La música tradicional de Veracruz

Entre las antiguas civilizaciones que poblaron lo que hoy es el estado de Veracruz estuvieron los huastecos, los totonacas y los olmecas. La posterior llegada […]

Por Música en México Última Modificación febrero 26, 2024

Entre las antiguas civilizaciones que poblaron lo que hoy es el estado de Veracruz estuvieron los huastecos, los totonacas y los olmecas. La posterior llegada de los toltecas, que se asentaron en el centro del territorio en el siglo XII, y las invasiones aztecas, en el siglo XV, no solo provocaron el desplazamiento parcial de los primeros pobladores, sino que también llevaron a la región una mayor riqueza artística que nutrió las costumbres musicales nativas, las cuales —tras la llegada, a principios del siglo XVI, de los conquistadores españoles— terminaron por fusionarse con las costumbres musicales de los europeos y sus esclavos africanos en un sincretismo que dio como resultado una cultura musical sumamente rica que puede apreciarse en las perdurables manifestaciones musicales y dancísticas tradicionales de los diversos pueblos veracruzanos, por ejemplo la Danza de los líceres, la Danza de las varitas, la Danza de los huahuas, la Danza de los voladores, la Danza de los tejoneros, la Danza de la viejada, la Danza de los tocotines, la Danza de moros y cristianos, la Danza de los santiagueros, la Danza de los Migueles¸ la Danza de los negritos, la Danza de los vaqueros y la Danza de los toreros. 

Una de las danzas tradicionales más significativas del estado de Veracruz es la Danza de los líceres, que se lleva a cabo en el municipio de Santiago Tuxtla y sus alrededores. El objetivo de esta danza es poner de manifiesto la relación que —en la cosmovisión olmeca— existe entre el jaguar, la lluvia y el maíz. A diferencia de otros rituales similares que se llevan a cabo en distintas regiones del país y en los que el jaguar también es la figura central (por ejemplo, la Danza de los tlacoloreros en Guerrero, la Danza del Pochó en Tabasco, la Danza del Calalá en Chiapas y la Danza de los tecuanes en el Estado de México), la Danza de los líceres se interpreta sin música. En ella, los participantes (originalmente solo varones, aunque actualmente ya se incluyen mujeres) van ataviados con mamelucos de color amarillo con motas negras para imitar la piel del lícer (el jaguar), o de colores llamativos y adornados con motivos florales o figuras bordadas. Todos llevan una capucha triangular con pequeños orificios para los ojos y la boca, y con dos picos de tela que simulan las orejas del animal. El día elegido para llevar a cabo el ritual, los participantes —cuyo número puede superar la centena— se congregan en la plaza central del pueblo y empiezan a recorrer las calles bramando, caminando encorvados con movimientos felinos y golpeando el suelo con una cuerda que sostienen en la mano derecha y que simula ser la cola del jaguar. Mientras avanzan se cuelgan de los balcones, se suben a los postes del alumbrado público y se meten a todos los lugares donde puedan colarse (excepto a la iglesia). Cuando divisan entre el público a una mujer joven que es de su agrado, se acercan para coquetearle y bailan alrededor de ella, sin tocarla. Por su parte, los espectadores se burlan a todo pulmón de los danzantes y de sus coloridas vestimentas (gritándoles, por ejemplo, “A ese de rojo le pican los piojos”). De pronto, los líceres empiezan a perseguir a la concurrencia y, cuando logan agarrar a alguien, lo levantan y le dan vueltas hasta marearlo. Si un niño se asusta y empieza a llorar, las madres pueden pedirle al danzante que se quite la capucha para que el pequeño vea que solo se trata de personas disfrazadas. La creencia subyacente a esta danza es que, si los jaguares no salen a bailar, ese año no habrá lluvias, lo cual dará como resultado una mala cosecha y, por lo tanto, desgracias, enfermedades y pobreza.

Danza de los líceres

En la región Huasteca —que abarca el sur de Tamaulipas, el sureste de San Luis Potosí, el norte del Puebla, el este de Hidalgo y el norte de Veracruz— se interpreta la Danza de las varitas, baile que se lleva a cabo durante las fiestas patronales y en el que los participantes (según la zona en que se interprete la danza) van vestidos con calzón y camisa de manta, o con camisa blanca y pantalón negro. Cruzados en el pecho y la espalda llevan dos pañuelos rojos, y otros dos —del mismo color— amarrados de las puntas a ambos lados de la cintura, como un cinturón o faja. El atuendo se complementa con un gorro cónico de color negro rematado en un pequeño abanico rojo, un cuchillo de madera en la mano derecha, una larga varita adornada con listones de colores en la mano izquierda y cascabeles en las piernas. Al iniciar la danza, que suele prolongarse durante todo un día y una noche, los participantes se agrupan alrededor de un músico que toca una flauta de carrizo de tres agujeros y un tambor de doble parche y empiezan a bailar formando, alternadamente, dos filas y luego un círculo. Con los cascabeles van marcando el ritmo, y sus movimientos pasan de rápidos y ágiles a lentos y pausados, según la música —alegre o melancólica— que suene en ese momento.

Danza de las varitas

Típica de los grupos nahuas de la sierra norte de Puebla y los huastecos del centro-norte de Veracruz es la Danza de los huahuas, también conocida como Danza de los quetzales, que se baila en honor al sol y está fuertemente relacionada con la Danza de los voladores. Los pasos de esta danza son rápidos y complejos, y exigen gran precisión por parte de los participantes, cuyo atuendo consta de un pantalón blanco de manta sobre el que se coloca un pantaloncillo de raso rojo con flecos dorados en la parte baja y listones de colores colocados a la altura de las rodillas y los tobillos; camisa blanca de manta, chaleco rojo, una mascada cruzada sobre el pecho y una capa roja o amarilla que repite el patrón de los listones y tiene flecos dorados en las orillas. En otra variante de la vestimenta, el chaleco y la mascada son sustituidos por dos capas triangulares cruzadas sobre el pecho del danzante. Una de ellas es de color rojo y la otra, llamada contracapa, puede ser verde, azul o amarilla. En ocasiones, estas capas van adornadas con motivos bordados en hilo, lentejuelas y chaquiras representando aves, flores o el sol. La parte más llamativa del atuendo es, por supuesto, el imponente penacho circular que lleva cada danzante en la cabeza y que representa el disco luminoso del sol. Estos penachos constan de un armazón circular de carrizo cuyo eje está sujeto a un gorro cónico adornado con espejos y del que se desprenden sendos rayos que llevan cintas de papel o listones de colores entretejidos y van rematados con plumas y borlas. La vestimenta se complementa con huaraches de cuero curtido, y cada danzante lleva en la mano izquierda un pañuelo o un pequeño abanico que es una réplica del penacho, y en la mano derecha un par de sonajas con las que marca el ritmo de la danza, cuya música es interpretada por un solo ejecutante que toca una flauta de carrizo y un tambor. La Danza de los quetzales se lleva a cabo en el atrio de la iglesia o en la plaza central del pueblo, donde previamente se ha instalado un mecanismo giratorio en forma de cruz similar a las aspas de un molino de viento. Los danzantes, que suelen ser siete, ejecutan una primera serie de pasos en forma de cruz para simbolizar los puntos cardinales. En un momento dado, se despojan de sus penachos y cuatro de ellos suben a las aspas giratorias, que son impulsadas por su propia fuerza hasta convertirse en una vertiginosa rueda de colores, movimiento circular que representa el paso del tiempo.

