Orquesta Sinfónica del Teatro Marinsky – Valery Gergiev
Shostakóvich decidió componer una obra majestuosa sobre los terribles momentos que se vivían dada la invasión alemana a Rusia: sería su Séptima Sinfonía, principiada en agosto de 1941. A mediados de septiembre habría concluido los dos primeros movimientos y así lo informó a la población de Leningrado en una emisión especial por radio:
“Hace una hora terminé de orquestar el segundo movimiento de mi más reciente composición. Si logro trabajar bien y puedo terminar el tercer y cuarto movimientos, la obra será mi Séptima Sinfonía. A pesar de la guerra y el peligro que amenaza a Leningrado, escribí muy rápidamente los dos primeros movimientos […] Les cuento esto para que sepan que la vida continúa en nuestra ciudad. Como nativo de Leningrado […] siento agudamente la tensión del momento. Mi vida y mi obra están íntimamente ligadas a esta ciudad”.
Los alemanes cortaron las últimas líneas ferroviarias que quedaban y se inició el larguísimo sitio de Leningrado, que duraría novecientos días.
A pesar de los bombardeos diarios, Shostakóvich continuó componiendo. El 27 de septiembre, justo al terminar el tercer movimiento, recibió órdenes terminantes de abandonar Leningrado. Con su esposa e hijos, llevando consigo los manuscritos de Lady Macbeth y de la nueva sinfonía y casi sin equipaje, salió por avión a Moscú, angustiado por dejar a su madre y a Marusia, su hermana mayor en la asediada ciudad. Se refugió en Kuibyshev, hoy Samara, a orillas del Volga, y el 27 de diciembre de 1941 puso punto final a la Séptima Sinfonía, titulada A la ciudad de Leningrado.
La orquesta del Teatro Bolshoi de Moscú y su director Samuil Samosud –refugiados también en Kuibyshev–, tocaron ahí el estreno mundial de la Séptima, con enorme éxito, en marzo de 1942. A fines de ese mes se tocó en Moscú en un concierto transmitido internacionalmente por radio. La obra adquirió el carácter simbólico de la heroica resistencia de Leningrado y capturó la atención universal. La partitura fue reproducida en microfilme que, como si fuera un documento ultrasecreto, se envió por avión de Moscú a Teherán, por tierra de ahí a El Cairo y otra vez por avión a Casablanca, donde lo recogió un barco de guerra norteamericano que lo llevó a los Estados Unidos.
En un concierto transmitido por radio a todo el país, Arturo Toscanini dirigió el estreno estadounidense el 19 de julio de 1942. Carlos Chávez la estrenó poco después en México. Solamente ese año se toco casi un centenar de veces en todo el mundo.
En Leningrado, la Filarmónica estaba reducida a quince integrantes. Los demás habían muerto o desaparecido o se encontraban en el frente de batalla. Con mil dificultades logró el director Karl Eliásberg reunir a un grupo suficiente de músicos y la sinfonía se tocó el 9 de agosto en un memorable concierto que, en medio de bombardeos, se transmitió por radio a la ciudad a la que está dedicada.
La Séptima sinfonía se toca hoy con menor frecuencia que otras obras de su autor. Es inusitadamente larga, y quizá por las circunstancias en que fue compuesta, no mantiene un nivel uniforme de inspiración y de calidad. Al lado de movimientos de gran profundidad, como el Adagio, hay páginas excesivamente grandilocuentes de interés más histórico que musical.
La atmósfera de terror interno creada por Stalin se relajó considerablemente durante la guerra, a un grado que no ocurría desde la época de los veinte. Stalin requería de la solidaridad general y, por ello, las purgas se suspendieron y amainó también la persecución religiosa. En tanto que antes de la guerra la suspicacia era general y nadie confiaba en nadie ni en nada, el enemigo ahora era perfectamente visible e identificable: los nazis. Ante el enemigo común se restableció un mínimo de solidaridad entre la población. Se publicaron libros de escritores “malditos” como Zóshenko, Ana Ajmátova, acallada desde hacía muchos años, dio históricos recitales poéticos y Pasternak empezó a escribir nuevamente.
Fuente: Prieto, Carlos. Dimitri Shostakóvich. Genio y drama, México, FCE, 2013
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