras marcadas por un sentimiento profundo, drama, elegancia, ingenio y, en las últimas 12, una perfección mozarteana al combinar todas estas cualidades. Lo mismo puede decirse de sus cuartetos, misas y las sonatas para piano.
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