Danza de los huahuas

Quizá la danza tradicional representativa del estado de Veracruz sea la Danza de los voladores (también conocida como Kos’niin o Vuelo de los muertos), que se lleva a cabo en el poblado de Papantla de Olarte, cerca de Poza Rica. Se trata de una danza ritual milenaria asociada con la fertilidad, y en ella cuatro hombres (llamados “Pájaros de la tierra”) se atan de la cintura y se arrojan al vacío desde lo alto de un mástil para emprender un vuelo en descenso —de cabeza y con los brazos extendidos— al son de una flauta y un tambor. La ceremonia de la Danza de los voladores inicia con la búsqueda (por parte del caporal, que es el líder de los danzantes) del árbol que se utilizará como mástil para llevar a cabo el rito. Cuando el caporal encuentra el árbol ideal, que puede llegar a tener una altura de hasta 30 metros, los danzantes bailan a su alrededor, haciendo reverencias para pedirle perdón y dando grandes tragos de aguardiente, que retienen en la boca y luego expulsan soplándolo con fuerza hacia los cuatro puntos cardinales. Después se corta el árbol y el tronco se talla para preparar el mástil, que será transportado a la explanada central del pueblo, colocado sobre troncos más pequeños que funcionan como rodillos y evitando que toque el suelo. Una vez en el lugar designado, se cava un agujero en el que se erguirá el mástil, al cual se ha añadido una escalera de cuerda que ayudará a los danzantes en su ascenso. Al mismo tiempo, se prepara un altar con ofrendas como comida, aguardiente, flores blancas, velas e incienso. Al día siguiente, los danzantes —ataviados con un pantalón rojo que tiene flecos amarillos o blancos al final de las piernas, botines negros, camisa de manta blanca, una especie de mandil rojo con bordados de flores en lentejuelas y chaquiras y flecos blancos en la cintura, otro mandil (también bordado, pero más amplio y con flecos amarillos) cruzado sobre el pecho, paliacate rojo anudado al cuello y un gorro cónico de color rojo adornado con flores y espejos, coronado con un penacho multicolor y desde cuya parte trasera se desparraman sobre la espalda del danzante largos listones de colores— desayunan la comida colocada en la ofrenda y luego se trasladan al pie del mástil, en fila y con la cabeza inclinada en señal de humildad y respeto a los dioses. Tras realizar una breve danza alrededor del mástil, en la que alternan vueltas hacia la derecha y hacia la izquierda al ritmo de la flauta que toca el caporal, suben por la escalera de cuerda hasta la punta del mástil, donde está instalada una minúscula base giratoria con un bastidor cuadrangular que se llama tecomate y que será su único punto de apoyo. Una vez arriba, cada danzante se sienta en un extremo del bastidor para equilibrar el peso. El caporal, que es el último en subir, se coloca de pie sobre el tecomate, donde realiza una serie de saltos y reverencias, señalando hacia los cuatro puntos cardinales (iniciando por el oriente y girando siempre hacia la izquierda). Luego se sienta sobre la base del mástil y realiza nuevamente los giros, en el mismo orden y sin dejar de tocar una flauta de tres orificios y un tambor de madera con dos vistas de cuero, el cual golpea con una pequeña baqueta y lleva sujeto a la palma de su mano con una especie de pulsera. Una vez terminada su parte del ritual, el caporal se queda sentado sobre el tecomate y empieza a interpretar un son específico que forma parte de la serie de melodías que acompañan todo el ritual desde el saludo en tierra, el ascenso, el saludo en la cumbre y el vuelo o descenso y que se conocen genéricamente como Sones del volador. En un momento determinado de esta interpretación, los cuatro voladores (que mientras tanto se han atado a la cintura las largas cuerdas que están enrolladas en la punta del mástil) se dejan caer al vacío, extendiendo los brazos como si fueran alas y afianzando la cuerda con las piernas. Al incesante ritmo de la música, van descendiendo en círculos cada vez más amplios hasta completar trece vueltas. Multiplicados, el número de voladores y la cantidad de vueltas dan como resultado 52, que es el número de años que componían un siglo prehispánico. Cuando se aproximan al final de su travesía, los voladores se incorporan para poder aterrizar con los pies y, una vez en suelo firme, tensan las cuerdas para equilibrar el bastidor y permitir que el caporal se deslice por uno de los extremos hasta llegar abajo.

Danza de los voladores

En varios poblados de la sierra veracruzana y poblana podemos apreciar la Danza de los tejoneros, baile ritual en el que se representa una leyenda sobre el descubrimiento del maíz por el pájaro carpintero y la caza del tejón, principal depredador del grano de maíz. En esta danza intervienen doce varones (seis vestidos como mujeres y seis tejoneros con pantalón y camisa) además de uno o dos payasos (que van a la cabeza de los danzantes, vestidos con llamativos mamelucos bicolores y gorros cónicos adornados con cintas de colores). Todos llevan el rostro cubierto con máscaras de madera y, al ritmo de sones interpretados con violín y guitarra, bailan en derredor de un círculo de tela montado sobre unas estacas, el cual hace las veces de escenario teatral puesto que en ocasiones la danza se intercala con una representación de pasajes de la vida de San José, la Virgen María y el Niño Jesús, protagonizada por títeres que aparecen por encima del círculo. Dentro de este, hay un mástil que se denomina tarro y que está forrado con hojas de una planta que se llama papatla. En un momento determinado, uno de los danzantes acciona un ingenioso mecanismo de cuerdas que pone en movimiento a un pájaro carpintero (conocido en la región como chénchere) de madera, el cual sube por el mástil picoteando y arrancando las hojas de papatla mientras avanza en busca del maíz. Impulsado de forma similar, detrás del chénchere se pone en movimiento un tejón disecado, que intenta adelantarse al pajarito para robarle el maíz hasta que es abatido por el certero disparo de un danzante-cazador que ha sacado una escopeta. Cuando llega a la punta del tarro, el chénchere descubre el maíz, representado por una especie de capullo que, con un mecanismo especial, se abre para dejar caer sobre los espectadores confeti, cintas de colores y golosinas.

