De gitanos y títeres: dos obras de Manuel de Falla

por José Antonio Palafox En mayo del 2019 el sello discográfico Naxos Records lanzó al mercado una nueva grabación de El amor brujo y El […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación julio 6, 2019

por José Antonio Palafox

En mayo del 2019 el sello discográfico Naxos Records lanzó al mercado una nueva grabación de El amor brujo y El retablo de Maese Pedro, dos de las obras más representativas de Manuel de Falla (1876-1946), considerado el compositor español más importante de la primera mitad del siglo XX.

Este lanzamiento no puede pasar desapercibido ni para el escucha neófito ni para el melómano avezado, sobre todo porque, en el caso de El amor brujo, se trata de una reconstrucción (hecha en 1986 por el musicólogo Antonio Gallego) de la versión original compuesta en 1915 y porque, juntas, ambas obras encarnan las dos principales vertientes que conforman el corpus creativo de Manuel de Falla: por un lado, un nacionalismo fuertemente inspirado en el folclore andaluz, y por el otro, las búsquedas estilísticas de las vanguardias contemporáneas (sobre todo el impresionismo y el neoclasicismo).

Compuesta originalmente para un pequeño grupo de 15 instrumentos y una cantaora de flamenco, El amor brujo (1915) es una “gitanería” de marcada estructura nacionalista con abundantes evocaciones del cante jondo que recrea, no sin cierta carga romántica, el áspero y pasional mundo de los gitanos que tanta fascinación había ejercido en compositores como Georges Bizet (Carmen), Antonín Dvořák (Melodías gitanas, Op. 55), Johann Strauss (El barón gitano) y Johannes Brahms (Canciones gitanas, Op. 103). El amor brujo surgió a petición de la cantaora Pastora Imperio, y consta de trece escenas —algunas instrumentales, otras narradas y otras cantadas y bailadas— en las que se narra una historia tomada del repertorio tradicional gitano: el ritual que debe seguir la joven y bella Candela para librarse del fantasma de su antiguo amante, un impetuoso gitano infiel y celoso. Sin embargo, a pesar de su colorida orquestación que incluye delicados toques impresionistas, enérgicas fanfarrias, sensuales danzas y las siempre cautivantes inflexiones y ornamentos propios del cante jondo, la obra no fue bien recibida por la crítica, que la consideró “poco española”. Ante este recibimiento, el compositor agregó más instrumentos, redujo la duración y eliminó prácticamente en su totalidad la parte vocal. En 1916 estrenó la obra en su versión de concierto, pero continuó haciendo cambios, supresiones y reordenación del material hasta 1925, año en que volvió a estrenar El amor brujo, ahora en su versión definitiva como ballet. Esa es la versión más conocida y grabada hoy en día, pero el argumento y la estructura de la “gitanería” son distintos a los del ballet, lo que hace que en realidad sean obras distintas, aunque las ideas musicales de la última están contenidas en la primera.

Tres años después de El amor brujo, Manuel de Falla inició la composición de El retablo de Maese Pedro, una obra musical para teatro de títeres basada en el capítulo 26 de la segunda parte del Don Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra. También resultado de una petición hecha por una dama, en este caso Winnaretta Singer, princesa de Polignac (en cuyo salón se reunían artistas del calibre de Claude Monet, Isadora Duncan, Igor Stravinski, Maurice Ravel y Claude Debussy), la obra tardó cinco años en ser completada y con ella el compositor hizo entrega de una elegante fusión estructural entre pasado y presente: haciendo uso de una brillante orquestación que incluye instrumentos antiguos como el arpa-laúd y el clavecín, Falla entreteje un mosaico sonoro en el que se encuentran presentes desde la música andalusí medieval hasta los incisivos ritmos y las armonías disonantes propios del neoclasicismo contemporáneo (tomando sobre todo como modelo la obra de Igor Stravinski), pasando por discretas referencias al Siglo de Oro y el Barroco españoles, todo lo cual en conjunto permite al oyente transportarse de la época del romance narrado a la del Quijote, sin abandonar en ningún momento el marco estilístico de principios del siglo XX. Pero eso no es todo: el compositor también se permitió un audaz y delicioso final en una tonalidad “equivocada” que confirma la locura del Caballero de la Triste Figura.

El retablo de Maese Pedro es lo que hoy denominaríamos una ópera de cámara, tanto por su duración como por su reducida orquesta y la presencia de solo tres solistas: el trujamán (un niño que declama con una agresiva salmodia similar al sonsonete de los pregoneros todo lo que sucede en el retablo), Maese Pedro y Don Quijote. Notable reflexión sobre el teatro dentro del teatro que se subdivide en varios episodios muy breves protagonizados mayormente por títeres —en este punto conviene recordar que en esos años otros creadores también recurrieron a ellos en sus obras, por ejemplo el compositor alemán Paul Hindemith en Das Nusch-Nuschi (1920) o el escritor Ramón del Valle-Inclán en las farsas para títeres incluidas en El retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte (1926)— la trama de El retablo de Maese Pedro sigue fielmente la situación creada por Cervantes: Don Quijote y Sancho Panza observan como espectadores el espectáculo que maese Pedro, un titiritero, presenta en su retablo: la historia de la bella Melisendra, que se encuentra prisionera del rey moro Marsilio en una torre de la ciudad de Sansueña. Para rescatarla llega desde París su esposo, el valiente Gaiferos, por orden del emperador Carlomagno. Pero Don Quijote, gran conocedor de historias de caballerías, se inmiscuye en la narración para corregir los errores que, a su parecer, comete el trujamán. Cuando don Gaiferos consigue liberar a su mujer y es perseguido por una caterva de moros, Don Quijote se levanta exaltado y —dispuesto a ayudar a tan noble paladín— empieza a descabezar títeres a diestro y siniestro, para desesperación de maese Pedro y diversión de los demás espectadores.

Y es para deleite del escucha contemporáneo que Naxos Records editó este magnífico CD, donde el maestro Ángel Gil-Ordóñez y el Perspectives Ensemble, acompañados de un puñado de solistas de primerísimo nivel —la cantaora Esperanza Fernández (quien hace una verdadera creación personal del personaje de Candela), la soprano estadounidense Jennifer Zetlan como el trujamán, el barítono español Alfredo García como Don Quijote y el tenor mexicano Jorge Garza como Maese Pedro— nos ofrecen una vigorosa e inspirada interpretación de estas dos grandes obras de Manuel de Falla. A destacar particularmente la clara y equilibrada lectura de la esperada Danza ritual del fuego en El amor brujo, así como la absorbente atmósfera lograda a lo largo de El retablo de Maese Pedro. Como referencia inmediata tenemos la grabación que de estas mismas obras hizo en 1990 la Orquesta de Cambra Teatre Lliure de Barcelona bajo la dirección de Josep Pons con la cantaora Ginesa Ortega, el sopranista Joan Martin, el barítono Iñaki Fresán y el tenor Joan Cabero, la cual se encuentra editada bajo el sello Harmonia Mundi. Invitamos al lector a escucharlas ambas, porque en cada una encontrará distintos detalles que enriquecerán su percepción del genio creativo de Manuel de Falla.

Manuel de Falla: Canción del fuego fatuo (El amor brujo) / Esperanza Fernández (cantaora) y el Perspectives Ensemble, dirige Ángel Gil-Ordóñez

Jose Antonio Palafox
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