Un niño de nombre Smetana

Se sentó en aquella banca que acostumbraba ocupar desde tiempos remotos. Frente al Moldava. Desde que era un chiquillo

Por Música en México Última Modificación febrero 26, 2024

por Eusebio Ruvalcaba

Se sentó en aquella banca que acostumbraba ocupar desde tiempos remotos. Frente al Moldava. Desde que era un chiquillo. En medio de sus padres. Ahora ya no vivía ninguno de los dos. Su padre le arrojaba al río objetos que se encontraba en la basura, y el pequeño Bedřich brincaba a la corriente y regresaba con su trofeo. Desde luego, su madre siempre se había opuesto; pero su opinión no contaba. También se había sentado con su novia Fátima. A quien le había contado todas esas historias. Armaban una cantidad innumerable de sueños. Que si su música sería escuchada por todos los ciudadanos de Praga. Que tarde o temprano compondría un poema sinfónico en honor al Moldava. Que crearía una ópera de nombre La novia vendida. Su pasión atropellaba cada palabra que salía de su boca. Era difícil mantener la ecuanimidad cuando se hablaba de música. Para él. Desde que había sido un niño había tomado clases de piano. Y desde entonces las ideas vinculadas a la música le salían en jirones. Pero no así las notas. Cobraban vida a velocidad inusitada. Delante de sus ojos. Pero sobre todo delante de sus oídos. Su oído absoluto era una proeza de la naturaleza humana. Era capaz de identificar la corriente del Moldava. Como si el fluir acuático fuese la voz propia de aquel río histórico.


Se vio dirigiendo la Sinfonía Praga de Mozart en el Teatro de la Ópera. Era su favorita. Recién había cumplido 50 años. Las cosas ahora tenían un brillo distinto. De haber sido rubicundo, esta vez los rasgos de su rostro pronunciaban un aire sombrío. Se le veía desaliñado. O más que eso, abandonado. Dejado de sí. Como si hubiese transcurrido más tiempo del prudente desde el último baño. Pese a ser el compositor checo por antonomasia, el más cotizado, el más valioso, se había topado de frente con el conservadurismo más recalcitrante. Nadie quería oír hablar de Liszt, y menos de Wagner. Los dos compositores representantes de la nueva música. Se trataba de mantener la música encasillada, no abierta a nuevos horizontes. Él había insistido. Hasta la saciedad. Tratando de mediar, armaba las programaciones con el suficiente equilibrio para evitar tocar uno u otro extremo. Hasta que el comité se hartó. Sin tentarse el corazón. Le dijeron hasta nunca. De eso no había sido hacía mucho. Aunque no lograba dilucidar el tiempo. Como tantas cosas de esa nueva realidad que lo circundaba.

Pero Bedřich Smetana no se intimidaba. Otras cosas lo afligían más.

La sordera y la locura.

Había compuesto su ya célebre cuarteto al que había puesto por nombre De mi vida. Cómo amaba esa música. Su intento fue plasmar en ella todo lo que afligía su existencia cotidiana. Que era su padecimiento auditivo. Todo había empezado con un sonido punzante. Como el ruido agudo y persistente del silbato de una fábrica. No duraba más de unos segundos. Pero era imposible aplacarlo. Había consultado médicos, y aplicado todos los remedios que se le habían sugerido. La voz se había corrido, y oleadas de gente acudían todos los días a su casa a preguntar cómo seguía el autor de El Moldava, aquel poema sinfónico que había soñado con las manos de su novia en las suyas. Porque vaya que si esa música se había incrustado en el corazón mismo de los checos. Habían hecho un himno de esa melodía épica. Poseía la tensión dramática, el ritmo, el suspenso trágico de la música más profunda y humana.

Pero ante la persistencia de aquel sonido, la enfermedad iba adquiriendo formas poliédricas en su cerebro. La visión se iba enturbiando hasta desaparecer. Se afianzaba de donde podía, cualquier mueble que estuviera próximo, lo que fuera, y rodaba por el suelo. Aunque siempre había gente dispuesta a ver por él, todo mundo se alarmó –Praga entera– cuando se escapó de casa. Que no fue una vez. Fueron varias. Siempre habían dado con él. Pero ya no había nada que hacer. La familia decidió encerrarlo en un manicomio. Precisamente aquella mañana lo habían llevado hasta las márgenes de su amigo el río. Para que se despidiera de él.

El Moldava le devolvió la paz.

Publicado en la Revista de la Universidad de México, núm. 150, agosto de 2016.

Bedřich Smetana: El Moldava / Orquesta Filarmónica de Berlín, dirige Herbert von Karajan

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