Las Sinfonías de Gustav Mahler

Gustav Mahler (1860-1911) compuso nueve sinfonías y dejó inconclusa una décima. Son sinfonías formalmente complejas, de naturaleza programática y concebidas para grandes masas de ejecutantes. […]

Por Música en México Última Modificación noviembre 8, 2014

Gustav Mahler (1860-1911) compuso nueve sinfonías y dejó inconclusa una décima. Son sinfonías formalmente complejas, de naturaleza programática y concebidas para grandes masas de ejecutantes. Su larga duración, se debe a que el número de movimientos es de 4 a 5 e incluso 6 (Tercera Sinfonía). Los efectos orquestales que van desde los más delicados hasta los más agitados y gigantescos, casi excesivos en la expresión, están presentes en todas ellas. Su instrumentación, sus detalladísimas indicaciones de fraseo, tiempo y dinámica y el empleo de instrumentos singulares, constituyen la esencia de su lenguaje musical. Mahler afirmaba que las sinfonías constituían un mundo espiritual propio que debían abarcar todos los aspectos de la experiencia humana.

Hacer cualquier selección entre el asombroso material sinfónico de Mahler no hará nunca justicia a las obras que queden relegadas. Pero de ninguna manera significa que desmerecen en calidad. En el caso del altísimo arte de, cuando menos, las nueve sinfonías completadas por Mahler podemos decir que estamos ante uno de los logros musicales más significativos de la historia.

Música en México presentará en las próximas semanas cinco de sus más valoradas sinfonías.


Sinfonía no.2 “Resurrección”

Allegro maestoso
Andante moderato
In ruhig fließender Bewegung (Con un movimiento que fluye tranquilamente)
Urlicht (Luz primigenia)
Im Tempo des Scherzos



The Royal Concertgebouw Orchestra – Mariss Jansons

La Segunda Sinfonía de Mahler es una de las creaciones más impresionantes y originales de la música. Es una obra gigantesca de alcances, dada la batería instrumental y coral que emplea. Su organización es tan sólida que da la impresión de haberse destilado de la pluma de Mahler de un sólo impulso creativo. ¿Quién hubiera imaginado que fue de hecho el resultado de un esfuerzo largo y doloroso, que pasaron seis años desde los primeros bosquejos del primer movimiento hasta los toques finales del majestuoso Finale?

Durante dieciocho meses, Mahler fue Asistente de Director en la Ópera de Leipzig, periodo marcado por una intensa rivalidad con el ya famoso y establecido Arthur Nikish. A la edad de 27 años, Mahler tenía sólo una obra de trascendencia en su producción, la cantata Das Klagenge Lied de 1880. Desde entonces sacrificaba su impulso creativo para dar prioridad a su carrera como director, que consumía mucho de su tiempo. Cuando pudo trabajar de nuevo en su obra, a pesar de un tormentoso affair amoroso, “sus emociones eran tan poderosas que avanzaron como un torrente… en un momento todas las compuertas se abrieron.”

Mientras componía su Primera Sinfonía también bosquejó el primer movimiento de una “Sinfonía en do menor” que tituló Totenfeier (“Ritos de muerte” o “Ceremonia funeral”). Un día, mientras trabajaba en la sombría marcha fúnebre, Mahler tuvo una visión: estaba colocado en un féretro, rodeado de flores y unas guirnaldas se apilaban sobre él después del estreno triunfal de Die Drei Pintos de Weber. Sólo la llegada de Marion von Weber, su pareja en ese tiempo, lo trajo de vuelta a la realidad.
Así como tomó prestado el subtítulo “Titán” para su Primera Sinfonía de una novela de Jean Paul, es casi seguro que tomó el nombre de su Allegro sinfónico en do menor de la traducción de un largo poema épico del gran poeta polaco Adam Mickiewicz, Dziady, que en la traducción alemana fue titulado Totenfeier. El Totenfeier, terminado en 1880, permaneció en el cajón de Mahler por varios años. Mahler fue nombrado Director de la Ópera de Budapest, donde su inmersión en compromisos prácticos y administrativos lo mantuvieron alejado de la composición. En 1891, el ahora director de la Ópera de Hamburgo, llamó la atención de una de las figuras musicales más ilustres de la época Hans von Bülow. Convencido de que este “Papa de la música germánica” –Von Bülow condujo el estreno de Tristán e Isolda, un puñado de estrenos orquestales de Brahms y fue el descubridor de Richard Strauss– le ayudaría a lograr estrenar algunas de sus obras, Mahler fue a verlo. Al empezar a tocar Mahler se dio cuenta de que el maestro se había tapado los oídos haciendo gestos reprobatorios, cuando dejó de tocar Bülow dijo “Si lo que acabo de oír es música, entonces ya no entiendo nada de música”. Este incidente marcó un cambio sustancial en el futuro de Mahler, ya que recalcó que debería desarrollarse sólo, a través de un camino azaroso en el que sólo la obstinación de genio le permitiría llegar hasta a sus propósitos artísticos.

