Tocar la muerte: cuando la música siente la guerra

La música y la guerra parecen hoy hablar dos idiomas opuestos. Sin embargo, sus historias se han ido cruzando de distintas formas

Por Francesco Milella Última Modificación enero 16, 2024

Por Francesco Milella

La música y la guerra parecen hoy hablar dos idiomas opuestos. Sin embargo, sus historias se han ido cruzando de distintas formas hasta llegar a transformarse en sinónimos y enemigos al mismo tiempo. La historia de una nos cuenta la historia de la otra. Los cambios de una reflejan los cambios de otra. 

Guerras de ayer y hoy

Por años, en la escuela, estudiamos las guerras del pasado: Atenas contra Esparta, Escipión contra Aníbal, España contra Inglaterra, Alemania contra Rusia, Estados Unidos contra todos. Conocimos batallas y generales de hace mil o quinientos años con la tranquilidad de que solo la distancia cronológica parecía ofrecernos, como si esos episodios nos estuvieran hablando de eventos demasiado lejanos en el tiempo para afectarnos. Y luego volvíamos a casa: nuestros padres prendían la tele para ver las noticias antes de cenar y nos dábamos cuenta – o quizás no – de cómo esos mismos eventos que habíamos estudiado en clase llenaban nuestro presente. La distancia ya no era cronológica sino – en los casos más afortunados – geográfica y social: guerras en Ucrania, en Israel, entre árabes y judíos, entre sunitas y chiitas. Mundos demasiado lejanos para sentir una verdadera empatía. Los medios desde luego no facilitaban las cosas con su sensacionalismo espectacular capaz de anestesiar nuestras miradas como las más sensacionales películas de Hollywood. Uso el tiempo pasado porque pienso en mi infancia, aunque quizás sea el presente el más adecuado: pocos acontecimientos humanos han logrado mantenerse intactos a lo largo de la historia como la guerra. Han cambiado las técnicas y las tecnologías, pero la barbarie de la guerra sigue siendo la misma.

Pensar la guerra a través de la música

Se estarán preguntando porque comenzamos hablando de guerra en una página cuyo único interés es la música. Claro, los hechos más recientes en Ucrania y la franja de Gaza nos están enfrentando nuevamente con la brutal actualidad de la palabra ‘guerra’, tan antigua como el ser humano. Pero ¿qué tiene que ver la música y su historia? Déjenme plantearles otra pregunta: si la música ha sido y sigue siendo el espejo de la sociedad que la produce y escucha, ¿podemos acercarnos a ella para entender la forma en la que el hombre ha vivido, imaginado, soñado o rechazado la guerra en los últimos cinco siglos? La respuesta es sí. Las referencias al mundo militar abundan en la historia de la música militar, desde los cañones en la Obertura 1812 de Tchaikovsky y los tambores en la Sinfonía Militar no. 100 de Haydn hasta los brutales paisajes sonoros de las sinfonías de Shostakovich y los cuartetos de Messiaen compuestos al final de la Segunda Guerra Mundial. Creo que la respuesta es más clara ahora. ¿Qué nos cuentan estas obras respecto a la forma en la que sus sociedades vivieron la guerra? ¿Podemos trazar una historia de la guerra a través de la música clásica? Les propongo dos ejemplos, o, más bien, a dos compositores que dedicaron varias de sus notas musicales al mundo de la guerra.

