Como muchas obras de Brahms, el Canto del destino –considerado uno de los más nobles poemas sinfónico-corales de la historia de la música– tuvo una gestación larga y, al menos en apariencia, poco convencida. La partitura fue perfeccionada en mayo de 1871, pero la idea originaria surge en años anteriores. En 1868, en los días de la interpretación en Hamburgo del Requiem alemán, durante una excursión en la localidad de Wilhelmshaven, Brahms anotó las primeras notas del poema. Confesó a sus amigos Reinthaler y Dietrich estar impresionado por el Schicksalslied contenido en el Hyperion del gran poeta Hölderlin. Entonces surge la idea de una versión musical de aquel texto. La partitura fue desarrollada en silencio hasta mayo de 1871. Brahms la retomó al comienzo del verano y la trabajó paralelamente a otras obras: en especial los dos cuartetos de cuerda op.51 y las colecciones liederísticas op.57 y op.58. No se sabe si esta larga incubación fue fortuita o debida a los replanteamientos típicos del compositor (perplejidad referida sobretodo al final de la pieza).
El Schicksalslied op. 54 es considerada la primera pieza coral de una serie de tres: Nänie op. 82 y el Canto de las parcas op. 89. No sólo la inspiración de estas obras remite a temas antiguos o mitológicos, a través de replanteamientos de poetas modernos, sino que al fin es el mensaje espiritual lo que las anima. Son obras caracterizadas por una forma próxima a la balada coral y con la impronta del tema del destino. El Canto del destino, por ejemplo, se propone como una meditación musical sobre el “misterio” unido al destino del ser humano: el tema de la injusticia entre los “beatos del empíreo” y los hombres que se debaten en una angustia irresoluble. El op. 54 se acerca al Requiem alemán (algunos lo llaman incluso el Pequeño requiem) sobre todo debido a que el tema está constituido por el eterno contraste entre la vida y la muerte, entre las miserias terrenas y los consuelos celestiales.
Pero, ¿por qué Hölderlin? Es de señalar que Brahms fue acusado de un excesivo gusto clasicista (cuando en realidad su interés por los modelos del pasado –Palestrina, Bach, Haendel– era cuando menos vivo y progresivo). Hölderlin sufrió una suerte parecida, dado que se debatía entre dos dimensiones espirituales opuestas: la clásica, debido a su predilección por la antigua Grecia; y la romántica, caracterizada por enfáticos excesos de la imaginación. También en el literato alemán se produce la misma coexistencia conflictiva entre el anhelo por el equilibrio formal y el abandono romántico. Se añade que un tema recurrente en Hölderlin era el contraste mismo entre la paz imperturbable de los dioses y la suerte de los humanos. Muchos y profundos son, por tanto, los puntos de sintonía entre Brahms y Hölderlin.
Las estrofas del texto elegido por Brahms son tres, dos de ellas episodios corales, como en la Rapsodia para contralto. La orquesta abre la pieza con un adagio. Inicia con una atmósfera a la vez misteriosa y alegre, de suma pureza e inmaterialidad. Tres son los incisos, todos marcados con soluciones tímbricas y coloristas refinadas y evocadoras: el primero propuesto por la voz oscura de las contraltos sobre un diseño de las flautas. La primera estrofa termina dejando en el oyente una imagen de fijeza estática, prolongada con una conclusión orquestal confiada al oboe y el corno. En cambio, son los trombones quienes abren la segunda estrofa, que se desarrolla como la primera, al hacer más tangible el drama que está sobreviniendo.
El allegro en Do menor viene a continuación, se presenta como una explosión dramática con el fin de mostrar en su cruda realidad el destino que tiraniza a la humanidad. El coro canta al unísono “Pero a nosotros no nos es dado”, mientras que la inquietud deviene progresivamente en una mezcolanza de líneas puras y perfiles diabólicos, para desembocar por último en un relámpago de desesperación. En este grito queda simbolizada la humanidad que no halla descanso: un desasosiego expuesto en términos musicales a través de una fluctuación exasperada, continua, que parece no tener fin. Son de suma importancia las elecciones expresivas de Brahms: voces aisladas, pausas gélidas que quiebran el discurso cantado, la profundidad en la región grave de los chelos y contrabajos, pianissimos inesperados que causan turbación.
La obra concluye, como se ha señalado, con un movimiento sólo orquestal en Do mayor. A propósito de este finale desprovisto de voces hay que recordar lo que Brahms confió a Reinthaler: “He intentado escribir una conclusión para el coro, pero siempre hay algo que no me convence. Habría querido expresar el “misterio”, misterio que el poeta no ha expresado y ciertamente habría sido mejor, también para él, que lo que falta hubiera sido el elemento principal.” La última parte consiste pues en un adagio instrumental, que retoma y desarrolla el motivo de la introducción: una reexposición definida como estática, inspirada en la reconciliación de aquellos elementos que al inicio parecían irreconciliables.
El Schicksalslied op.54 se estrenó el 18 de octubre de 1871 en Karlsruhe, Alemania.
Fuente: Poggi, Amedeo y Vallora, Edgar. Brahms. Repertorio completo. Cátedra/ clásica. 1999.
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