Generalmente reconocido como “el padre” espiritual de la música clásica rusa, su influencia fue enorme sobre compositores como Balakirev, Borodin, Cui, Rimsky-Korsakov, Tchaikovsky, Anton Rubinstein y hasta Stravinsky.
Hijo de padre terrateniente, militar retirado, padeció de una salud muy frágil; desde pequeño fue sobreprotegido y recluido por una de sus abuelas. Estudió y tocaba piano y violín; mas tarde estudiaría composición en Berlín. Políglota y, a pesar de su salud, gran viajero y adepto a la buena vida: vino, mujeres, canción y doctores. Durante una estancia en Italia, entre los 26 y 29 años, descubrió la ópera italiana y conoció a Bellini, Donizetti, Mendelssohn y Berlioz.
Prolífico compositor, abandonó el individualismo típico del romanticismo de la época y, desde luego el ambiente aristocrático del clasicismo. Su material es del pueblo, y su material base consiste en canciones folclóricas. El coro (encarnación de las masas rusas) crece en importancia en sus óperas. Esta tendencia gana fuerza con sus sucesores, y en la obra maestra de la música rusa, la ópera Boris Godunov (1872) de Mussorgsky, el héroe no es ningún tenor, ni aún un individuo, sino el mismo coro, el alma del pueblo ruso.
Glinka es conocido principalmente por sus dos óperas: Una vida para el zar (1836), estrenada con gran éxito, y Ruslan y Ludmila (1842), que representa un avance enorme sobre su primera ópera, y deja atrás todo vestigio del estilo italiano; sin embargo, fue un sonado fracaso. Hoy, las oberturas de ambas son parte del repertorio de orquestas sinfónicas de todo el mundo; las óperas se escenifican frecuentemente en Rusia y, en menor escala, en otras salas.
Pasó los últimos años de su vida entre San Petersburgo, Varsovia, París y Berlín donde falleció a los 52 años.
Russlan y Ludmila (Obertura)
Sonata para viola en re mayor
La alondra para piano (arr. Balakirev)
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