Del siglo XVII…

El primero es Wolfgang Amadeus Mozart. Estamos en la segunda mitad del siglo XVIII. Son los años de la Ilustración: una paz aparente parece dominar el continente europeo bajo la sabia mirada de María Teresa de Austria y de todos aquellos monarcas que decidieron abrazar las ideas de Voltaire y Rousseau en nombre de una política teóricamente más justa. La guerra no ha parado, pero parece vivir en un mundo lejano: el mundo árabe donde el ejército Habsburgo lucha para contener la expansión del imperio otomano o entre Canadá y Estados Unidos donde Francia e Inglaterra luchan por el dominio de América del Norte. La guerra no es parte del mundo real: algo que sucede fuera de casa, en mundos lejanos y exóticos que pocos conocían de verdad. Mozart no es una excepción: él vive la guerra como un juego en el que los cañones y los tambores marcan el ritmo de unos soldados que nunca lucharán, héroes de papel en un mundo de colores. Y así la representa en su música. Las contradanzas K 587 ‘La victoria del héroe Koburg’ y K 535 ‘La Batalla’, compuestas para una de las muchas fiestas vienesas a las que Mozart amaba participar, nos presentan un mundo militar profundamente infantil: el arma es un juguete y el uniforme un disfraz. Encerrado en los privilegios de la ciudad, Mozart cuenta la guerra que había visto en los cuadros de las grandes familias austriacas, que había leído en los periódicos de propaganda imperial: un mundo de valor sin sufrimiento, de acción sin muerte. Un mundo capaz de inspirar nuevos sonidos con sus tambores y trompetas sin ningún tipo de implicación emocional. 

…al siglo XX

Nada que ver con lo que el compositor ruso Dimitri Shostakovich (1907-1975) tuvo que vivir. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) había cambiado por completo las reglas de la guerra reemplazando la idea dieciochesca de la batalla con la guerra de atrición con el objetivo de causar el debilitamiento del enemigo con ataques frecuentes y constantes. Con la Segunda Guerra Mundial esta estrategia alcanza niveles de brutalidad inaudita: la guerra sale definitivamente del campo de batalla – ese campo que Mozart había contado con tanta ingenuidad – para entrar en la ciudad, apoderarse de la vida de la gente común y arrebatar su libertad y dignidad. La guerra se transforma en una experiencia total y totalizante de la que nadie, ni los más débiles, pueden escapar. Acabar con el enemigo significa acabar con su dignidad, su cultura, su identidad. Y Shostakovich lo vive sobre su propia piel cuando residía en Leningrado (hoy San Petersburgo) durante el asedio de los alemanes entre 1941 y 1944, uno de los más largos y extenuantes de la historia. Su Sinfonía no. 7 es el diario de este asedio: un diario que podemos leer – o, más bien, escuchar – a dos niveles complementarios. Un nivel nos cuenta los hechos que ocurren en esos largos, trágicos meses de asedio, desde la llegada del ejército nazi hasta su derrota, con la fuerza fotográfica y narrativa de un documental. Pero hay otro nivel, más personal y humano, en donde la música deja de ser un instrumento para contar y se transforma en un canal de desahogo psicológico y denuncia. La música se vuelve disonante, tensa, agresiva para mirar el dolor y acoger el trauma del ser humano ante una guerra que deja de ser un juego de tambores y soldaditos: la guerra del siglo XX se acerca al hombre común, lo toca, lo violenta, lo mortifica, lo mata.

Parecería obvio imaginar el recorrido que une Mozart a Shostakovich, el siglo XVIII con el siglo XX, como la transformación de una guerra cada vez más violenta. La guerra, yo creo, nunca ha dejado de ser lo que es. Lo que sí fue cambiando fue su carácter que se ha vuelto totalizante: su brutalidad se fue acercando del campo fuera de la ciudad a la ciudad misma llevándose consigo la vida de todos. La música quizás nos pueda ayudar a entender este cambio. Pero hay más: esta expansión traumática de la guerra fue cambiando la función misma de la música. De tinta colorada para celebrar el juego de la acción militar, la música se transforma siglo tras siglo en un elemento esencial del mundo bélico, capaz de apoyarlo con hábiles mensajes de propaganda en los casos más trágicos, o derrotarlo con la resistencia del canto comunitario y exorcizarlo con la fuerza de una terapia social. 

Francesco Milella para Música en México

Francesco Milella
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