Dos años más tarde volvió al manuscrito original de la Sinfonía en do menor. En Leipzig, Mahler ya había bosquejado los dos temas principales de un Andante en la bemol menor. La partitura sintetizada de este movimiento y su instrumentación fueron acabadas para junio de 1893. Inmediatamente después Mahler trabajó en un Scherzo. La composición ocurrió a un ritmo vertiginoso porque Mahler quería terminarla antes del final del verano, y no había encontrado ni el texto ni el material musical ideal para el Finale que era la coronación de toda la obra.

Entonces, ¿cuándo decidió incluir en la sinfonía una canción previamente escrita, Urlicht, de la serie Des Knaben Wunderhorn? La respuesta se dio alrededor de 1894 cuando decidió conceder a la voz un papel protagónico en los movimientos finales. “La manera en que me inspiré para el Finale es indicativa de la esencia de la creación musical. Por mucho tiempo pensé en la idea de introducir un coro en el último movimiento, sólo el miedo de que esto se interpretase como una imitación servil de Beehoven me hizo dudar tanto. Luego murió Bülow y asistí a su funeral. El estado mental en el que me descubrí y lo pensamientos que le dediqué al hombre muerto estaban muy en el espíritu de la obra. De pronto, el coro acompañado de un órgano canto el Aufersteh´n de Klopstock. Fue como si me alcanzara un rayo, de pronto todo parecía cristalino. Esa es la iluminación que un creador espera tener, esa es la inspiración sagrada! Después tuve que convertir en sonido esa experiencia. Así son las cosas conmigo, compongo sólo cuando en verdad experimento una cosa, y la experimento sólo cuando la creo.” Así es como Mahler describió los orígenes de inmenso Finale en una carta al crítico berlinés Arthur Seidl, tres años después de que la Segunda Sinfonía fue creada.

Fue Theodor Adorno, el gran filósofo alemán de la música, quien originó la noción de que los grandes triunfos de Mahler fueron alcanzados en el terreno del exceso, en su descrédito de las virtudes predicadas por una sociedad burguesa reaccionaria: moderación y una pasmosa felicidad. Según Adorno, Mahler “rompió el contrato musical con esta sociedad y creó un arte sinfónico mayor en el mismo momento que ese tipo de arte se había vuelto imposible”. El logro monumental de Mahler fue montar un ataque hacia esa acomodada burguesía musical, contra las miniaturas elegantes, hacia las viñetas del Brahms tardío y de Debussy.

La visión de Mahler de la Segunda Sinfonía y su trasmutación en sonido no deja de fascinar a un escucha imparcial. El Finale, a través de su forma global, provee un encumbrado cierre a una de las más ambiciosas creaciones que un compositor haya llevado a cabo. El mismo Mahler se dio cuenta lo que había logrado “quizá nunca volveré a conseguir esas alturas ni me sumergiré en esas profundidades, así como Ulises pudo descender sólo una vez durante su vida terrenal al Tártaro. Sólo una o dos veces en la vida se puede crear obras con temas tan estupendos: Beethoven en su Novena, Goethe en Fausto, Dante en la Divina Comedia. Sin ponerme ni remotamente en la misma clase que estos grandes, me sorprendo frecuentemente, aún ahora de lo que logré aquel verano en Steinbach…”

Fuente: Henry Louise de la Grange para la integral de Sinfonías de Gustav Mahler de la Orquesta Sinfónica de Chicago, dirigida por Sir Georg Solti.

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