por Francesco Milella
Al final del siglo V a.C., momento de oro para la política, la economía y la cultura del mundo griego, Atenas, su ciudad más emblemática, comenzó a sufrir una lenta crisis: la muerte de Péricles (429 a. C.) y la consecuente derrota en la guerra civil contra Esparta (batalla de Egospótamos, 405 a.C) dieron inicio a un momento de inestabilidad y transición que solamente el rápido ascenso del rey Felipe II de Macedonia fue capaz de parar. En 346 a.C., tras un hábil juego político con las diferentes polis griegas, el futuro padre de Alejandro Magno impuso su hegemonía en todo el mundo griego, dando oficialmente inicio a lo que hoy se conoce como Helenismo: Grecia, hasta ese entonces, encerrada en sus polis en constante lucha entre sí, se abrió repentinamente al mundo, creando una realidad homogénea y extensa que de la península ibérica se expandía hasta el oriente indiano.
Frente a tanto cambio, la cultura griega vivió un momento de extraordinaria revolución. Después de siglos y siglos de vida comunitaria, de experiencias culturales colectivas alrededor de la polis y de sus instituciones, los griegos se encerraron en una nueva intimidad como inmediata reacción a la repentina globalización del mundo de entonces: la literatura abadonó la coralidad de la tragedia mirando hacia una realidad más individual y humana, la escultura, a su vez, abandonó el mundo de los mitos y de los dioses regalando su mirada a la belleza de la cotidianidad. En este escenario, la música, que hasta ese entonces había ocupado una posición de gran relevancia en la sociedad griega, entró en una nueva, revolucionaria etapa de su historia.
Contrariamente a lo que muchos han pensado acerca del helenismo, los siglos que siguieron al ascenso de Alejandro Magno antes de la llegada de los romanos marcaron un momento de extraordinaria riqueza cultural y musical. Lejos de los teatros, de la vida social y política de las polis, la música comenzó a vivirse como experiencia individual. Las consecuencias de esta nueva perspectiva son, para quien las estudia y las observa después de más de dos mil años, fascinantes. Vimos cómo a partir del siglo VIII a.C la música se fue configurando como un elemento en constante diálogo con la palabra y la danza dando vida a un lenguaje cultural que hoy difícilmente podemos imaginar. La música era, por lo tanto, un elemento al servicio de un arte superior destinada a la educación moral y civil del ser humano. Lo que más importaba no era la música en sí, sino lo que la música era capaz de generar.
Ahora, con el helenismo, todo parece cambiar: mirando al individuo, el mundo griego descubre el virtuosismo, la técnica, el ingenio y, como consecuencia, la necesidad de una escritura musical codificada capaz de transmitir en el tiempo y en el espacio dicho lenguaje musical. A partir del siglo IV a.C. comienzan a surgir nuevas compañías de cantantes, músicos y bailarines profesionales, se organizan concursos públicos para valorar el ingenio musical. Ampliando sus fronteras geográficas (el imperio de Alejandro Magno había extendido el mundo griego desde España y África hasta los territorios de la India) no es difícil suponer que los lenguajes musicales, hasta ese entonces rígidamente anclados en antiguas tradiciones, se hayan abierto a nuevos mestizajes musicales con aquellas culturas que los griegos del siglo de oro solían considerar, con evidente superioridad, bárbaras e inferiores.
Lo que concretamente sabemos de esta época musical es, en realidad, muy limitado: poseemos documentos y testigos materiales, instrumentos y posibles fragmentos de partituras, pero nos faltan los datos para poderlos interpretar de la forma correcta. Afortunadamente tenemos también los relatos históricos, los textos de grandes historiadores, comediógrafos y poetas. Lo que ellos nos cuentan es claro y fascinante al mismo tiempo: con el helenismo el mundo griego, y con éste todo el Mediterráneo, se abre a una nueva globalización en la cual la música parece jugar un papel dominante. Tan dominante que, cuando los romanos conquistarán definitivamente Grecia en el año 146 a.C., la música será uno de los primeros elementos que exportarán hacia su madrepatria: cantantes, bailarines e instrumentos griegos comenzarán a llenar y decorar, con su belleza y su elegancia, las grandes domus romanas marcando el inicio de otro fundamental capítulo de esta larga historia.
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