Bach en México: silencios y romanticismos (II)

Por Francesco Milella Más allá de los teatros y de las sociedades musicales que desde el 1824, año de fundación de la Sociedad Filarmónica Mexicana, […]

Por Francesco Milella Última Modificación septiembre 17, 2017

Por Francesco Milella

Más allá de los teatros y de las sociedades musicales que desde el 1824, año de fundación de la Sociedad Filarmónica Mexicana, habían refinado la sociedad local, la música “clásica” había comenzado a difundirse en una dimensión más doméstica e intelectual en las casas de la burguesía y en las escuelas de música, en todos aquellos espacios donde cada mexicano podía encontrar un piano y vivir la música de forma privada. No logrando encontrar el espacio deseado en los escenarios de los teatros de Ciudad de México, la música de Bach comenzó a difundirse a finales del siglo XIX a través de las academias musicales y de grupos  intelectuales de la capital,donde encontró un terreno fértil y de gran interés.

Protagonista indiscutible de esta primera etapa “bachiana” fue la Academia Campa – Hernández Acevedo, fundada en 1886. Factor indiscutible del desarrollo musical mexicano entre los siglos XIX y XX, promotora del cambio revolucionario del italianismo al romanticismo musical, esta Academia contó desde sus inicios con una sólida y prestigiosa escuela de piano. Uno de los pilares de esta institución era Felipe de Jesús Villanueva Gutiérrez (1862–1893), figura central de romanticismo mexicano y catedrático insigne: su extraordinaria labor pedagógica se focalizó en la difusión, a través de la enseñanza, de todo el patrimonio musical europeo con una inevitable preferencia por la tradición del norte de Europa.

Su fina y sensible mirada musical cayó sobre Johann Sebastian Bach: Villanueva consideraba su música para teclado un instrumento ideal para acercar a los estudiantes al lenguaje de las notas y, desde luego, del piano. Una «valiente innovación» que Villanueva justificaba con estas palabras: «quien no haya estudiado a Bach, que jamás intente tocar en público, porque el conocimiento de este autor desarrolla la independencia de los dedos y de las manos, y acrecienta el progreso de la comprensión del ejecutante» (J. C. Romero,1952, p. 577).

La fugaz aventura de la Academia Campa–Hernández Acevedo impidió que los esfuerzos de Villanueva tuvieran el seguimiento deseado en la sociedad musical de Ciudad de México. Pero no todo fue inútil: gracias  a las innovaciones de Villanueva los compositores mexicanos comenzaron a acercarse a Johann Sebastian Bach con una mirada diferente, viendo en él un modelo musical de inestimable valor. Claro, su mirada romántica y positivista los inducía a menudo en error, por ejemplo, haciendo comparaciones improbables entre Bach, Schumann y Rubinstein (culpable de este ejemplo era nada más y nada menos que Melesio Morales), sin percibir claramente las diferencias sociales y culturales que los caracterizaban. Pero finalmente, con todos sus errores y sus ingenuidades, los músicos mexicanos abrieron finalmente las puertas a Bach.

Su música comenzó a aparecer cada vez más frecuentemente en las actividades y en los conciertos de Ciudad de México: el 29 de mayo de 1893 la Sociedad de música de cámara organizó un evento en el que se  ejecutó el Concierto para dos pianos (probablemente en BWV 1060 en do menor); tres años después, el 18 de abril de 1896, la organista Charlotte Botte ofreció un concierto de diversos preludios y fugas de Bach; por último, se registra el concierto que la violinista Maria Schumann dio el 4 de octubre de 1901, acompañada por un joven Carlos del Castillo.  

Estos son algunos de los datos que la historia tradicional nos entrega. Pero no podemos olvidar todo ese mundo musical doméstico y privado con el que comenzamos este segundo capítulo de la historia de Bach en México: paralelamente a la frecuente actividad concertística, la música de Bach (El clave bien temperado, preludios, suites) fue ocupando un lugar cada vez más dominante en las casas de los mexicanos, en la intimidad de una noche y en las tertulias de la alta sociedad. Silenciosamente, sin el clamor que había acompañado la ópera italiana y Wagner, los músicos, los compositores y toda la sociedad intelectual estaban comenzando a familiarizarse con Bach. Sus partitas, sus preludios resonaban de casa en casa creando un público nuevo, más discreto y culto: la música de Johann Sebastian Bach no podía llenar teatros, no era capaz de entusiasmar melómanos. Su destino era el de enriquecer la música mexicana y su historia entre bambalinas.

Concierto para dos pianos en Do menor BWV1060

Francesco Milella
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