Por Francesco Milella
Los esfuerzos que el mundo académico mexicano había realizado en los años del romanticismo para difundir la música de Johann Sebastian Bach, con el nuevo siglo consiguieron resultados sorprendentes. Primeros promotores de este “renacimiento” fueron Luis Moctezuma (1875 – 1954), destacado pianista y maestro del Conservatorio, y Alberto Villaseñor (1870 – 1909) pianista y profesor de música, ambos capaces de consolidar más concretamente lo que Felipe de Jesús Villanueva Gutiérrez había sembrado a finales del siglo XIX.
Luis Moctezuma se acercó a Johann Sebastian Bach a través de Chopin y de las recomendaciones que el gran polaco había dejado en sus escritos y en sus apuntes. Moctezuma, junto a los compañeros del curso de armonía de Gustavo A. Campa en la Academia de Música, comenzó a estudiar vorazmente sus preludios y sus invenciones así como el Clave bien temperado. Ingresado al Conservatorio Nacional de Música en 1903, Moctezuma planteó inmediatamente la necesidad de introducir la música de Bach en la enseñanza del piano. A partir de 1906, año en que Moctezuma retomó la cátedra tras una breve pausa de dos años, Bach entró definitivamente en la historia pianística de México. Una entrada reiterada por el primer concierto completamente dedicado a Bach que el mismo Moctezuma había organizado el 10 de septiembre de 1906 frente a Justo Sierra, Secretario de Educación Pública y de las Bellas Artes.
Alberto Villaseñor, brillante discípulo de Carlos J. Meneses, tuvo el privilegio de conocer la música de Johann Sebastian Bach en Leipzig, su ciudad. Villaseñor había obtenido una beca del gobierno mexicano para perfeccionar sus estudios en Europa y ahí, entre Wagner y los grandes románticos, había descubierto al gran cantor. Al volver a México, en 1908 Villaseñor ocupó el puesto de Ricardo Castro, recién nombrado director del Conservatorio Nacional de Música, en la cátedra de piano. La labor de Villaseñor fue esencial y benéfica para la difusión de la música de Bach, a pesar de la hostilidad de Castro hacia el Kantor.
Con la prematura muerte de Alberto Villaseñor, ocurrida en 1909, su herencia pedagógica fue recogida por sus colegas y sus alumnos. Así, la música de Johann Sebastian Bach siguió viviendo en la labor de numerosos compositores e intérpretes, musicalmente educados en Alemania. Gracias a esta segunda generación de músicos, Bach fue lentamente ampliando su repertorio en México abarcando también otros mundos y otros instrumentos: el violín, el órgano, el canto y, finalmente, el repertorio coral vivieron en estos años un primer renacimiento. Figuras como el violinista Luis G. Saloma, fundador en 1896 del Cuarteto Saloma, el organista José Guadalupe Velázquez o la soprano María Bonilla fueron promotores generosos y atentos en la difusión del repertorio bachiano entre sus alumnos, futuros protagonistas del siglo XX mexicano.
De todos estos músicos mexicanos que, con mayor o menor intensidad, alimentaron el repertorio bachiano en tierras mexicanas después de Moctezuma y Villaseñor, el más relevante, el que dejó la herencia más notable fue, sin lugar a duda, Carlos del Castillo (1882 – 1959). Pianista y compositor de extraordinaria personalidad, después de una larga estancia en el viejo continente, del Castillo volvió a su tierra natal para dedicarse por completo a la enseñanza. Motor de su actividad pedagógica fue la Academia Juan Sebastian Bach fundada en la Ciudad de México en 1907. Las palabras que el maestro Gustavo E. Campa pronunció frente a del Castillo el día de la inauguración explican más que cualquier otra descripción la admiración y el entusiasmo con que el mundo de la música mexicana consideraba el genio de Bach y aplaudía la fundación de tan importante centro cultural:
«El hombre que lo fue todo en la música, el verdadero maestro de los maestros, el creador del arte, merece el homenaje, tanto como usted merecerá el aplauso de todos los que sabemos lo que significa perseguir un ideal de nobleza y bondad, y comenzar a realizarlo.» (citado en El camino de Bach, J. C. Romero, p 587)
Quizás pocos se estaban dando cuenta, muchos incluso parecían ignorar su presencia abrumados por las nuevas tendencias del siglo XX y los nuevos nacionalismos de compositores como Silvestre Revueltas y Carlos Chávez. Pero Johann Sebastian Bach, sin (casi) nunca aparecer en el escenario, había ocupado definitivamente un papel central en las escuelas de música, en las academias, en las clases de los más finos pianistas mexicanos y en los centros intelectuales de la capital. Y desde ahí participaba en uno de los siglos más grandes de la historia de la música mexicana.
Variaciones Goldberb – Andras Schiff
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