Huapangos y sones jarochos

La etimología de la palabra huapango; la primera de ellas, afirma que el término deriva de la raíz náhuatl cuauhpanco y designa el lugar en donde se coloca un tablado de madera para bailar.

Por Música en México Última Modificación febrero 8, 2022

En la región occidente de México, el son es frecuentemente llamado huapango. Diferentes teorías han pretendido aclarar la etimología de la palabra huapango; la primera de ellas, afirma que el término deriva de la raíz náhuatl cuauhpanco y designa el lugar en donde se coloca un tablado de madera para bailar. Otra teoría supone que la palabra se usó para designar el arte de los indígenas huastecos que habitaban junto a los márgenes del río Pango o Pánuco, en tanto que una última afirma que huapango es simplemente una transformación de la palabra fandango. En algunas regiones de la Huasteca, el huapango se usaba indistintamente para designar tanto el espectáculo y la fiesta general como los sones que se ejecutaban en ella.

El huapango es la música característica de las regiones de la zona huasteca que comprende Tamaulipas, Hidalgo, partes de San Luis Potosí y Querétaro además del norte y centro de Veracruz, especialmente Tlalixcoyan, Hueyapan, Alvarado, Tlacotalpan, el sur de la región de los Tuxtlas y el este de Puebla.

En el centro y sur de Veracruz los sones suelen ser denominados huapangos, son jarocho o bailes de tarima. Desde luego la denominación más antigua es huapango, aunque actualmente se prefiere la denominación de son jarocho para diferenciarlo del son de la huasteca potosina, tamaulipeca o hidalguense.

Los típicos conjuntos jarochos usan generalmente un arpa grande diatónica de 32 cuerdas y sin pedales, un requinto de cuatro cuerdas que se toca generalmente con un plectro de cuerno de res y una jarana. Esta última es una guitarra pequeña, de tamaño variable, que cuenta indistintamente con encordadura de cinco, ocho o 12 cuerdas; generalmente se utiliza la jarana de ocho cuerdas, con tres dobles y dos sencillas, lo que permite octavar, dando una sensación armónica de mayor profundidad.

El arpa grande da el timbre característico al conjunto, a la vez que establece determina las posibilidades de afinación y modulación. Los conjuntos de cualidades más auténticas conservan la forma modal de las escalas y sus originales modulaciones súbitas. Gerónimo Baqueiro Foster, uno de los primeros estudiosos de los sones veracruzanos, encontró algunas variantes actualmente desaparecidas, entre los diferentes estilos de las regiones de Tlacotalpan, Tlalixcoyoan, Hueyapan y Ciudad Lerdo, aunque todos ellos descendieron del más puro estilo alvaradeño de Sotavento, con arpa, requinto, jarana y guitarra jabalina.

Los ejecutantes de sones veracruzanos son por lo general excelentes músicos, con una gran sensibilidad armónica, buena actitud para la improvisación y, sobretodo, una gran disposición para captar y transmitir las riquezas y complejidad de rítmicas propias del sol y que le dan toda su vitalidad.

El ritmo es el elemento más importante del vivísimo son Jarocho y huasteco, y en ocasiones es de tal manera complejo que las difíciles polirritmias resultantes de las combinaciones simultáneas de tres por cuatro con el seis por ocho, se han resistido al examen erudito de los especialistas en música culta y los musicólogos de buena voluntad.

La buena ejecución del son exige la actuación de verdaderos virtuosos en cada uno de los instrumentos. El más preciado de todos los instrumentistas es el tocador de arpa, cuyas ejecuciones llenas de brillantes florituras improvisaciones dan brillo a zona están característicos como La morena, El cascabel, La llorona, La bruja, etc.

El elemento más importante, de donde surge toda la concepción rítmico-espacial de los sones bailables, es el zapateo de los danzantes, cuyo golpeteo crea un complicado diálogo con la música. El son puede bailarse de dos maneras diferentes: en baile de pareja y de a montón. Ambas formas de baile tienen toda una connotación festivo-ritual a través de una coreografía estricta. El baile de pareja exige la presencia de verdaderos artistas del taconeo, mientras que el día montón, una resistencia capaz de soportar sin fatiga hasta el nuevo anuncio del cambio de pareja.

Desgraciadamente, en la actualidad el sol tiende a desaparecer en su estado más puro; algunos grupos jarochos tocan de preferencia a la música popular de otras regiones o aún las canciones comerciales, y los portales del puerto de Veracruz los mariachis abundan en tanto que los grupos locales brillan por su ausencia.

La última esperanza del resurgimiento de esta música regional está en manos de músicos que intentan retomar la ejecución tradicional. Un ejemplo notable es el de los jaraneros El Mono Blanco, originalmente agrupados con uno de los viejos maestros del género, don Arcadio Hidalgo.

Fuente: Moreno Rivas, Yolanda. Historia de la música popular mexicana, Alianza Editorial Mexicana, 1979.

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