Por José Antonio Palafox
La ingenua fingida: ¿el fracaso de un Mozart de doce años?
¿Qué hacías tú cuando tenías doce años de edad? ¿Salías a jugar fútbol con los amigos de la cuadra? ¿Te escapabas al cine con tus compañeras de la escuela? Lo que el niño Wolfgang Amadeus Mozart hacía era componer misas, sinfonías, sonatas, el singspiel en un acto Bastíán y Bastiana y la ópera buffa en tres actos La finta semplice (en español, La ingenua fingida).
Basado en un libreto escrito por el dramaturgo Carlo Goldoni y adaptado por Marco Coltellini, el argumento de La ingenua fingida es realmente sencillo, pero su desarrollo posee una sofisticación inusitada que agregaría uno más a la cadena de asombros con que Mozart, el pequeño genio de Salzburgo, deslumbraba a Europa entera.
La acción se ubica en la Cremona del siglo XVIII, donde parte del paisaje cotidiano con que convivían los habitantes eran las tropas húngaras estacionadas en esta región italiana. Cassandro es un solterón avaro y amargado, cuyo corazón fue destrozado por la única mujer que amó en su vida y que desde entonces se ha declarado enemigo acérrimo del amor. Su hermano, Polidoro, también permanece soltero, no porque lo desee sino porque es medio bobalicón y vive subyugado por Cassandro.
La única luz que da alegría a esa casa es Giacinta, la joven y bella hermana de este par de personajes sui géneris. Pero en su casa se hospedan Fracasso, capitán del ejército húngaro, y Simone, su asistente personal, quienes están perdidamente enamorados, respectivamente, de Giacinta y de Ninetta, su doncella. Aunque Fracasso tiene una notable posición social, Cassandro no está dispuesto a dejar que su hermana se case, y menos con un invasor. Por su parte, Polidoro solo hace lo que su hermano le dice que haga, así que ambos se oponen a que ambas parejas se unan en matrimonio.
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Pero Fracasso no está dispuesto a perder a la mujer de su vida, así que acude a su astuta hermana, la baronesa Rosina, para pedirle ayuda. Dispuesta a pasar un buen rato, Rosina se propone volver locos a los dos solterones, así que se disfraza de humilde campesina y se pasea frente a las narices de Cassandro, fingiéndose ingenua. Este ve en ella una presa fácil y empieza a cortejarla.
Para enredar más el asunto, pronto Polidoro también se ha prendado de ella… ¡y le propone matrimonio! Mientras tanto, Giacinta y Fracasso preparan una lección que los dos hermanos jamás olvidarán…
El pequeño Mozart empezó a componer esta ópera por mandato de su padre Leopold, quien se había tomado muy en serio un comentario hecho al aire por el emperador José II de Habsburgo sobre que sería buena idea que el niño compusiera algo para la compañía de ópera imperial. Cuando la obra estuvo terminada, el emperador ni se acordaba de su comentario porque en realidad nunca había sido una petición oficial, así que Leopold se las vio negras para conseguir que la ópera de su hijo se estrenara: aunque los aristócratas recibían con agrado cada nueva “gracia” del pequeño prodigio, los compositores de la corte vienesa no lo veían con agrado, porque lo consideraban una verdadera amenaza.
Por su parte, los cantantes y los músicos de la orquesta consideraban humillante que los dirigiera un niño, por lo que se negaron a trabajar en la puesta en escena de esta obra.
Tras una serie de rechazos y maquinaciones, finalmente La ingenua fingida no se estrenó en la Ópera Imperial de Viena en 1768, sino en Salzburgo, un año después y bajo el patrocinio del príncipe arzobispo Schrattenbach, mecenas de Leopold Mozart.
Para el joven Wolfgang Amadeus, esto fue una especie de fracaso, porque en ese entonces Viena era la capital musical de Europa, y Salzburgo solo una ciudad de provincianos que querían aparentar ser cultos.
Con todo, la partitura de La ingenua fingida está llena de impresionantes ideas musicales que ponen de manifiesto el indiscutible genio del precoz Wolfgang Amadeus Mozart. Tal vez la resolución del conflicto argumental pueda resultar un tanto pueril, amén de que es obvio que en esta ópera no se encuentra aún el majestuoso despliegue orquestal de que el compositor haría uso más adelante en sus obras vocales, pero indudablemente se trata de una obra que asombra por la singular maestría con que el compositor recrea los sentimientos de sus personajes apoyándose en un exquisito uso de recursos melódicos de vena íntima.
Como muestra, basta escuchar el aria Amoretti che ascosi qui siete, que canta Rosina en el Acto I y en la cual se establece un conmovedor “diálogo” entre la orquesta y la soprano. Resulta difícil dimensionar que belleza tan madura y compleja haya estado contenida en la cabecita de un pequeño de doce años…
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Wolfgang Amadeus Mozart: Amoretti che ascosi qui siete (La ingenua fingida) / Elena Binzaru (Rosina)
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