Adriana Lecouvreur en el Auditorio Nacional: una ópera para recordar

por José Antonio Palafox El pasado 12 de enero, en un Auditorio Nacional con bastante afluencia de público, tuvimos la oportunidad de presenciar una de […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación enero 25, 2019

por José Antonio Palafox

El pasado 12 de enero, en un Auditorio Nacional con bastante afluencia de público, tuvimos la oportunidad de presenciar una de las mejores producciones transmitidas por el Met de Nueva York en su temporada 2018-2019: la Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea, compositor que es un importante eslabón transicional no solo de la tradición operística del bel canto a la corriente del verismo, sino también de las estructuras del Romanticismo del siglo XIX a las nuevas búsquedas sonoras del siglo XX.

A Cilea se le conoce prácticamente solo por la romanza “Il lamento di Federico” de L’arlesiana (tercera de sus cinco óperas) y por Adriana Lecouvreur (su cuarta ópera), poderosa historia de amor, engaño, despecho y asesinato que puede contarse entre las obras más notables dentro de la historia de la ópera italiana, lo cual no es poco decir, y en esta ocasión el Met de Nueva York reunió a una impresionante terna de cantantes para dar vida a los protagonistas de esta intensa composición: la soprano Anna Netrebko como la orgullosa actriz Adriana Lecouvreur; la mezzosoprano Anita Rachvelishvili como la vengativa princesa de Bouillon, rival de amores de Adriana; y el tenor Piotr Beczała como Maurizio, conde de Sajonia y objeto del amor de ambas mujeres.


Francesco Cilea:
Monólogo de Fedra (Adriana Lecouvreur) / Anna Netrebko (Adriana) y la orquesta del Met, dirige Gianandrea Noseda

Aunque de una tesitura relativamente baja, el de Adriana Lecouvreur es un papel difícil que exige de la cantante que lo interpreta dotes vocales precisas, magnetismo escénico y una gran capacidad expresiva, cualidades que —sin duda— Anna Netrebko posee en gran medida. Verdadero acierto resultó la elección de esta diva operística para encarnar a una diva teatral cuyo apasionado amor la conduce, literalmente, a la muerte. Comentábamos en nuestra reseña a la Aida de Verdi protagonizada por Netrebko en octubre del 2018 que la voz de esta soprano ha adquirido un atractivo tono oscuro, el cual en esta Adriana Lecouvreur hizo que, desde Io son l’umile ancella, su aria inicial, prácticamente todas y cada una de sus intervenciones fueran reconocidas con prolongadas ovaciones por parte del público. Sin dar señales de agotamiento, Netrebko hizo evolucionar a su personaje con maestría y elegancia, bastándole una mirada o un leve trémolo en la voz para transmitirnos orgullo, vulnerabilidad o miedo. A destacar el soberbio momento del tercer acto en que declamó con sobrecogedora emotividad el monólogo de la Fedra de Jean Racine, y el conmovedor final de la ópera, cuando —ya en el umbral de la muerte— la mente de Adriana divaga entre sus dos grandes amores: Maurizio y el teatro. Ahí, la sombría belleza que Netrebko imprimió a su voz nos dejó con la sangre helada.

Por su parte, Piotr Beczała dio vida a un conde Maurizio de muy ágil presencia y magnífico desempeño vocal. Sin duda, su voz es una de las más poderosas, expresivas y cálidas que hemos escuchado en los últimos tiempos, lo cual dio una admirable contundencia a momentos como La dolcissima efigie en el primer acto o L’anima ho stanca en el segundo acto. Además, a pesar de los falsos besos “apasionados” como de película de Rodolfo Valentino, su acertada química escénica con Anna Netrebko agregó un disfrutable extra a sus intervenciones, como en No, la mia fronte, el intenso dúo final, donde consiguió proyectar un gran sufrimiento al ver como la vida de su amada se extingue sin que él pueda hacer nada para evitarlo.

