“La Púrpura de la Rosa”, la primera ópera de América.

Por Francesco MIlella Venecia, Nápoles, París, Londres, Moscú, Madrid: la tradicional geografía de la ópera barroca nos ha acostumbrado a una historia de la música […]

Por Francesco Milella Última Modificación noviembre 24, 2016

Por Francesco MIlella

Venecia, Nápoles, París, Londres, Moscú, Madrid: la tradicional geografía de la ópera barroca nos ha acostumbrado a una historia de la música encerrada en los límites de las Columnas de Hércules y de las grandes ciudades de Europa, y de sus teatros. Por mucho tiempo creímos que la historia era la que los castratos escribían cada día con sus espectaculares triunfos, y que nada ni nadie podían salir de este esquema histórico. Pero, afortunadamente, nuestros esquemas historiográficos no siempre coinciden con los hechos históricos. Si ampliamos nuestra mirada y seguimos, por ejemplo, una de las tantas rutas que unían el viejo continente con las costas de América, nos daríamos cuenta de que la historia de la ópera es mucho más heterogénea (y divertida) de lo que pensábamos.

Siguiendo una de esas rutas, en 1667, llegó a América Tomás de Torrejón y Velasco, quien había dejado su antiguo puesto como organista en España tras ser nombrado corregidor de Chachapoyas, pequeña ciudad cerca de Lima, al servicio del Conde de Lemos, designado virrey de Perú por el Rey de España Carlos II. Nadie, en ese momento, hubiera imaginado que ese pobre organista, frustrado por la burocracia colonial, sería el primero en traer la ópera a América: en 1672, tras la muerte de su protector, Torrejón abandonó inmediatamente su trabajo administrativo para regresar a Lima y, con un poco de suerte, encontrar un nuevo puesto como músico. Y así fue: ese mismo año fue nombrado maestro de capilla de la Catedral de Lima , entonces se dedicó a la composición de villancicos y misas para la rutina religiosa de su comunidad.

Mientras tanto, en la España del año 1700, Carlos II había muerto y Felipe V había subido al trono del Imperio español. Las colonias americanas tenían que celebrar este evento con el mismo lujo que la madrepatria. Todas las grandes ciudades de América se prepararon para la fiesta con música, misas y bailes. Pero en Lima se estaba organizando algo diferente y muy especial: Tomás de Torrejón y Velasco había sido encargado por el Virrey de componer música nueva para un espectáculo que nunca antes se había visto fuera de Europa: una ópera sobre un texto de Pedro Calderón de la Barca. Así, el 19 de octubre de 1701 La Púrpura de la Rosa cobró vida, con una doble compañía de cantantes, en los palacios de Lima entregando  a la historia la que hoy se conoce como la primera ópera de América.

No es difícil imaginar la sensación de curiosidad y  sorpresa que llenó al público de la ciudad de Lima: desde la “chinfonía” inicial, Torrejón y Velasco nos transporta hacia un clima musical de altísima calidad. Sin ignorar la escuela de los tonos humanos y de los tientos españoles, Torrejón se acerca a la gran tradición italiana, a la ópera veneciana en particular, en su afán por equilibrar las amplias melodías y el uso lírico de la voz con un sistema rítmico ternario. Elemento fundamental de sus arquitecturas musicales es el diálogo entre la polifonía de grupos de dos o tres voces (humanas o instrumentales) y la homofonía que domina en los momentos de conjunto: el resultado es un fluir musical lleno de contrastes, variaciones y juegos en una estructura musical sólida y original que Torrejón rompe añadiendo, con gran inteligencia, los ritmos locales de Perú. La sorpresa que provocó la amable música de Torrejón no fue seguramente menor que el entusiasmo que causó el texto de Calderón de la Barca, un libreto de exquisita calidad literaria, lleno de alegorías y metáforas, que cuenta la historia de amor entre Venus y Adonis, obstaculizados por los celos de Marte.  Una historia que se mueve en una dimensión mágica, casi surreal, llena de colores y sensaciones eróticas y sensuales, en sintonía con la música de Torrejón y Velasco.

La Púrpura de la Rosa no es solamente un documento histórico que atestigua la presencia de la ópera fuera de Europa, antes de que Farinelli y Metastasio llenaran los teatros italianos, ingleses y españoles con sus libretos y sus arias. La ópera de Torrejón y Velasco, lejos de ser un singular elemento en una historia totalmente europea, es el resultado de un mundo cultural que supera las viejas fronteras y que lentamente va aceptando su naturaleza híbrida y mestiza.  La naturaleza del mundo moderno.

 

Francesco Milella
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