Por Francesco Milella, desde Siena
“Dime, ¿cuál otro continente de este mundo tuvo un Beethoven, un Bach o un Rossini?”. Si les tuviese que contar todas las veces que mis queridos, ingenuos y un poco ignorantes compatriotas del viejo continente me han hecho esta pregunta, terminaríamos escribiendo un libro entero. Nos acabaríamos riendo, claro, y quizás reflexionando con cierta molestia e inquietud sobre su inocente ignoracia, su total desconocimiento de lo que la cultura musical llegó a producir más allá de las columnas de Hércules.
Para los europeos, incluso los más cultos, la música clásica latinoamericana es simplemente una hija menor de la tradición europea y por lo tanto interesante solo para analizar cómo su cultura logró radicarse al otro lado del Atlántico. Claro, sin las formas y los modelos musicales que el viejo continente logró importar en los siglos pasados, los compositores mexicanos o argentinos no hubieran realizado lo que afortunadamente realizaron. Pero se trata de una visión jerárquica incorrecta y peligrosa que ignora completamente el proceso de emancipación que la música de América Latina fue realizando a partir de finales del siglo XIX.
Por suerte hay excepciones, teatros y festivales europeos que quieren mirar más allá de sus fronteras geográficas para compartir con su público tesoros musicales desconocidos del mundo americano. Una de ellas es la Accademia Musicale Chigiana que, en su reciente revolución artística, decidió aterrizzar en América Latina para explorar su reciente historia musical con un concierto dedicado a la música argentina y brasieña.
Protagonista de la noche fue el gran chelista brasileño y profesor en la Chigiana Antonio Meneses que, junto a la pianista italiana Monica Cattarossi nos llevaron a través de las maravillas musicales de América Latina y también del Norte interpretando piezas de sus compositores más significativos.”Ya había presentado las diferentes piezas – admitió el mismo Meneses – pero esta es la primera ocasión en que las uno: esta es la primera vez que presento este programa aquí en Europa, en un diálogo entre América del Norte y América del Sur.” Un diálogo que comenzó con José Guerra Vicente, del cual escuchamos la suite Cenas Cariocas, interesantísimo testigo de un nacionalismo musical brasileño todavía amarrado, con su armonía clásica y su gusto melódico delicado y linear, a la tradición europea.
De hecho, solo con Alberto Ginastera la música de América del Sur logrará desengancharse del viejo continente para encontrar un lenguaje libre, abierto, capaz de penetrar en su pasado para darle una voz fascinante y profunda. Voz que de hecho caracteriza la Rapsodia Pampeana n.2 para chelo y piano con la cual Ginastera finalmente, junto a otras estupendas composiciones, da a su país una memoria musical auténtica y genuina.
Después de un paréntesis estadounidense con la delicada sonata para chelo y piano de Samuel Barber del 1933, volvimos a tierras brasileñas con José Antonio Almeida Prado. Compositor que, pocas décadas después respecto a Ginastera, siguió el mismo camino: con su sonata para chelo y piano, compuesta para el mismo Meneses en 2003, llega a interiorizar perfectamente el modelo sonatístico europeo construyendo un mosaico de colores extraordinario e imprevisible, donde la herencia de Messiaen y Kurtág se mezcla con las tradiciones musicales brasileñas.
Pero la última palabra de este fascinante diálogo la tuvo Astor Piazzolla quien, con su formidable Grand Tango, compuesto en 1982 para el chelista ruso Mstislav Rostropovich, llevó a sus extremos más audaces y fascinantes la fuerza expresiva de este universo sonoro. Un universo que los europeos pueden quizás definir exótico y lejano por su lenguaje armónico, melódico y rítmico, pero habrán de reconocer la cercanía y la fuerza de las emociones y de los valores que transmite, tan profundos que no conocen fronteras.
Cerramos hoy, con este concierto latinoamericano, un ciclo breve e intenso que nos ha llevado por los espacios y entre los protagonistas de esta extraordinaria instutición musical europea. Ha sido nuestra intención compartirles al menos algunas de las infinitas sorpresas que se esconden en los pasillos y salas de la Chigiana. No se puede todo, pero hay que reconocer que al final de un viaje es siempre bonito quedarse con un poco de curiosidad y, sobre todo, ¡con muchas ganas de volver!
Ginastera: Pampeana n.2
Piazzolla: Le Grand Tango
Comentarios