Danza de los tejoneros

En los municipios de Tempoal, Tantoyuca, Pánuco y Pueblo Viejo, que se encuentran en la región de la Huasteca Alta, se baila la Danza de la viejada, también llamada Danza de los viejos, cuyo origen se remonta a las tradiciones de los indígenas huastecos. Esta danza forma parte de la celebración del Día de Muertos, que en la región se conoce como Xantolo y se celebra del 30 de octubre al 2 de noviembre. En ella, los “viejos” —los danzantes— van vestidos con prendas de todo tipo (desde ropa rota y desgastada hasta flamantes sacos y corbatas, puesto que la idea es mostrar que la muerte no hace distinciones y se lleva a todos por igual) y se cubren el rostro con máscaras de madera de marcados rasgos antropomórficos o zoomórficos. De hecho, la máscara es el elemento más importante de esta danza, puesto que es el vínculo entre el mundo de los vivos y el mundo ultraterreno, y es por medio de ella que los muertos se vuelven tangibles y pueden reencontrarse con sus seres queridos. Así, al colocarse la máscara, el danzante deja de ser él mismo para convertirse en el alma de un difunto. Sin embargo, es importante que no se la quite para no ser reconocido por la Muerte, que camina entre los vivos durante el tiempo que dura el Xantolo, porque si esta logra identificar a la persona detrás de la máscara, se la llevará al inframundo. Es por eso que muchos danzantes, como medida de precaución adicional, se cubren la parte posterior de la cabeza (ahí donde no alcanza a tapar la máscara) con un pañuelo, e incluso llegan a fingir la voz y hasta a usar distintas máscaras cada día. Entre los personajes que participan en esta danza se encuentran la mujer embarazada (que representa la fertilidad y generalmente se trata de un hombre disfrazado), el vaquero (que representa el trabajo y la fuerza) y el diablo (que representa el mal que nos rodea), además de danzantes caracterizados como personajes conocidos del cine, la televisión y la política. Desde días antes del evento, cada colonia de los distintos municipios organiza su respectiva cuadrilla o comparsa, que es un grupo cuyo número puede alcanzar la centena y está formado por los danzantes (anteriormente solo hombres, aunque en los últimos años ya cuentan con la participación de mujeres), los músicos (guitarra, jarana y violín) y el empresario (que es el representante de la comparsa y corre con los gastos de contratación de los músicos). Las cuadrillas se reúnen para ensayar sus pasos de baile y para decidir los sones y canciones que van a interpretar en cada uno de los días que dura el Xantolo, entre los que se encuentran El mapache, El pajarito verde, Los huaraches, El torito, La aguililla, Los matlachines (el son, no la danza), El palomo, Xochipitzahua (que es uno de los cantos rituales más antiguos de México) y La polla pinta, además de adaptaciones de canciones populares y de moda. Al ser de carácter ritual, la Danza de la viejada posee tiempos y espacios claramente definidos para su ejecución. Así, el 31 de octubre, que es el día de los muertos chiquitos, son los niños y jóvenes de cada comparsa quienes —portando sus respectivas máscaras de madera— bailan en un templete que se coloca en la explanada principal del pueblo (los niños durante el día y los jóvenes al caer la noche).  El 1 y el 2 de noviembre es el turno de los adultos, y es entonces cuando cada cuadrilla —guiada por el vaquero, que va ataviado con botas, chaparreras, una reata en la mano derecha, un gran cuerno de toro (en el que sopla para convocar a su cuadrilla) y una máscara con sendos bigotes o con gruesos labios que enmarcan una grotesca sonrisa y que se conoce como “La bocona”— recorre las calles del pueblo bailando, zapateando y gritando porras a su respectiva colonia. Los “viejos” van de casa en casa ofreciendo su baile, y donde son aceptados realizan una danza frente al altar de muertos para luego ser retribuidos con dinero o con frutas y alimentos. Una vez terminado el recorrido, los “viejos” se reúnen en la explanada donde el día anterior bailaron los niños y los jóvenes. Ahí, se realiza un rápido sorteo para definir el orden en que cada cuadrilla subirá al templete a bailar la serie de sones que eligió en los días previos, y la sucesión de bailes durará toda la noche. El 3 de noviembre, los “viejos” se reúnen en la explanada para ir juntos al cementerio, donde se despedirán de las almas que regresaron a visitar el mundo de los vivos dedicándoles una última danza entre las tumbas o en la entrada del cementerio, según la cantidad de gente que se haya reunido. Finalmente, el 30 de noviembre los “viejos” se disfrazan una vez más para realizar la última ofrenda a los difuntos. Ese día eligen a una mujer del poblado para coronarla como reina y bailar después la Danza del destape al ritmo de un son que se llama El tapado. Una vez terminada la danza, los “viejos” se despojan de sus máscaras de madera y recuperan su identidad de seres pertenecientes al mundo terrenal. Cabe mencionar que quienes deciden bailar como “viejos” en la Danza de la viejada adquieren ese compromiso por siete años. Si se pasan de la cuenta, tiene que hacerlo durante un septenio más, ya que el hecho de no cumplir con estos ciclos podría acarrearles mala suerte, desgracias e incluso la muerte.

Danza de la viejada

Originaria del municipio de Misantla, la Danza de los tocotines recrea el paso de los conquistadores españoles por el pueblo de Xico en su camino hacia Tenochtitlán. Con una duración aproximada de cuatro horas, esta danza originalmente se componía de 18 partes en las que se intercalaban diálogos en náhuatl y bailes para narrar la visita de Hernán Cortés a Moctezuma, ambos acompañados por sus respectivos capitanes, caciques y vasallos. Actualmente ya solo se interpreta la coreografía, que se lleva a cabo con el acompañamiento musical de un violín y una guitarra. Los danzantes van ataviados con pantalón rojo adornado con dos hileras de flecos dorados bajo los cuales asoma un pantaloncillo de encaje, camisa blanca cubierta con un peto rojo, mandil del mismo color bordado con hilo plateado y adornado con espejos y flecos dorados, una capa roja bordada también con flecos dorados y un paliacate rojo atado a la muñeca derecha. En la mano izquierda portan un colorido abanico con plumas de colores, y en la derecha llevan una sonaja con la que enfatizan el ritmo de sus pasos de baile. Completa su atuendo una llamativa corona adornada con plumas de colores, flores y espejos, de cuya parte trasera cuelgan largas cintas de colores que llegan hasta la altura de la rodilla. Por su parte, el danzante que encarna a Hernán Cortés viste pantalón blanco, una mascada roja atada a la cintura a modo de faja, casaca militar de cuello alto con hombreras doradas y faldones, y una banda roja cruzada sobre el pecho con la leyenda “¡Viva España!”. Complementa su atuendo con un sombrero bicornio de color negro adornado con una pluma roja, un bastón de mando militar adornado con cintas de colores en la mano derecha y una espada de madera o de latón al cinto. Conforme avanza el relato de la Danza de los tocotines, los bailarines simulan varios enfrentamientos entre las huestes españolas y mexicas hasta que Cortés triunfa sobre Moctezuma. En la última sección bailada, todos los participantes danzan juntos para simbolizar la unión de los dos pueblos.

Danza de los tocotines

Introducida entre la población indígena por los misioneros españoles con el objetivo de dar un sentido evangelizador a las danzas autóctonas mediante la ejemplificación ritual del triunfo del cristianismo sobre el paganismo, la Danza de moros y cristianos es un baile que se encuentra presente en gran parte de los estados de la República Mexicana. En Veracruz, esta danza es interpretada por dos grupos de bailarines que encarnan, respectivamente, a los árabes y a los españoles. Los participantes llevan el rostro cubierto con una máscara de madera y portan en la mano derecha un machete con el que simulan pelear mientras, al ritmo de sones interpretados con flauta y tambor (actualmente, también puede ser con instrumentos de viento y un tambor), desarrollan una sencilla coreografía que consiste en breves giros y pequeños saltos que interrumpen de tanto en tanto para declamar ingeniosos argumentos con los que cada bando defiende su religión. Por supuesto, al final los moros son superados y derrotados por los cristianos.

