Las mejores sinfonías (II)

Hacer listas de lo mejor de cada género instrumental es una práctica polémica. Cada melómano tiene sus propias opiniones justificadas por diferentes razones que, desde […]

Por Música en México Última Modificación enero 24, 2019

Hacer listas de lo mejor de cada género instrumental es una práctica polémica. Cada melómano tiene sus propias opiniones justificadas por diferentes razones que, desde el punto de vista de la apreciación, son todas válidas. En realidad no hay manera de llegar a una selección que convenza a todo el mundo. Sin embargo, realizar estas valoraciones siempre resulta interesante.

Creemos que estas son, sin orden establecido, las más grandes sinfonías de todos los tiempos, las obras más emotivas, más impresionantes y mejor escritas en la historia.

 

Brahms – Sinfonía no. 4 op. 98

Orquesta de Cámara Europea, dirige Bernard Haitink

 

La Cuarta Sinfonía en mi menor op. 98 de Brahms está compuesta en cuatro movimientos: Allegro non tropo, Andante moderato, Allegro giocoso  y Allegro energico apassionato. Esta es quizá la obra –dice Karl Geiringer- “en la que Brahms se encuentra más retraído, y, sin embargo, más libre: el lenguaje de la Sinfonía en mi menor está parcialmente escrito usando trozos de partitura muy anteriores y no obstante produce un efecto de atrevida novedad”.

Teniendo en cuenta que Brahms escribió esta obra a los cincuenta años, algunos críticos se han complacido en intentar encontrar en ella una nota de melancolía propia de dicha edad, y otros han ido tan lejos, que afirman que Brahms escogió el tono de mi menor por considerarle “más otoñal”. El hecho de que Raff usará de este tono para describir “un caluroso día de verano” y otros compositores para expresar los encantos “del amor inocente”, contradice, a nuestro juicio, tal opinión.

Otros dicen que Brahms se inspiró en las tragedias de Sófocles para componer esta sinfonía y basan tal suposición en que el compositor leyó por aquel entonces la traducción de dichas tragedias hecha por su amigo, el profesor Wendt. Los partidarios de esta hipótesis la atribuyen al tono sombrío y austero de la música de esta sinfonía, cuyo carácter es trágico y heroico a la vez.

Quizá sea así, ya que el primer movimiento, escrito como la tradicional sonata, tiene un vigor que se convierte con frecuencia en algo heroico. Tovey la describió de un modo feliz al decir: “Vive su tragedia con una insuperable variedad de expresiones y gran fuerza de clima”.

Más moderado y meditativo resulta el segundo movimiento y su melodía tiene una nota de romántica melancolía. Cuando el joven Richard Strauss la oyó por primera vez, dijo que le recordaba “un cortejo fúnebre moviéndose silencioso a la luz de la luna”. Y Elisabeth von Herzogenberg escribió a Brahms sobre este andante: “Tiene una frescura y distinción de carácter que tan sólo tú eres capaz de dar, y aun así has tenido que descubrir algunos repliegues secretos de tu alma.”

El tercer movimiento es un puro contraste de sonoridad y animación. Para Geiringer esta música sólo pudo inspirarla los cuadros de Breughel, “donde una fuerte alegría reina por completo”.

En el final, la corona de oro de esta obra, Brahms usa de la antigua forma de la “Chacone” o “Pasacaglia”, que consiste en sencillas variaciones sobre el mismo tema. Tomando una frase simple de ocho compases, la repite treinta y una veces en diferentes planos de sonoridad, sin una sola modulación ni pasaje de transición; y, sin embargo, el edificio musical así construido con tan sencillo plano, es de una belleza, un poder y una majestad pocas veces igualadas. Esta música nos lleva, según las palabras de Krestzchmar, a “penetrar en el reino donde la alegría y el dolor permanecen callados y la humildad se inclina ante lo que es eterno”

Fuente: Robert A. Hague para classical2.com

 

Mahler – Sinfonía no. 2 “Resurrección”

Orquesta del Festival de Lucerna, dirige Claudio Abbado

Al igual que las demás sinfonías de Mahler, la Segunda estaría enmarcada dentro de la estética del postromanticismo, y es por ello que se caracteriza por puntos claves de esta corriente como la exuberancia orquestal y los desarrollos sinfónicos desmesurados. Igualmente, se percibe en ella la nostalgia de una época que llegaba a su fin embriaga de su propia y aún hermosa decadencia. Pero lo más importante es que expande aspectos que se presentaban de forma embrionaria e inhibida en la Sinfonía no. 1 “Titán”, convirtiéndose en la primera sinfonía genuinamente mahleriana, a partir de la cual será posible la fascinante construcción de monumentos como la Tercera, la Octava y La canción de la tierra.

Aunque Gustav Mahler comenzó a trabajar en su Sinfonía no. 2 en torno a 1888, cuando contaba 28 años de edad y aún no había estrenado la Primera, la verdadera visión de conjunto de lo que quería crear surgiría en 1894. El 12 de febrero de  ese año, el gran director Hans von Bülow fallecía en el Cairo. Además de haber sido el responsable de los estrenos de varias obras de Wagner, había tenido que sufrir la humillación de ver cómo éste le arrebataba a su esposa Cosima, hija de Franz Liszt. Escaldado del wagnerianismo, Bülow se convirtió en un ardiente defensor de Brahms en sus últimos años, época en la que Mahler tuvo contacto con él. En un principio, la relación no comenzó con buen pie. En 1883, el joven compositor daba sus primeros pasos como director en el Real Teatro de Kassel, para el que fue reclamado Bülow con motivo de un concierto. Todos los intentos de Mahler por conocerle y manifestarle su admiración fueron inútiles, e incluyeron una arrogante misiva por parte del legendario director. Sin embargo, años más tarde se encontrarían en Hamburgo, donde Bülow se quedaría deslumbrado por la forma de dirigir de Mahler y le mostraría su admiración. Sin embargo, esta amistad sufriría un nuevo revés cuando en 1891 el compositor insistió en que escuchase al piano Totenfeier (Funerales), un poema sinfónico que había escrito en 1888, inspirándose en un poema del polaco Adam Mickiewicz. La reacción de Bülow al escucharlo fue taparse los oídos y afirmar que Tristán e Isolda era una sinfonía de Haydn en comparación con aquello. Esto causó gran desazón en el compositor quien, sin embargo, emplearía el poema, con algunos modificaciones, como primer movimiento de su Sinfonía no. 2.

Paradójicamente, y a pesar de haber repudiado esta partitura, Bülow le daría inconscientemente la clave para la concepción de la sinfonía. Mahler asistió a sus exequias el 29 de marzo de 1894 en Hamburgo y durante las mismas se interpretó una página coral, Aufersteh’n (Resucitarás) de Carl Heinrich Graun, sobre unos versos de Friedrich Gottlieb Klopstock. La impresión fue tan grande, que Mahler regresó a su casa con la idea de no sólo concluir la nueva sinfonía que estaba escribiendo con aquellos versos, sino de supeditarla a los mismos.

El movimiento clave de la sinfonía es Urlicht (Luz primigenia). La contralto solista entona esta palabra, en re bemol, de manera breve y luminosa. El texto viene a mostrar la creencia en la vida eterna y en la vuelta hacia Dios; el hombre va caminando por un largo sendero y un ángel quiere apartarle, pero no querrá apartarse del camino de Dios, que le dará su luz y le alumbrará hasta la eterna vida celestial. Este lied está extraído de Das Knaben Wunderhorn y en él se suprime la percusión y una parte de los metales de la orquesta.

Fuente: Martín Llade para melomanodigital.com

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