De la Edad Media al Renacimiento, de Dios al hombre.

Por Francesco Milella Las transformaciones que Europa fue viviendo a lo largo de toda la Baja Edad Media, a partir del siglo XI, cambiaron completamente […]

Por Francesco Milella Última Modificación marzo 18, 2019

Por Francesco Milella

Las transformaciones que Europa fue viviendo a lo largo de toda la Baja Edad Media, a partir del siglo XI, cambiaron completamente las diferentes facetas de su rostro. Centro de esta fase de transición fueron las ciudades, espacios abiertos y dinámicos, donde culturas diferentes se fueron mezclando generando nuevas sociedades y, por lo tanto, nuevos poderes. Los hombres, que por siglos habían vivido encerrados en la soledad del castillo y del monasterio, ahora eran miembros de una comunidad cada vez más desarrollada y moderna que va transformando su mirada y sus objetivos: el centro de sus reflexiones y de sus inquietudes cotidianas ya no era solamente Dios y el universo espiritual como única alternativa a un mundo terreno peligroso, sucio y corrupto. A partir de los siglos XIII y XIV, la sociedad europea comenzó a ver que el mundo, gracias al ingenio humano, podía ser también un espacio vivo y acogedor.

Cuando, en 1436, en Florencia, Filippo Brunelleschi fijó el último ladrillo de la cúpula del Duomo de Santa Maria del Fiore, fue evidente que la Edad Media estaba llegando a su fin para dejar su lugar a una nueva etapa. Su pilar y motor serían la razón, el ingenio, la mecánica, la ingeniería, la elevación del ser humano a través de un arte creado por el hombre y dirigido al hombre. Los hechos históricos, como siempre, aceleraron este proceso: la caída de Constantinopla en 1453 contra los turcos causó una extraordinaria migración de intelectuales, artistas, políticos y mercaderes hacia Italia. Huyendo de los musulmanes, llegaron a Florencia, Roma, Venecia y Nápoles cargando con sus bibliotecas de autores griegos, desde Platón hasta Aristóteles, hasta ese entonces conocidos solamente a través del filtro árabe de España.

Era la gasolina que Europa necesitaba para cumplir el siguiente paso: la filosofía griega que llegaba de Constantinopla fue el arma, extraordinaria y poderosa, con la que los últimos europeos de la Edad Media tuvieron la fuerza de bajar la mirada y observar, analizar y entender el mundo terreno. La elegancia de Platón, el pragmatismo de Aristóteles, la intimidad de Epicuro y de todos los grandes literatos griegos fueron refinando la cultura europea y la llevaron hacia una dimensión más humana, ya no focalizada en una dimensión meramente espiritual, sino en el ser humano. Los nuevos poderes que, entre los siglos XIV y XV se consolidaron en Europa, impulsaron sin miedo alguno esta nueva cultura, fortaleciendo con ella su prestigio y su autoridad. Estaba naciendo el Humanismo, primera manifestación de lo que pronto llamaremos Renacimiento: una etapa de transición lenta e inexorable con la cual Europa, a partir de los impulsos culturales italianos, se fue despidiendo de la Edad Media acogiendo las novedades del nuevo siglo, el siglo XV.

Como todas las artes, la música entró en una larga fase de racionalización: después de los virtuosismos del Ars Nova, la música europea buscó nuevos caminos para simplificar sus lenguajes. Si Italia fue la cuna de esta nueva revolución en las artes pláticas y en la literatura, Inglaterra y Francia, al contrario, fueron las primeras en aplicarla también a la música. Compositores como John Dunstable (1390 – 1453) y Leonel Power (1385 – 1445), pulieron los excesos del Ars Nova consiguiendo lo que hoy se conoce con el término contenance angloise, es decir: elegancia, discreción y medida en un universo musical polifónico. Más determinante fue la trayectoria francesa de Guillaume Dufay (1397 – 1474): su música, sin rechazar la lección del Ars medieval y de su retórica polifónica, fue buscando un lenguaje aún más sólido en la estructura y claro en el lenguaje. Tanto en la música sacra, más rígida y severa, como en la profana, donde logró conseguir mayor libertad, Dufay desenredó los nudos de la Edad Media con el mismo geométrico ingenio de un arquitecto para construir monumentos musicales de extraordinaria y sólida belleza.

Si con Dustable y Turner la nueva polifonía británica desapareció casi completamente, con Dufay, al contrario, comenzó una nueva, brillantísima tradición musical. Centro y motor serían Cambrai, Bruselas, Tour, Bruges y Utrecht, entre otras: con sus hábiles mercaderes y sus finos aristócratas, estas ciudades llegarían a transformar la música vocal en algo totalmente nuevo: el ingenio, la razón y el amor por las grandes arquitecturas musicales encontrarían la moderación y la sensibilidad de una extraordinaria generación de compositores cuya única preocupación sería la de poner al centro de su música al ser humano y su nuevo mundo.

 

Dustable – Quam pulchra es

 

Power – Ave Regina Caelorum

 

Dufay – Conditor alme siderum

 

Dufay – Missa L’Homme Armé

 

Dufay – Ce moys de may

Francesco Milella
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