Danza de moros y cristianos

Similar a esta es la Danza de los santiagueros, también llamada Danza de Santiagos, que representa la lucha y posterior victoria de Santiago Apóstol sobre Poncio Pilatos. El personaje más importante de esta danza es Santiago Apóstol, que lleva el rostro descubierto, un machete en la mano derecha, una cruz de madera en la mano izquierda y un casco plateado con una cruz en la cabeza. Como rasgo distintivo, usa una gran capa roja y va dentro de un caballito blanco de madera y cartón, que sostiene en sus hombros con unas cuerdas. Lo acompañan su hijo, Callintze, interpretado por un niño que también lleva el rostro descubierto y porta un bastón en la mano derecha; Poncio Pilatos (también llamado el Rey moro), que cubre su rostro con una espantosa máscara de madera pintada de color rojo o negro y lleva sobre la cabeza una corona de color negro con picos rojos en forma de flor, además de vestir pantalón y chaqueta de color gris oscuro o negro, una capa negra o roja con franjas blancas, un gran machete en la mano derecha, un pequeño escudo en la mano izquierda y botines de tacón para verse más alto, y el Sabario (general al mando de las huestes de Poncio Pilatos), que lleva la cabeza y el rostro cubiertos con un morrión (casco de armadura). Los integrantes del ejército moro (aproximadamente unos 20 danzantes) van vestidos con pantaloncillo largo de color rojo con flecos blancos o amarillos en los tobillos, camisa blanca de manga larga, una mascada bordada y adornada con flecos de seda que les cruza el pecho desde el hombro izquierdo hasta el lado derecho de la cintura, un mandil bordado con diseños de colores, una pequeña capa de satín adornada con lentejuelas y espejos, y un gorro cónico con cascabeles en la cabeza. Llevan el rostro cubierto con un paliacate rojo o con una máscara adornada con cejas y bigotes dorados, y portan en la mano derecha un machete y en la izquierda un pequeño escudo de madera. Los cristianos (igual número de danzantes) llevan una vestimenta confeccionada con popelina de color azul celeste y portan en la cabeza un sombrero con la mitad del ala recogida y adornada con flores. En algunos municipios de Veracruz —Ixhuatlán de Madero y Chocamán, por ejemplo— la vestimenta de los moros consiste en un pantaloncillo largo de color rojo con flecos blancos o amarillos en los tobillos que va cubierto con una larga falda de colores, camisa roja de manga larga cubierta con un peto amarillo, máscara roja de madera con facciones demoniacas y una especie de corona formada por tres largas varillas adornadas con coloridas flores de papel. El espectáculo comienza con un paseo que ambos ejércitos realizan alrededor de la plaza del pueblo para colocarse uno frente al otro. Se saludan haciéndose mutuas reverencias y luego se desafían y se declaran la guerra. Entonces empieza la danza que, al igual que la Danza de moros y cristianos, consiste en la simulación de un combate a machetazos con pequeños saltos y giros, al compás de sones interpretados con flauta y tambor. De tanto en tanto, la danza se interrumpe para dar paso a narraciones de la vida de Santiago Apóstol y su lucha contra Poncio Pilatos para castigarlo por haber dado muerte a Cristo. Una vez terminada cada parte narrada, los danzantes se arrodillan para alabar a Dios y luego continúan su baile. Mientras se desarrolla el combate (cuyas distintas fases están marcadas con un cambio de ritmo en la música), Pilatos intenta apresar a Callintze. El niño escapa tres veces, pero al final es capturado y Pilatos simula darle muerte y despedazarlo. Después de un momento fuera de escena, el pequeño resucita y, junto con Santiago Apóstol, logra derrotar a las huestes enemigas. Pilatos es apresado y entregado a Santiago Apóstol, quien lo jala del cuello con un paliacate mientras lo exhibe ante el público pregonando el triunfo de la inocencia sobre la maldad. Cabe señalar que en algunas poblaciones de la región del Totonacapan —por ejemplo, en Coahuitlán, Coxquihui y Coyutla— se baila una variante de la Danza de los santiagueros que se conoce como Danza de los ormegas, en la que todos los danzantes (excepto Santiago Apóstol y Callintze) llevan el rostro cubierto con máscaras de madera pintadas de rojo y con nariz prominente, además de que portan dos tiras de cascabeles de bronce cruzadas sobre el pecho y usan unos llamativos penachos alargados formados por tres varillas adornadas con espejos, flores de papel y plumas de colores.

Danza de los santiagueros

También conocida como la Danza de los San Miguelitos, la Danza de los Migueles se realiza en honor a San Miguel Arcángel y es propia de la zona serrana que divide Veracruz y Puebla. Al ritmo de sones interpretados con violín y guitarra, esta danza representa la lucha entre el Bien y el Mal y en ella participan tres personajes principales (San Miguel, San Cristóbal y San Gabriel), tres maringuillas (niñas vestidas de blanco con un velo azul) que encarnan la pureza y un diablo que, tridente en mano, a lo largo de toda la danza tratará de molestar y distraer a los santos y a las maringuillas para que equivoquen sus pasos. Los acompañan dos grupos de bailarines que representan, respectivamente, a los ángeles y los demonios. Los ángeles portan espadas de madera o latón, cascos de cartón adornados con una sola pluma de llamativo color, alas de madera pintadas de dorado y una cruz con un estandarte que lleva bordadas las letras Q, C y D (Quién como Dios). Por su parte, los demonios llevan un tridente de madera en la mano derecha, van vestidos totalmente de negro y llevan el rostro oculto bajo grotescas máscaras de color rojo o negro, adonadas con sendos cuernos. Aunque actualmente ya solo se representa la coreografía, era costumbre que de tanto en tanto los danzantes detuvieran su baile para intercambiar “relaciones”, que son diálogos declamados donde se ensalza el poder de Dios y sus ángeles y se condenan las artimañas del demonio.

Danza de los Migueles

Una de las danzas tradicionales veracruzanas más populares es la Danza de los negritos, de la que se conocen tres variantes, dos de ellas en la región del Totonacapan —la de los negros amarillos (llamada así por el color de la vestimenta de los participantes) y la de los negros emplumados (llamada así por las grandes plumas con que los danzantes adornan sus sombreros)— y otra en la zona costera —la de los negros agachados (llamada así porque los bailarines danzan inclinados hacia adelante)—. De origen colonial, la Danza de los negritos es interpretada por un grupo de diez danzantes (ocho negros, un caporal y una maringuilla) que escenifican un día de trabajo en las plantaciones de caña. Los negros van vestidos con botines de tacón alto, pantalón negro adornado con flecos dorados en la parte baja y flores de colores bordadas en los flancos, camisa blanca de manga larga arremangada hasta el codo, dos mandiles negros con flecos dorados y flores de colores bordadas (uno de ellos atado alrededor de la cintura y el otro atravesado de izquierda a derecha sobre el pecho), pañuelo de color pastel alrededor del cuello y un sombrero característico de color negro con papel de china negro encrespado en la parte de atrás para simular cabello. El ala del sombrero lleva flecos dorados que tapan la frente y los ojos del danzante, y su copa está adornada con flores de papel, plumas, espejos, chaquiras y lentejuelas. El caporal lleva la misma vestimenta, pero tiene el rostro cubierto con una máscara de madera pintada de color negro y porta una fusta de jinete en la mano derecha. La maringuilla (que suele ser un hombre vestido de mujer, aunque actualmente ya hay participación de mujeres en las danzas tradicionales veracruzanas) porta un atuendo largo totalmente blanco con un velo que le cubre el rostro y lleva en la mano derecha una pañoleta cerrada que contiene una vasija con una serpiente de madera que sirve para realizar la representación de la curación de un negro que, durante el trabajo en la plantación, es mordido por el reptil. Al inicio de la danza, en la que se interpretan sones con flauta y tambor o con violín y guitarra (alineaciones a las que a veces se agregan castañuelas), los negros se colocan en dos filas de cuatro integrantes, dejando espacio para que se coloquen entre ellas el caporal (al frente) y la maringuilla (en medio). Durante el baile, los danzantes llevan el brazo derecho sobre el vientre, con el puño cerrado. Por momentos inician un zapateado y se inclinan hacia adelante, con los brazos caídos y girado hacia uno y otro lado, como si estuvieran buscando a la serpiente. La maringuilla baila con el caporal en medio de las dos filas, y luego los negros bailan entre sí, formando parejas (un negro de una fila con un negro de la otra) que pasan al centro por turnos. Cuando ya han bailado los ocho negros, vuelven a bailar todos juntos y la acción se repite una y otra vez mientras dure la música.

Danza de los negritos

Presente en los estados de México, Michoacán, Guerrero, Puebla, Morelos y Veracruz, la Danza de los vaqueros se remonta a finales del siglo XIX y en ella se escenifica —al ritmo de sones interpretados con violín y guitarra— la persecución y captura de un toro por parte de un caporal y sus peones. A la cabeza del grupo de participantes se coloca un danzante que lleva sobre su cabeza un toro hecho de tela, piel o cartón, el cual recorre las calles del poblado seguido de cerca por el caporal. Caracterizados como los peones de la hacienda, los demás danzantes bailan un zapateado alrededor de ellos, haciendo sonar sus espuelas. La danza finaliza con el sacrificio del toro, y en algunos lugares incluso se escenifica una gran comilona con las partes del animal destazado.

