Sinfonía de primavera

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el cine alemán se encontraba sin rumbo y pasaba por uno de los peores momentos de su historia.

Sinfonía de primavera
Por Música en México Última Modificación julio 17, 2021

En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el cine alemán se encontraba sin rumbo y pasaba por uno de los peores momentos de su historia. Salvo contadas excepciones —por ejemplo, El rey loco (Helmut Käutner, 1955) y El puente (Bernhard Wicki, 1959)—  la producción cinematográfica alemana se encontraba empantanada en una mediocridad donde pesaba la ausencia de grandes figuras como Fritz Lang, Friedrich Murnau o Josef von Sternberg. Esta situación continuó hasta que, en 1962, un grupo de jóvenes cineastas —influidos por las teorías estéticas e ideológicas de la Nouvelle Vague francesa— reaccionó contra el estancamiento creativo y, bajo la consigna “El viejo cine está muerto. Nosotros creemos en el nuevo cine”, firmaron una declaración colectiva conocida como el Manifiesto de Oberhausen, que se convirtió en una de las piedras angulares del Nuevo Cine Alemán.

Entre los veintiséis realizadores que firmaron el Manifiesto de Oberhausen se encontraban personalidades hoy ineludibles como Wolfgang Urchs (1922-2016), Alexander Kluge (1932), Edgar Reitz (1932), Hansjürgen Pohland (1934-2014), Christian Doermer (1935) y Peter Schamoni (1934-2011). Segundo de cuatro hermanos también dedicados al cine, a lo largo de su carrera Peter Schamoni dirigió más de una veintena de cortometrajes y mediometrajes —entre los que destacan Brutalidad en piedra (1961) y Hundertwassers Regentag (1971), que fue nominado al Óscar—, siete largometrajes documentales —entre los que destacan Max Ernst: Mein Vagabundieren – Meine Unruhe (1991) y Niki de Saint Phalle: Wer ist das Monster – du oder ich? (1996)— y seis largometrajes de ficción —entre los que destacan La veda del zorro (1966), uno de los filmes representativos del Nuevo Cine Alemán, y Sinfonía de primavera (1983), única película donde abordó el mundo de la música—.

Estamos en el Leipzig de la primera mitad del siglo XIX, en los años iniciales del Romanticismo musical. Ludwig van Beethoven (1770-1827) ha abierto nuevos caminos estilísticos por los que no tardarán en transitar figuras como Frédéric Chopin (1810-1849) y Franz Liszt (1811-1886), y es en este panorama lleno de vastas posibilidades expresivas que lucha por abrirse paso Robert Schumann (1810-1856), un joven idealista que, después de asistir a un concierto ofrecido por el virtuoso violinista italiano Niccolò Paganini (1782-1840) en Frankfurt, decide abandonar sus estudios de derecho para labrarse un nombre como músico. Para lograr su objetivo, Schumann se pone bajo la tutela de Friedrich Wieck (1785-1873), renombrado profesor de piano que inmediatamente reconoce el talento del joven y se compromete a convertirlo en el mejor pianista de Europa. Schumann, entonces con 20 años de edad, no tarda en entablar una cálida amistad con la adorada hija de su maestro, Clara Wieck (1819-1896), quien a sus 11 años de edad es considerada una niña prodigio del piano. Desafortunadamente, una lesión en la mano derecha impedirá a Schumann continuar con su sueño de convertirse en concertista, por lo que se refugia en la composición. A la pequeña Clara le gustan las piezas que escribe Schumann, y se da a la tarea de interpretarlas cada que puede en los conciertos que ofrece. Pronto la amistad entre el novel compositor y la experimentada pianista se convierte en amor, y en 1837 —puesto que Clara todavía era menor de edad— piden permiso a Friedrich Wieck para casarse. Sin embargo, Wieck se niega tajantemente a dar su consentimiento. Astutamente, sospecha que Schumann (un compositor sin reputación y, peor aún, sin un ingreso estable) solo quiere aprovecharse del talento y el renombre de Clara para alcanzar la fama. Por supuesto, no menciona que él lleva una vida holgada gracias a las continuas giras que realiza con su hija a lo largo y ancho de Europa, pero sostiene su negativa en la incapacidad económica de Schumann para ofrecer a su hija una vida digna. Los enamorados acuden entonces a los tribunales y empieza así una desgastante batalla legal que llena de amargura la relación entre maestro y exalumno y quiebra el aparentemente perfecto vínculo entre padre e hija. Finalmente la ley falla a favor de Robert Schumann y Clara Wieck, quienes se casan el 12 de septiembre de 1840, un día antes de que la joven cumpla la mayoría de edad. Para celebrar su triunfo sobre la adversidad, el compositor escribe su Sinfonía No. 1, Primavera, que es estrenada en marzo de 1841 por Felix Mendelssohn (1809-1847). En ese mismo año nacerá la primera de sus ocho hijos, y Johannes Brahms no tardará en aparecer en sus vidas, pero esa es ya otra historia.

