La Creación de Franz Joseph Haydn

Entre 1791 y 1795, en Londres, Haydn escuchó diversos oratorios de Haendel, entre los cuales admiró El Mesías e Israel en Egipto. Impactado, decidió realizar algo semejante.

F. J. Haydn
Por Música en México Última Modificación enero 21, 2024

Musica Saeculorum, dirige Phillipp Von Steinecker

Entre 1791 y 1795, en Londres, Haydn escuchó diversos oratorios de Haendel, entre los cuales admiró El Mesías e Israel en Egipto. Impactado, decidió realizar algo semejante. Su producción ya contaba por ese entonces centenares de sinfonías, conciertos y música de cámara. Sin embargo, en esta última etapa de su vida surgió una necesidad imperiosa en su corazón. ¿Acaso no sería sino una monumental expresión de gratitud a Dios de un hombre agradecido por los dones recibidos y que supo tan bien multiplicar? Retornó a Viena con un libreto en inglés que un siglo antes había sido destinado a Haendel. El Barón Gottfried van Swieten, de la nobleza vienesa, fue el encargado de traducir y adaptar el texto, inspirado a la vez en la Biblia y en el Paraíso Perdido de Milton.

La Creación fue la primera gran obra de la historia de la Música que se compuso pensando en la posteridad. Haydn decía: “Me dedico plena y totalmente a La Creación porque deseo que perdure a través del tiempo”. Trabajó sin pausa durante dos años. La primera audición privada se realizó el 30 de abril en el Palacio del Príncipe Schwarzenberg, y le siguieron varias más hasta que la primera ejecución pública dirigida por Haydn tuvo lugar el 19 de marzo de 1799 en el Burgtheater con un éxito nunca visto.

La partitura fue publicada a comienzos de 1800 con una característica sin precedentes: el texto en dos lenguas (alemán e inglés) que posibilitó la primera gran difusión prácticamente simultánea de una obra. El oratorio comenzó a conquistar la Europa de entonces, y en algunos meses este canto de fraternidad entre los hombres fue escuchado en la Austria católica, la Alemania del Norte protestante, la Inglaterra de William Pitt y la Francia de Bonaparte. Justamente el futuro Napoleón I sufrió un grave atentado en la Rue Saint-Niçaise, mientras iba al estreno de La Creación, en París. También se estrenó en Suecia en 1801 y en Rusia en 1802. Desde el punto de vista de lo extramusical, del tratamiento del texto se desprende un mensaje fraternal entre los hombres; cuando Haydn estrena esta obra, ¿acaso no está adhiriendo a las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que se expanden por esos tiempos de cambio iluminista?

Obra sintetizadora en cuanto al espíritu de la época y en lo que se refiere al arte musical propiamente dicho, marca al mismo tiempo un deseo de perfección en la forma, a través del equilibrio y de la belleza que se aprecia claramente en los pasajes sinfónico-corales y de conjunto, en la construcción de cada parte de la obra así como en la arquitectura de la obra en plenitud; por otro lado, muestra una preocupación de Haydn: que la forma no traicione el fondo. Nada mejor entonces que referirnos a la bellísima introducción orquestal de la obra, escrita de manera sorprendente y moderna para su época. Haydn explicaba que musicalmente había evitado las resoluciones armónicas esperadas porque deseaba transmitir esa sensación de caos con la que comienza, y que se quiebra con el fortissimo en do mayor del Coro y de la Orquesta, que deviene principio rector y que coincide con la aparición de la luz: “Und es ward Licht” (“Y se hizo la luz”). Si no supiéramos que esta introducción pertenece a Haydn, ¿no pensaríamos acaso en una obra posterior, que bien podríamos ubicar en el romanticismo germano?

Esta fue la penúltima obra que compuso Haydn, en 1798, y su preferida; a tal punto que, ya retirado de la vida pública, no dudó en aceptar presenciar, aún muy enfermo, una audición de La Creación dirigida por Salieri. Cuentan que estaba particularmente emocionado, conmovido y agradecido y que fue objeto de una interminable muestra de cariño de una sala en pleno, del director y de los músicos. Sería ese último aplauso, también el último recuerdo que lo uniría a una larga e intensa vida, ya que moriría en pocos días después; una vida en la que él mismo se encargó, con su espíritu idealista pero práctico a la vez -según indica su biógrafo Griesinger-, de testimoniar que la música puede también “servir a hacer el bien” y de ser un miembro útil y respetado dentro de la sociedad.

Fuente: Patricia C. Pouchulu para labellamusica.org

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