Aunque cada vez son menos los lugares donde se interpreta, la Danza de los toreros todavía forma parte de las tradiciones de los municipios de Coxquihui, Coahuitlán, Xico y Mecatlán. Se trata de una danza que plasma el espectáculo taurino, desde la cría del toro hasta la corrida, y en ella pueden participar hasta una veintena de personas ataviadas como toreros, con traje de luces, gorro y capote. El danzante que personifica al caporal lleva también una espada con la que simulará dar muerte al toro, mientras que el mayoral porta un cuchillo. Por su parte, el toro es una figura de madera adornada con listones de colores y banderillas que se coloca sobre la cabeza de un danzante, el cual va al frente de la procesión, dando vueltas y saltos como si se tratara de un animal salvaje. A lo largo de esta danza se interpretan distintos sones con violín y guitarra, como El balanceo, La avellana, El torero mayor, El torero menor, La peregrinación y El borrachito. Cabe señalar que en algunas regiones se interpreta una variante de la Danza de los toreros que posee importantes diferencias: en ella, los danzantes llevan cintas de colores amarradas a las muñecas de ambas manos y van vestidos como charros, con camisa blanca, chaleco, pantalón y sombrero de color negro o café. Además, el toro brilla por su ausencia. En su lugar, al frente de los danzantes se encuentra un grupo de niñas (con coloridas faldas y rebozos) y niños (con camisa, pantalón y gorro multicolores).

Danza de los toreros

Durante la época virreinal, Veracruz se convirtió en uno de los más importantes distribuidores de laúdes, arpas, vihuelas, guitarras, violines y otros instrumentos musicales —tanto de origen europeo como de fabricación propia— para el resto del país. En el ámbito popular, los instrumentos eran fabricados por los propios músicos, que tomaron como base los instrumentos barrocos europeos pero les fueron incluyendo diversas modificaciones —en los materiales de fabricación, el proceso de construcción, la ornamentación e incluso el tamaño— para adaptarlos a las exigencias particulares de su música característica, que floreció a partir de los siglos XVII y XVIII en la variante veracruzana de uno de los géneros representativos de buena parte de nuestro país: el son.

El siquisirí (interpreta Alberto de la Rosa)

Como en casi ninguna otra forma musical mexicana, en el son confluyen las tradiciones de las tres raíces étnicas que forman nuestra cultura: la indígena (en la temática, que suele establecer un vínculo entre el hombre y la naturaleza), la negra (en la riqueza de los ritmos y sonidos) y la europea (en la estructura musical y los instrumentos). El son es un género lírico-coreográfico que se basa en la repetición de un patrón rítmico y armónico con variaciones improvisadas sobre la melodía, alternando o acompañando con música el canto de coplas mientras los bailarines desarrollan diversas coreografías al tiempo que zapatean vigorosamente sobre una tarima, que cumple la función de instrumento percutor.

La iguana

En un inicio, el término “son” se utilizaba para designar genéricamente piezas de corte popular en que se conjuntaban música, canto y baile. Sin embargo, con el tiempo los sones fueron adquiriendo características definidas que permitieron una clasificación estilística y geográfica. Así, en Veracruz podemos encontrar dos tipos de sones: el son jarocho (de origen criollo, predominante en el sur y que suele interpretarse con jarana, requinto y arpa) y el son huasteco (de origen mestizo, predominante en el norte del estado y que se interpreta con guitarra huapanguera, jarana huasteca y violín). Estructuralmente, una de las características más fascinantes de los sones veracruzanos es la libertad creativa e interpretativa desarrollada dentro de un formato cíclico de estrofa-interludio que se repite un número indefinido de veces entre el principio y el final de cada pieza. Por otro lado, existe una relación muy estrecha entre la música y la letra, ya que la primera no se limita a ser mero acompañamiento de la segunda, sino que es parte medular que repercute en el sentido que se da a la pieza interpretada. Así, el mismo son puede interpretarse en modo mayor (alegre, con lo que adquieren un sentido picaresco y festivo) o menor (triste, con lo que adquieren un sentido melancólico y hasta desgarrador) y termina por dar la impresión de ser dos piezas totalmente distintas.

La bruja

Surgido probablemente a finales del siglo XVII y principios del XVIII, el son jarocho es propio de una extensa parte del sur del estado de Veracruz, que abarca desde la zona del puerto y sus alrededores hasta los límites con los estados de Oaxaca y Tabasco, pasando por la Cuenca del Papaloapan, la región de Los Tuxtlas, Coatzacoalcos y Minatitlán. Inicialmente no había una alineación instrumental definida para interpretar sones jarochos, y los grupos que se formaban espontáneamente en cualquier fiesta echaban mano de los instrumentos disponibles en ese momento. Paulatinamente se fue generalizando el uso de un requinto jarocho (también conocido como guitarra de son, es un instrumento de cuatro o cinco cuerdas que se puntean con un plectro elaborado con un hueso o cuerno de toro. Según su tamaño, se le llama jabalina, leona, vozarrona o bocona) para desarrollar la línea melódica, y una o varias jaranas jarochas (instrumento de ocho cuerdas que desciende directamente de la guitarra barroca y que por su tamaño puede clasificarse —de más grande a más pequeña— en jarana tercera, segunda, primera, mosquito o chaquiste) para el acompañamiento rítmico-armónico. Con frecuencia, en la zona del puerto de Veracruz y en algunos lugares de la Cuenca del Papaloapan, como Tlacotalpan, a estos instrumentos se suman un arpa jarocha (que realiza la línea del bajo en las cuerdas graves y variaciones de la melodía en las cuerdas agudas), un violín y algún instrumento de percusión, como la quijada de burro, el marimbol o el pandero octogonal. Esporádicamente, en las fiestas populares conocidas como fandangos (no confundir con el baile popular español del mismo nombre) se pueden apreciar alineaciones más grandes, que incluyen instrumentos como contrabajo, cajón (instrumento de percusión que es, literalmente, una caja de madera que produce diversos timbres y sonidos según la zona de resonancia que el cajonero, sentado sobre el instrumento, golpee con las palmas de sus manos) e incluso saxofón.

Heredero de la tradición musical del Siglo de Oro español, el son jarocho posee una complejidad rítmica basada en los desfases temporales que se producen entre la melodía, la armonía, el zapateado y el canto, los cuales se conocen como contratiempos o contrapunteos. Por si fuera poco, el canto se caracteriza por una peculiar variación en la distribución de acentos dentro de las coplas (llamadas “versos”), en la que la segunda voz —que repite los versos cantados por la primera voz, llamados “pregones”— crea un efecto de contrapunto al cambiar la distribución de los acentos. La gran mayoría de los sones jarochos se cantan en coplas octosílabas y poseen un amplísimo abanico de rimas posibles, sin restricción de combinaciones, aunque también podemos encontrar sones en coplas pentasílabas (Los enanos), hexasílabas (El coco, El jarabe loco), heptasílabas (El colás), alternadas (El pájaro cú, El butaquito), polimétricas (La iguana, La candela, Los negritos) y hasta en esas complejas estrofas de diez versos octosílabos con rima consonante que son las décimas (El amanecer, El son llanero, El zapateado, Las justicias). Cabe mencionar que cuando se hace uso de la décima, lo común es que las coplas se desarrollen de modo prácticamente independiente al acompañamiento musical, siendo declamadas en vez de cantadas por los repentistas, que es como se llama a los improvisadores de este tipo de estrofas, y con el ritmo del zapateado como único acompañamiento.

