El segundo compositor residente del Festival de Lucerna de este año es un austriaco, J.- M. Staud, que el domingo 17 fue muy festejado porque estrenaba a la vez sus 40 años y su monodrama Der Riss durch den Tag (La grieta la ranura, el desgarrón a lo largo del día). A cargo de la ejecución estaba el Ensemble intercontemporain, la agrupación fundada por Pierre Boulez, ahora dirigida por Matthias Pintscher y que estará en México en octubre.Unas cuantas obras de Staud han sido estrenadas e interpretadas por las principales orquestas europeas bajo las más celebradas de las batutas: Boulez, Rattle, Barenboim, Jansons, etc. Pero él desconfía del valor de sus “éxitos” y sabe que no hay nada que festejar. Ha dicho “Cuando se escucha, en un concierto de abono de la Filarmónica de Viena, que una de mis obras fue ejecutada y no suscitó ninguna oposición ni resistencia siento claramente que me he equivocado, que hice algo falso”.La grieta a lo largo del día (2011), la primera de las dos obras suyas que escuché, para narrador y conjunto orquestal, tiene un hilo conductor autorreferencial: es música cuyo tema es la música misma y la visión que tiene el compositor cuando observa los signos del pasado totalitario y de la amnesia de sus compatriotas como consecuencia de una “culpa reprimida” (verdrängte Schuld los términos no podrían ser más freudianos). Evoca, por ejemplo, en la primera de las cinco partes, un día de aniversario de la destrucción de Dresde, cuando él camina por esa ciudad, no como un despreocupado paseante en los “cuadros en una exposición”, sino armado con el escalpelo afilado de un ojo crítico. Sus pasos lo llevan por la avenida que lleva el elocuente nombre de “balcón de Europa” y reflexiona que, justo ese día, en la emblemática Semperopera levantada junto al Elba, se está por ejecutar un programa de música orquestal íntegramente dedicado a Wagner. Allí, él “cuenta” sus sensaciones, tanto con la partitura musical como con el texto recitado por el narrador, (iba a ser Bruno Ganz, el actor zuriqués de las películas de Wenders y Herzog pero no pudo llegar por estar lastimado). En la obra poético-musical se recita un monólogo interno, seguramente el del mismo Staud, que observa las huellas de la historia a través de los signos suprimidos de la dictadura que se ven sofocados por los ruidos corrientes de la vida citadina. La pregunta obsesiva que se hace es la de cómo es posible percibir esos horrores sepultados en los escombros de la ciudad derruida y a la vez seguir llevando una vida individual “normal”, durmiendo con tranquilidad.La obra es una desconstrucción de la música tonal del pasado, una aventura en nuevas formas de expresión musical que apunta a un futuro que ni él ni este crítico mupsical (que se interna con Staud en ese paisaje austroalemán) pueden prever. Pero, dentro de lo sintético que debe ser en este comentario, no puede dejar de evocar al preclaro escritor austriaco Thomas Bernhardt (1939-1981) que se ocupó, como novelista, dramaturgo y poeta, a lo largo de toda su vida, de exhibir el fascismo desesperante y corrupto soterrado en la mayoría de los prósperos austriacos de la posguerra que aprovecharon la coyuntura de la guerra fría para levantar económicamente a su país y ocultar un pasado vergonzante. Staud, creo, es la continuación directa, en el plano musical, como Oskar Kokoschka y Lucien Freud (de origen austriaco, nacido en Berlín) en la pintura y como Thomas Bernhard en la literatura, de esa obra autobiográfica insoportable para Viena, para Salzburgo y para el país formado después de la anexión (Anschluss) de 1938. Las obras de Staud son subversivas en el mejor de los sentidos de la palabra y apuntan todas a provocar la irritación, a hacerse detestables para la corriente oficial del arte de sus satisfechos conciudadanos reunidos para comer Sachertorte frente a la Ópera de Viena. Eso no puede sorprender en el país que, al mismo tiempo que a Hitler, ha engendrado lo más explosivo y renovador que la filosofía, la literatura, el psicoanálisis, la arquitectura, la música y las artes plásticas produjeron en el siglo XX. En esa escuela que es, en última instancia, la que arranca con el expresionismo de comienzos del siglo XX y estalla con el postexpresionismo de la posguerra, se asienta el arte musical de Johannes M. Staud.Largamente podría desplegar este paralelismo pero lo interrumpo en el momento mismo de señalarlo para ir a la otra obra de Staud, esta sí un estreno mundial, su Concierto para violín,cuerdas y percusión, con la Orquesta Sinfónica de Lucerna y la actuación como solista de Midori (Osaka, *1971).
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