 

Francesco Cilea: L’anima ho stanca (Adriana Lecouvreur) / Piotr Beczała (Maurizio) y la orquesta del Met, dirige Gianandrea Noseda

Con una arrolladora presencia escénica y un aún más admirable despliegue vocal, la mezzosoprano Anita Rachvelishvili encarnó a una inolvidable princesa de Bouillon de gélida mirada y despectivo gesto que nos hacían temer en todo momento por la pobre Adriana. Su impecable técnica la hizo desplazarse cómodamente de los agudos más incisivos a los graves más fascinantes, con lo que hizo entrega de convincentes momentos llenos de dramatismo, como cuando cantó Acerba voluttà, su aria inicial. Al igual que sucedió en la ya mencionada Aida, donde también encarnó a la antagonista, una vez más Rachvelishvili demostró que no se deja amilanar por los grandes nombres y se le puso al tú por tú a Netrebko en Non risponde; Aprite!, el intenso dueto del segundo acto donde las dos rivales se encuentran frente a frente por primera vez, en la semioscuridad del palacio del príncipe de Bouillon.

El reparto fue completado de manera admirable por una tercia de voces italianas: el bajo Ambrogio Maestri como el sensible y bonachón Michonnet, el tenor Carlo Bosi como el intrigante abad y el bajo Maurizio Muraro como el coscolino príncipe de Bouillon. El Michonnet de Maestri derrochó una agradable ternura paternal que hizo aún más doloroso su silencioso amor por Adriana, revelado al público en la conmovedora Ecco il monologo, mientras que la tremenda pareja formada por el abad (con mefistofélicos bigotes y cejas) y el príncipe provocó más de una carcajada entre el público con sus divertidos esfuerzos para seducir a las actrices de la compañía teatral de Michonnet.

 

Francesco Cilea: fragmento de Non risponde; Aprite! (Adriana Lecouvreur) / Anna Netrebko (Adriana), Anita Rachvelishvili (Princesa de Bouillon) y la orquesta del Met, dirige Gianandrea Noseda

Otro acierto fue la puesta en escena de sir David McVicar, quien optó por respetar la época en que se desarrolla Adriana Lecouvreur y nos transportó al París de principios del siglo XVIII con una escenografía y vestuarios de fidelidad poco menos que cinematográfica y una elegante iluminación en deuda con los mejores cuadros de Rembrandt. Un inteligente uso del espacio escénico nos permitió situarnos tras bambalinas en el teatro de la Comédie-Française mientras Adriana Lecouvreur “actuaba” frente a un público fuera de escena para luego ser espectadores, junto con los miembros del coro del Met (que, aunque vocalmente no tienen un papel fundamental en esta ópera, fungieron perfectamente como concurrencia en un ingenioso juego de teatro dentro del teatro), de una exquisita representación coreográfica de “El juicio de Paris”, estructurada en la mejor tradición del Barroco y, finalmente, testigos de la muerte por envenenamiento de la protagonista y de una caravana final de los actores del teatro, que puso brillante punto final a la lectura propuesta por McVicar.

Finalmente, el maestro Gianandrea Noseda ofreció una impecable interpretación de la partitura de Cilea, cuya rica estructura tímbrica y melódica hizo de esta una de las óperas más interesantes de principios del siglo XX. El director se tomó su tiempo para crear las atmósferas adecuadas, y puso especial énfasis en el delicado uso del arpa y los alientos, así como en los dinámicos arrebatos de las cuerdas, pero evitó caer en el típico efecto “melodramático” a que esto puede prestarse. Desde los primeros compases, la orquesta del Met mostró un controlado balance que no abandonó en ningún momento, retirándose discretamente a segundo plano o luciendo en todo su esplendor según ameritara la ocasión. Cuando cayó el telón final y se encendieron las luces del Met y del Auditorio Nacional, la prolongada ovación y los rabiosos aplausos para todos y cada uno de los artífices de esta puesta en escena nos confirmaron que habíamos presenciado una Adriana Lecouvreur digna de recordarse por mucho tiempo.

 

Francesco Cilea: fragmento de Parliam di cosa lieta (Adriana Lecouvreur) / Anna Netrebko (Adriana), Piotr Beczała (Maurizio) y la orquesta del Met, dirige Gianandrea Noseda

Jose Antonio Palafox
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