Por Francesco Milella
A partir de la segunda mitad del siglo XIX y, aún más intensamente, después de la Guerra de Reforma (1858-1861), el repertorio italiano y, con ello, Gioachino Rossini tuvieron que dejar su lugar a la nueva ópera francesa. Sin desaparecer por completo (óperas como El Barbero y Semiramide no abandonarán nunca los escenarios mexicanos), la ópera italiana fue paulatinamente substituida por las nuevas composiciones de Charles Gounod, Georges Bizet, Jacques Offenbach y otros autores menores como Charles Lecocq y Victor Massé. La ópera-comique, la opereta y el grand-ópera – las tres formas esenciales de la tradición operística francesa de esos años – invadieron los teatros mexicanos iniciando una moda que terminaría solamente con el porfiriato y el inicio de la Revolución.
Solamente con la llegada de Maximiliano en 1864 la tradición italiana volvió a resucitar, aunque por breve tiempo. Después de haber transcurrido los años de su juventud al servicio de la nueva flota militar austriaca, en 1857 Maximiliano fue nombrado gobernador de Lombardia y el Veneto, fijando su residencia en la ciudad de Milán y, posteriormente, en la cercana Villa Reale en Monza, junto a su esposa Carlota. Es inevitable pensar que, conociendo tan de cerca la realidad italiana, Maximiliano no haya sentido el encanto de la ópera en la Scala y en otros teatros menores del norte de Italia, hasta Trieste, su última residencia antes de aceptar el encargo como Emperador de México. Eran los años de Giuseppe Verdi: sus nuevas óperas se alternaban con los grandes títulos de la tradición belcantista de Rossini, Donizetti y Bellini.
En realidad, el inicio del Imperio mexicano no tuvo directas consecuencias en las temporadas de los teatros: los cambios fueron demasiado lentos y el futuro del Emperador demasiado frágil y breve para poderse concretizar en transformaciones definitivas. Aun así, los años de Maximiliano nos entregan uno de los documentos más fascinantes y desconocidos de la intensa relación entre Rossini y México, descubierto en 1970 en la British Library y recientemente analizado por la musicóloga estadounidense Denise Gallo del Music Division of the Library of Congress en Washington: una Fanfara (fanfarria) para instrumentos de aliento y percusión compuesta por Gioachino Rossini y dedicada a Maximiliano, Emperador de México. A pesar de los escasos documentos que poseemos sobre esta curiosa composición, Denise Gallo ha logrado construir su historia desde Italia hasta México: su elaborada génesis, sus diferentes versiones, su versión mexicana. Es una historia breve, que merece ser contada en sus capítulos más relevantes.
Dos son los momentos que sobresalen en esta historia. En 1865, el nombre de Rossini aparece en el Almanaque Imperial entre los galardonados con la Gran Cruz del Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe (años después aparecerían también Don J. Verdi, compositor, y el Sr. Liszt, pianista, aunque con un título menor por importancia). El 4 de noviembre del mismo año El Diario del Imperio nos informa que, en ocasión del onomástico de la Emperatriz Carlota, en el Teatro de la Corte fue ejecutada una Fanfara expresamente compuesta por “el gran Rossini” y dedicada al Emperador: “La música de cámara tocó entonces la Fanfare que el célebre maestro Rossini ha compuesto recientemente, dedicándosela al Emperador. Es una bella composición notable por su sencillez y el buen gusto de sus armonías” (6 de noviembre). No sabemos si la Fanfara fue enviada antes o después de haber recibido este honor, es posible que Rossini haya compuesto su Fanfarria como regalo por el título honorífico recibido, pero tampoco podemos descartar lo contrario. Cualquiera que haya sido la sucesión cronológica de estos eventos, es indiscutible que Rossini quiso honorar al nuevo Emperador Mexicano con un regalo especial, pero menos original de lo que nos podríamos imaginar (no por esto podemos criticar al anciano y enfermo Rossini, que a lo largo de toda su trayectoria recicló una buena parte de sus composiciones para distintas ocasiones).
De hecho, la Fanfara es en realidad una nueva versión de la pequeña obra que Rossini había compuesto en 1858 y publicado como Petit Fanfare en su antología de piezas para piano (a dos y cuatro manos) conocida como Péchés de Vieillesse (Pecados de Vejez). Agotado por su frágil estado mental, Rossini utilizaría nuevamente el tema en 1868 para una nueva marcha, La Corona d’Italia, compuesta para el Rey de Italia Vittorio Emanuele II como agradecimiento por haber recibido el título honorífico que lleva el mismo nombre de la marcha: La Corona d’Italia, hoy conocida como una de las mejores obras para banda de Rossini (además de ser su última composición) fue, probablemente, compuesta a partir de la Fanfara dedicada a Maximiliano en 1865. Pero su historia no termina aquí.
En noviembre de 1868 Rossini muere: un año después, la Fanfara, hasta ese momento conocida solo a través de manuscritos, será publicada por primera vez, entrando así en la historia. El descubrimiento de dicho documento en la British Library de Londres en 1970 llevará, por diferentes caminos –incluida la edición moderna de William A. Schaefer con el título Scherzo for Band (1977)-, a despertar el interés de Philip Gossett, editor general de la Rossini Edition, quien en 1998 incluirá la Fanfara en los catálogos oficiales de las composiciones de Gioachino Rossini.
Petit Fanfare (piano a cuatro manos)
La Corona d’Italia
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