Más allá de la consabida historia de amor en cuyo beneficio Peter Schamoni se toma algunas libertades narrativas, Sinfonía de primavera es la acertada crónica de un gran talento musical femenino limitado y silenciado por dos figuras masculinas, entre las que el cineasta establece un pasmoso paralelismo. Y es que, visto fríamente, el enfrentamiento legal entre Friederich Wieck y Robert Schumann es en realidad la lucha por la posesión de una mujer que les puede reportar grandes beneficios económicos, y ahí es donde sale a relucir el lado utilitario de ambos personajes. Para Friederich Wieck, Clara es su posesión más preciada. Como vemos desde su primera aparición, el hombre ha planeado la carrera y la vida de la niña hasta el más mínimo detalle. No solo la somete a una educación estricta y metódica, sino que —con un inquietante celo rayano en el incesto— le prodiga todo tipo de cuidados y atenciones. A cambio, la joven le proporciona una vida cómoda obtenida gracias a los abundantes conciertos que ofrece en las principales ciudades europeas. A fin de cuentas, Wieck ha preparado a su hija para producir dinero. Cuando los jueces fallan en su contra, el hombre siente que su mundo se derrumba porque la joven era —literalmente— el centro de su vida. Friedrich Wieck abandona una ciudad a la que ya nada lo ata, llevándose consigo no solo el recuerdo, sino también los ahorros de su hija. Por su parte, Robert Schumann comparte con Clara la pasión por la música, y —hasta donde su narcisismo lo permite— se enamora de ella. Pero cuando se ve obligado a abandonar sus aspiraciones como concertista, empieza a quejarse de que por culpa de su mala situación económica no puede sentarse a componer como quisiera. Esto hace que el acto de pedir la mano de Clara sea más literal de lo que parece, puesto que en realidad lo que Schumann hace es pedir las manos de la afamada pianista para que interpreten sus obras. Al final, el compositor consolidará su vocación musical, y Clara quedará relegada a su sombra. En una de las escenas finales de la película, cuando la pareja se ha mudado a un modesto departamento, Clara comenta a Schumann que su padre le ha enviado su piano, a lo que el compositor responde, no sin una agresividad difícilmente disimulada: “Pues espero que el departamento no sea demasiado pequeño para albergar dos pianos”. La joven queda visiblemente desconcertada, porque semejante comentario le pone de manifiesto que quizá las objeciones de Friedrich Wieck a ese matrimonio no estaban tan equivocadas.

Filmada en Alemania, Austria y Francia, Sinfonía de primavera cuenta con una estilizada fotografía y una espléndida ambientación de época (que incluye, por ejemplo, el uso de pianofortes para conseguir mayor exactitud histórica). El cantante de rock y actor alemán Herbert Grönemeyer (Das Boot) interpreta con singular entusiasmo a un Robert Schumann obsesionado con la creación musical, mientras que la cautivante Nastassja Kinski (Tess, Cat People, Paris, Texas) da vida a una Clara Wieck de carácter fuerte, independiente, refinada y sensible. Mención aparte merece el prolífico actor alemán Rolf Hoppe (Orfeo en los infiernos, Mephisto), que encarna de manera memorable a Friedrich Wieck. Completan el reparto el cineasta austriaco Bernhard Wicki (El puente, El día más largo) como el barón von Fricken —acaudalado padre adoptivo de la primera chica con quien Schumann intentó casarse, quizá buscando mejorar su situación económica—, el actor y cineasta austriaco André Heller (Karl May, Hitler: ein Film aus Deutschland, Doktor Faustus) como Felix Mendelssohn y la pequeña Anja-Christine Preussler como Clara Wieck cuando niña. Como dato de trivia, el gran violinista letón Gidon Kremer (1947) aparece en pantalla como Niccolò Paganini.

Por supuesto, la banda sonora de Sinfonía de primavera es una verdadera delicia, y cuenta con la participación de solistas como el ya mencionado Gidon Kremer, los pianistas Babette Hierholzer (1957), Wilhelm Kempff (1895-1991) e Ivo Pogorelich (1958), el barítono Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012), los directores de orquesta Manfred Rosenberg (1929-2020) y Wolfgang Sawallisch (1923-2013) y el ensamble vocal Berliner Hymnentafel.
Desafortunadamente, la única versión completa de Sinfonía de primavera que pudimos encontrar no está en su idioma original (alemán) sino doblada al español de España. Esperamos que esto no sea impedimento para que el amable lector disfrute la película.

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