El colás

La vestimenta tradicional de los bailarines del son jarocho consta, para las mujeres, de una blusa blanca sin mangas, falda amplia plisada, mandil, un abanico en la mano derecha, el cuello adornado con collares y el cabello recogido con una cinta roja y adornado con flores blancas. Los hombres llevan guayabera, pantalón, sombrero y botines —todo de color blanco— y un paliacate rojo anudado al cuello. Según la forma de bailarlos, los sones jarochos pueden clasificarse como sones de montón, de pareja o mixtos. También llamados sones “de mujeres”, los sones de montón son bailados exclusivamente por parejas de mujeres y suelen dar inicio a los fandangos, ya que así los hombres tienen la oportunidad de observar y seleccionar a su posible pareja de baile. Los sones de pareja son, como su nombre lo indica, aquellos en que una mujer y un hombre bailan sobre la tarima, mientras que los sones mixtos son aquellos en que bailan un hombre y dos o más mujeres. 

La guacamaya

Los temas más comunes abordados en los sones jarochos son la naturaleza, los animales, los escenarios geográficos, la belleza de la mujer y el desencanto amoroso. Entre los sones más antiguos, hay algunos que todavía conservan la mirada racista de los colonizadores (La indita y Los negritos, por ejemplo), y no pocos están permeados de cierta amargura y rencor contra los abusivos valores sociales establecidos en aquel entonces por los españoles y contra la moral harto flexible de los representantes de la Iglesia. Es por ello que el sentido burlón y crítico de sus letras escandalizó a las autoridades de la Nueva España, sobre todo a las eclesiásticas, que no dudaron en prohibirlos bajo la acusación de ser verdaderos atentados contra la fe y las buenas costumbres cristianas. Fue ese el caso de El chuchumbé, provocativo son jarocho de versos irreverentes y obscenos cuyas clarísimas alusiones sexuales y de sátira social le granjearon un lugar preferente en las actas de la Santa Inquisición. También con un doble sentido capaz de  incomodar a las buenas conciencias se encuentra La bruja, uno de los sones jarochos más antiguos, cuya letra —que se canta en primera persona, alternando la perspectiva de la bruja y de su “víctima”— navega con picardía e ingenio entre la temática sobrenatural y las alusiones de carácter sexual. Paradójicamente, fueron los mismos intentos de represión por parte de las autoridades los que garantizaron la permanencia de estas obras “degeneradas” al hacerlas ingresar con lujo de detalles en sus registros condenatorios.

El chuchumbé (interpreta Mono Blanco)

El repertorio musical del son jarocho consta de alrededor de un centenar de piezas, entre tradicionales (El curripití, El perico, El piojo y la pulga, La pascua, Los pollitos, La enhorabuena, La petenera, Las poblanas, La llorona, El trompo) y de creación más reciente (El agualluvia, El tilingo lingo, El aguacero, El huateque). Dentro de este amplio catálogo, sobresalen títulos como El siquisirí, El pájaro cú, El butaquito, La iguana, El balajú, El cupido, La guanábana, El toro zacamandú, La lloroncita, La rama, El zapateado, María Chuchena, y, por supuesto, El cascabel, uno de los sones jarochos más antiguos de que se tiene noticia y única pieza musical en español incluida en los discos de oro colocados en 1977 dentro de las sondas espaciales Voyager, los cuales contienen sonidos e imágenes que retratan la diversidad de la vida y la cultura en el planeta Tierra para conocimiento de cualquier forma de vida extraterrestre que las hallase.

El cascabel

Muchos sones jarochos poseen coreografías características, como La guacamaya (en el que las bailarinas mueven los brazos como si fueran alas), La iguana (donde mientras la mujer realiza un zapateado sobre la tarima, el hombre se tira al suelo y empieza a arrastrarse, sacando la lengua y moviéndose como un reptil), el ya mencionado La bruja (donde las participantes bailan con una vela encendida colocada sobre su cabeza), La morena (donde las mujeres se llevan una mano al corazón para simular una dramática despedida), El palomo y la paloma (en el que los bailarines emulan el cortejo amoroso de dichas aves, moviéndose en círculos mientras el galán coquetea insistentemente con la dama, arrodillándose y suplicando su amor hasta que ella extiende su amplia falda como si fueran alas para cobijarlo) y, por supuesto, La bamba, famosísimo son de pareja que es además un reto de virtuosismo para los bailarines, quienes deben utilizar únicamente sus pies para hacer un moño con la faja roja que el hombre lleva enrollada en la cintura.

La bamba

Entre los más destacados intérpretes de son jarocho originarios del estado de Veracruz se encuentran el jaranero y versador Arcadio Hidalgo (1893-1985), nacido en Nopalapan y autor de innumerables coplas que se cantan a lo largo y ancho de la entidad; el jaranero y violinista Pino Silva García; los requintistas Lino Chávez Zamudio (1922-1993) y Daniel Cabrera; los arpistas Andrés Huesca (1917-1957) —nacido en el puerto de Veracruz e incansable difusor del son jarocho en México y Estados Unidos por medio de abundantes producciones discográficas, participaciones en películas y presentaciones en vivo, además de ser el primer músico en grabar La bamba, en 1945—, Nicolás Sosa, Rubén Vázquez Domínguez, Alberto de la Rosa y Carlos Barradas Reali; la cantante y arpista Graciana Silva García (1939-2013) —nacida en Puente Izcoalco y conocida artísticamente como La Negra Graciana— y grupos como el Conjunto Tierra Blanca de Chico Barcelata (fundado en 1946), Los Costeños (fundado en la década de 1950 por el ya mencionado Andrés Huesca), el Conjunto Jarocho Medellín (fundado por el ya mencionado Lino Chávez), Tlen-Huicani (fundado en Xalapa en 1973 y dedicado a rescatar y difundir el patrimonio musical del pueblo veracruzano), Mono Blanco (fundado en 1977 y uno de los principales exponentes del movimiento de renovación del son jarocho), el Conjunto Alma Jarocha (fundado en 1979), Siquisirí (fundado en 1985 en Tlacotalpan), Los Cultivadores del Son (fundado en 1985 en San Andrés Tuxtla y dedicado al rescate de  viejos sones olvidados), Los Parientes de Playa Vicente (fundado en 1987 y dedicado a la investigación y difusión del antiguo son jarocho), Son de Madera (fundado en 1992 en Xalapa), Los Utrera (fundado en 1992 en El Hato, Alvarado), Chuchumbé (fundado en 1993 en Coatzacoalcos y miembro del llamado Movimiento jaranero, que ayudó a reivindicar las raíces del son jarocho), Los Cojolites (fundado en 1995 en Cosoleacaque), Los Vega (fundado en 1998 en Boca de San Miguel, Tlacotalpan), Sonex (fundado en 2005 en Xalapa y caracterizado por fusionar el son jarocho con géneros como el reggae, el blues, el flamenco y el hip-hop), Chéjere (fundado en 2005 y miembro del Movimiento jaranero) y Caña Dulce y Caña Brava (fundado en 2008 y caracterizado por una inusual alineación de cuatro mujeres y un solo hombre), entre muchos otros.

