Grandes sinfonías (III)

Hacer listas de lo mejor de cada género instrumental es una práctica polémica. Cada melómano tiene sus propias opiniones justificadas por diferentes razones que, desde […]

Por Música en México Última Modificación enero 19, 2019

Hacer listas de lo mejor de cada género instrumental es una práctica polémica. Cada melómano tiene sus propias opiniones justificadas por diferentes razones que, desde el punto de vista de la apreciación, son todas válidas. En realidad no hay manera de llegar a una selección que convenza a todo el mundo. Sin embargo, realizar estas valoraciones siempre resulta interesante.

Creemos que estas son, sin orden establecido, las más grandes sinfonías de todos los tiempos, las obras más emotivas, más impresionantes y mejor escritas en la historia.

 

Beethoven – Sinfonía no. 7 op. 92

Orquesta de la Royal Concertgebouw, dirige Iván Fischer.  

La Sinfonía no. 7, junto a su hermana, la Sinfonía no. 8, se sitúan en un lugar muy especial en el catálogo del compositor de Bonn. Su producción musical se había atenuado en esos años de guerras napoleónicas. La anterior sinfonía, la “Pastoral”, había sido creada en 1808; la última, la Novena, llegaría una década después, aunque algunos ubican ciertos  bocetos en 1812. Si esto es así, coincidiría con la afirmación del propio Beethoven, que escribe en mayo de 1812 a Breitkopf y Härtel, los editores:

“Escribo tres nuevas sinfonías, de las que una está casi terminada [la Séptima], pero en la cloaca en que nos encontramos todo está casi perdido; ¡procuraremos tan solo que no me pierda yo mismo por completo!”.

Es sabido que la Séptima y la Octava fueron concebidas casi a la vez y concluidas de manera sucesiva. Así que, si es cierto que había una tercera en 1812, ¿por qué no sería el borrador de la Novena que, no obstante, durmió por más de seis años? La cloaca de la que habla Beethoven solo podía ser la situación política y militar de esos años terminales del napoleonismo. Pero había otros acontecimientos que conmocionaban al compositor en esos momentos: Su esfuerzo, quizá final, por encontrar una relación amorosa estable se encuentra en su auge y va a alcanzar el clímax con el episodio de la “Amada inmortal”, del que la celebérrima carta del verano de 1812 es consumación, y va a traer de cabeza a muchas y variadas generaciones de estudiosos respecto a la identidad de la misteriosa dama. El enésimo fiasco terminaría por convencer a Beethoven de que la “gloriosa” soledad iba a ser su compañera inmortal. Y sus problemas de salud y, particularmente, de su oído, serían acompañantes fieles de esa crisis.

¿De dónde sale esa alegría y esa solemne ceremonia representada en la Séptima? Críticos, colegas y estudiosos no han parado de preguntárselo. Su estreno tuvo lugar en Viena el 8 de diciembre de 1813 en un concierto organizado por Maelzel (hoy apenas conocido por la invención del metrónomo) y dirigido por el propio Beethoven. En el mismo concierto se interpretó La batalla de Vitoria, op. 91, dando con ello un tinte antinapoleónico claro y triunfal, ya que todo el acto estaba dedicado a los soldados heridos en la batalla de Hanau. Salieri y Hummel manejaban los cañones, mientras que Meyerbeer tocaba el bombo. La partitura, publicada en 1816, estaba dedicada al conde Moritz von Fries.

 

Rachmaninov – Sinfonía no. 2 op. 27

Orquesta de la Academia de Santa Cecilia, dirige Antonio Pappano

Rachmaninov estuvo trabajando durante los ocho primeros meses de 1895 en su Primera Sinfonía, poniendo en ella muchas ilusiones y esperanzas. Se estrenó por primera vez dos años después, en 1897, bajo la dirección Alexander Glazunov, pero la presentación fue considerada un rotundo fracaso, aparentemente Glazunov estaba ebrio y la ejecución de la orquesta fue deficiente. Las críticas fueron tan severas que sumieron al joven compositor, que entonces tenía veintidós años, en una depresión.

Fue hasta 1906 y 1907 Rachmaninov se dedicó a componer la Segunda Sinfonía, en mi menor, op. 27. Incluso después del éxito de su Segundo Concierto para piano, no estaba del todo convencido de ser un compositor brillante, y aún le faltaba seguridad y confianza al escribir nuevas obras. Muy insatisfecho con el primer borrador, comentó que no estaba en su naturaleza la creación de sinfonías, pero tras varios meses de revisiones logró terminarla. Se estrenó el 8 de febrero de 1908 en San Petersburgo con Rachmaninov dirigiendo. A pesar de su extensa duración, unos sesenta minutos, la obra fue recibida con entusiasmo y obtendría para su autor otro Premio Glinka. El triunfo hizo que Rachmaninov recuperara su autoestima como sinfonista, aunque no volvería a escribir otra sinfonía, la tercera y última, hasta 1935 casi treinta años después.

La sinfonía no. 2 consiste en una secuencia dramática que se identifica con la tradición sinfónica rusa. Esta tradición, establecida por los predecesores románticos rusos de Rachmaninov, pone énfasis en un motivo y “un incesante y hermoso flujo de melodía”, por ejemplo la Quinta de Tchaikovsky. Debido a su duración, ha sido objeto de varias revisiones, especialmente en las décadas de 1940 y 1950, que redujeron la pieza de la hora aproximadamente a unos 35 minutos. Hoy en día, sin embargo, suele interpretarse en su versión completa, a veces con la omisión de la repetición del primer movimiento.

El manuscrito de la sinfonía es propiedad de la fundación Tabor y está siempre disponible para préstamo en la Biblioteca Británica. El 22 de abril de 2008, el distribuidor musical Brilliant Classics lanzó el arreglo de Alexander Warenberg de la sinfonía para piano y orquesta, bajo el título del Concierto para piano n.º 5 de Rachmaninov. La partitura está disponible a través de la editorial Boosey & Hawkes.

Fuente: classicmusicablogspot.com

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