El pájaro cú (interpreta Caña Dulce y Caña Brava)

Por su parte, el son huasteco —también llamado huapango, aunque originalmente el término huapango hacía referencia a las canciones con letra fija, mientras que los sones huastecos eran las piezas con versos improvisados— data del siglo XIX y es propio de Tamaulipas, San Luis Potosí, el norte de Veracruz y, en menor proporción, Hidalgo, Querétaro y Puebla. A diferencia del son jarocho, que posee cierta flexibilidad para adaptarse a las más diversas combinaciones instrumentales según la ocasión de que se trate o la región donde se interprete, el son huasteco es interpretado por una alineación instrumental fija llamada trío huasteco, que está formada—como ya mencionamos— por un violín, una guitarra huapanguera (también llamada quinta huapanguera, puede tener de cinco a ocho cuerdas y posee un cajón de resonancia más grande que el de una guitarra normal) y una jarana huasteca (tiene cinco cuerdas y es más pequeña que la guitarra huapanguera). El violín desarrolla la línea melódica, mientras que la guitarra huapanguera y la jarana huasteca se encargan del acompañamiento rítmico-armónico. Según la acentuación en determinados tiempos del compás, los sones huastecos pueden ser “derechos” (con el acento en los tiempos fuerte y semifuerte) o “atravesados” (con el acento en los tiempos tercero y sexto). En cuanto al canto, se lleva a cabo a dos voces, en forma de responsorio y generalmente a cargo de los músicos que tocan los instrumentos de acompañamiento: la primera voz canta los dos primeros versos, y la segunda voz los repite o contesta con dos versos distintos, añadiendo con frecuencia —a diferencia de los cantores del son jarocho—falsete a su interpretación. Al igual que en el son jarocho, en el son huasteco la improvisación es un elemento de suma importancia que queda plasmado en la espontaneidad de las melodías que, en cada interpretación, el violín y la voz van construyendo sobre una secuencia de acordes definida dentro de una estructura musical invariable que consta de una introducción a cargo del violín, seguida por una alternancia de coplas y partes instrumentales y, de nuevo, la participación del violín para marcar el rápido y sorpresivo final.

La azucena

La vestimenta de los bailarines del son huasteco veracruzano consiste en, para las mujeres, un quexquémitl (prenda similar a un chal) blanco con flecos de colores y una flor de retama bordada en el pecho, falda blanca de doble holán con mandil del mismo color adornado con bordados, collares, pulseras y arracadas, zapatos de tacón blancos, el cabello trenzado con listones de colores en una especie de diadema y un abanico blanco colgado del cuello; los hombres van vestidos con una guayabera (también llamada panuquera) blanca de cuello redondo y manga larga, pantalón de vestir blanco, botines blancos y un tipo de sombrero que se llama tantoyuquero, con ribeteados alrededor de la copa y en las orillas, el cual irá en la mano izquierda del bailarín a lo largo del baile como muestra de respeto hacia su pareja. En lo que respecta a la coreografía, al igual que en el son jarocho, las parejas realizan un rápido y complejo zapateado sobre la tarima, el cual solo disminuye de intensidad cuando intervienen los cantores, ocasión también en que el violín guarda silencio.

La presumida

El repertorio musical del son huasteco consta de alrededor de cincuenta piezas tradicionales, aunque en los últimos años se han incluido composiciones cuya estructura lírica, basada en estrofas fijas, es más cercana a la de la canción. Con la excepción de La gallina, Los chiles verdes y Los camotes (también llamado El camotal, interesante son que se centra en la siembra y el cuidado de dicho alimento, con ingeniosas referencias a las fases de la luna, la temporada de lluvias y otras plantas y frutas comestibles), los sones huastecos carecen de estribillo (a diferencia de los sones jarochos, que sí lo tienen salvo en piezas como El aguanieve, El pájaro carpintero y El buscapiés). Entre los sones huastecos representativos del norte de Veracruz se encuentran El caimán, El gusto, La azucena, El taconcito, La rosa, La leva, El huerfanito, La presumida, El fandanguito y El cielito lindo, aunque cabe señalar que existen sones que se interpretan tanto en el norte como en el sur de Veracruz. El origen y los temas de estos sones compartidos son claramente los mismos, pero en cada región se interpretan de distinta forma y hasta pueden poseer distinta letra, lo cual suele dar pie a las más enredadas confusiones, ya que termina por haber versiones en jarocho y en huasteco de los mismos sones, como sucede con La petenera.

El cielito lindo

Actualmente se puede apreciar la inmensa riqueza de la música tradicional veracruzana en las plazas centrales, las fiestas, las cantinas y los salones de baile de las diversas ciudades del estado, donde a las alineaciones de marimbas y los grupos de sones jarochos o huastecos se suman las danzoneras y los grupos de música tropical. Aunque geográficamente Veracruz no forma parte del Caribe, históricamente posee un profundo vínculo comercial y cultural con esta región. Es por ello que en la entidad —sobre todo en el puerto de Veracruz— florecieron ritmos y bailes caribeños como el danzón, creado por Miguel Faílde (1852-1921), músico originario de Matanzas, Cuba. Elemento ya propio de la identidad veracruzana, el danzón llegó al estado en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, con la presencia de alineaciones e intérpretes cubanos como la Orquesta de Severiano Pacheco (músico campechano de ascendencia cubana) y Albertico Gómez, la famosísima Orquesta de los Chinos Ramírez, la Orquesta de Tiburcio Hernández, Babuco (timbalero al que se adjudica la inconfundible expresión “¡Hey familia! Danzón dedicado a…”) y Consejo Valiente Roberts (1899-1987), mejor conocido como Acerina, timbalero y compositor que se estableció en nuestro país en 1913. Pronto, los músicos veracruzanos se apropiaron del danzón, primero interpretando las piezas originarias de Cuba y luego creando sus propios temas. Rápidamente, en el puerto de Veracruz se desarrolló una intensa actividad que giraba en torno a este género musical, sobre todo en el barrio de La Huaca, y ya para la década de 1930 el danzón era reconocido como una de las formas de baile más arraigadas en la cultura popular de la entidad. Las danzoneras cubanas fundacionales se disolvieron o emigraron, y dejaron su lugar a agrupaciones integradas en su totalidad por músicos veracruzanos y de otras partes del país, como la danzonera Alma de Sotavento, la danzonera Actopan de Juan Carreto, las orquestas de Cipriano Camarero, Güicho Argumedo, Gildardo Hernández, Camerino Vásquez y, sobre todo, la danzonera de Alejandro Cardona (1911-1988) —destacado trompetista conocido como el Louis Armstrong mexicano— y la danzonera La Playa, fundada en 1938 por el trombonista autodidacta Germán Varela Salazar.

Minatitlán (interpretan Alejandro Cardona y su danzonera)

Interpretada por alineaciones de piano, trompeta, clarinete, flauta, timbales, güiro y claves, la música sutil, sensual y elegante del danzón es bailada por parejas en las que las mujeres suelen ir ataviadas con vestido de holanes y encajes, chal, abanico en la mano y zapatos de tacón, con el cabello recogido en chongo y adornado con una flor, mientras que los hombres llevan guayabera y sombrero. Entre los danzones veracruzanos más destacados se encuentran Mi Poza Rica, La tía Gloria, El choleño, El pajarito noqueador, Flor de primavera, Arturo el Jarocho, Mi danzón, Mi lindo Veracruz, El 13-20, El libanés, Minatitlán, Aurora y Smyrna Club.

Danzón en el Zócalo de Veracruz

En las décadas de 1940 y 1950, el son montuno y el bolero cubano ocuparon un lugar preferencial en el gusto del público veracruzano, y pronto surgieron en la entidad agrupaciones de corte antillano como el Trío de Manuel Peregrino Álvarez (mejor conocido como el Negro Peregrino, hermano de la legendaria cantante Toña la Negra), el Trío Caribe, el Trío Hermanos Cantarell, Moscovita y sus Guajiros (alineación fundada por Pedro Domínguez Castillo “Moscovita” [1916-1989] a finales de los años cuarenta), Los pregoneros del recuerdo (grupo fundado en 1955 por el clarinetista y saxofonista tlacotalpeño Carlos Pitalúa [1931-1999]), el Quinteto Mocambo (fundado en 1975 por Rafael Santos Zamorano [1940-2022]) y Juventud Sonera (fundada en 2001, esta agrupación retoma las raíces del son montuno).

Glorioso Veracruz (interpretan Manuel Peregrino Álvarez y su Trío)

Pero la invasión de la música caribeña en Veracruz no se limitó al danzón, el son montuno y el bolero cubano. También a finales de la década de 1940, la llegada a México de grandes exponentes del mambo cubano como Dámaso Pérez Prado (1916-1989) y Benny Moré (1919-1963) llevó a los eventos sociales de la entidad los alegres ritmos de dicho género, así como del chachachá y otras variantes la de música bailable proveniente del Caribe, agrupadas bajo el término genérico de música tropical e interpretadas por grupos que  —tomando como inspiración la legendaria Sonora Matancera, fundada en la década de 1920 en la ciudad de Matanzas— se caracterizaron por una sonoridad rica y potente debida en gran medida a sus nutridas alineaciones formadas por dos cantantes, varias guitarras, tres cubano (instrumento cordófono derivado de la guitarra), dos o tres trompetas, conga (también llamada tumbadora), bongós y hasta piano y contrabajo. Entre las agrupaciones de música tropical —llamadas orquestas, conjuntos y, más tarde, sonoras— veracruzanas más destacadas se encuentran el Conjunto Tropical Veracruz (fundado por el timbalista Víctor Olivares), la Orquesta de Memo Salamanca (1924-2008) —notable pianista, compositor y arreglista nacido en Tlacotalpan y autor de piezas como el mambo Isabel, Mambo a la Núñez, Linda jarocha, Mambo en trombón, Rumbambo y Serenata guajira—, el Conjunto Anacaona (fundado en 1949 por Federico Sánchez, pianista veracruzano de origen oaxaqueño), el Conjunto Cienfuegos (fundado por el trompetista Manolo Gudiño y de cuya alineación se desprendieron en 1980 los músicos que formaron la Orquesta de Música Tradicional Moscovita, liderada por el ya mencionado Pedro Domínguez Castillo y dedicada al rescate y difusión de la música afrocaribeña tradicional veracruzana), el Conjunto Caribe de Cuco Hernández, el Conjunto Tropical Copacabana, el Conjunto Siboney de Miguel Rodríguez y la Sonora Veracruz (fundada por el trompetista Toño Barcelata).

El pescador (interpreta la Sonora Veracruz)

Fusión de la cumbia colombiana con el son montuno y el mambo cubano, la cumbia del sureste (denominada así para diferenciarla de la cumbia sureña de Oaxaca y Guerrero, la cumbia tropical de Ciudad de México y la cumbia norteña de Tamaulipas y Nuevo León) cobró especial auge en Campeche, Chiapas, Yucatán, Tabasco, Quintana Roo y Veracruz a principios de la década de 1960 y hasta bien entrada la década de 1980. Caracterizada por un ritmo rápido y alineaciones instrumentales que incluyen trompetas, saxofones, güiro, guitarra y bajo eléctricos, congas, batería acústica, sintetizadores y en ocasiones hasta acordeón, la cumbia del sureste posee un sonsonete característico que ha hecho que se le llame “chunchaca”. Entre los grupos que definieron el panorama de la chunchaca veracruzana se encuentran Los Flamers (fundado en 1964 en el puerto de Veracruz), Los Siete Latinos (fundado en 1968 en Catemaco), El Super Show de Los Vaskez (fundado en 1968 en Acayucan), Los Zemvers (fundado en 1970 en Zempoala), Junior Klan (fundado en 1972 en Piedras Negras), Nativo Show (fundado en Paso de Ovejas en 1978), Super Lamas (fundado en 1981 en Actopan), el Grupo Audaz de Rigo Domínguez, Jivaro Show (fundado en 1989 en Xalapa y principal exponente de la cumbia jarocha, la cual es una variante de la cumbia que incluye arpa jarocha) y Master Kumbia (fundado en el puerto de Veracruz en 2008).

Cumbia con arpa (intrpreta Jivaro Show)

Finalmente, es necesario mencionar que entre los principales representantes de los diversos estilos y formas de la música popular veracruzana se encuentran el médico y compositor Narciso Serradell Sevilla (1843-1910), nacido en Alvarado y autor de la famosa canción La golondrina, también conocida como Las golondrinas, melancólico tema que no puede faltar en ninguna ceremonia de despedida; Ángel J. Garrido (1881-1924), nacido en Xalapa y autor de numerosos valses, entre los que destaca el famoso Cuando escuches este vals; el compositor y actor Lorenzo Barcelata Castro (1889-1943), nacido en Tlalixcoyan y autor de canciones como María Elena (también conocida como Tuyo es mi corazón), El coconito y Por ti aprendí a querer; los hermanos Carlos (1907-1972) y Pablo (1910-1987) Martínez Gil, cantantes y guitarristas nacidos en Misantla y autores de temas como La jarochita, Chacha linda, Adivinanza y Cachito de mi alma; José Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), cantautor nacido en Orizaba y famoso por desarrollar una amplia producción musical dedicada al público infantil con su personaje de Cri-Cri, el grillito cantor; el guitarrista y compositor Claudio Estrada Báez (1910-1984), nacido en el Puerto de Veracruz y autor de boleros como Albricias, Yo te quise, Una traición, Luto en el alma y Contigo, este último uno de los grandes éxitos del trío Los Panchos; los gemelos Miguel Ángel (1912-1979) y José Ángel (1912-1994) Díaz y González de Castilla, compositores, cantantes y guitarristas nacidos en el Puerto de Veracruz que, con el nombre de Los Cuates Castilla, escribieron e interpretaron numerosas canciones y boleros entre los que destacan Cuando ya no me quieras, Flor silvestre y Mi segundo amor; la cantante de ascendencia haitiana María Antonia del Carmen Peregrino Álvarez (1912-1982), nacida en la ciudad de Veracruz y famosa por sus interpretaciones de los boleros de Agustín Lara bajo el nombre artístico de Toña la Negra; el pianista y compositor Mario Ruiz Armengol (1914-2002), nacido en la ciudad de Veracruz y autor de una vasta producción que incluye obras sinfónicas, para piano, danzas cubanas, valses, boleros y un largo etcétera; el cantante y compositor Eduardo Alarcón Leal (1916-1965), nacido en la ciudad de Veracruz y autor de canciones como ¡Ay corazón! y Aunque pasen los años, la cual fue uno de los grandes éxitos de Jorge Negrete; el guitarrista, cantante y compositor Carlos Arturo Briz (1917-1973), nacido en Túxpam y autor de boleros entre los que destaca Encadenados, uno de los grandes éxitos del trío Los Panchos; el actor y barítono Hugo Avendaño (1927-1998), nacido en Túxpam y una de las figuras más aplaudidas del programa radiofónico La hora azul de la XEW, además de uno de los grandes intérpretes de las canciones de Agustín Lara, quien a su vez afirmaba haber nacido en Tlacotalpan; la cantante Francisca Viveros Barradas (1947), nacida en Alto Lucero y famosa por sus interpretaciones de canciones rancheras, boleros y otros géneros populares en los que censura y ridiculiza la cultura machista con el nombre artístico de Paquita la del Barrio; el cantautor y guitarrista David Haro Nava (1951), nacido en Jáltipan de Morelos y uno de los principales representantes de la trova latinoamericana; el compositor Roberto González (1952-2021), nacido en Alvarado y figura emblemática del rock rupestre al lado de Rafael Catana (1955), nacido en la ciudad de Veracruz; Armando Chacha Antele (1956), nacido en Santiago Tuxtla y considerado uno de los más notables compositores e intérpretes de danzón, bolero y son jarocho, y el versátil conjunto musical Los João, formado en Xalapa en 1967 y caracterizado por agregar ritmos de samba y bossa nova a su muy particular estilo interpretativo.

Chacha linda (interpretan los hermanos Martínez Gil)

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