Más allá del océano: la música llega a América

Por Francesco Milella El triunfo del Renacimiento musical en sus distintas formas coincidió con el nacimiento de los grandes imperios de la Europa moderna: el […]

Por Francesco Milella Última Modificación marzo 18, 2019

Por Francesco Milella

El triunfo del Renacimiento musical en sus distintas formas coincidió con el nacimiento de los grandes imperios de la Europa moderna: el español y el británico. A pesar de su evidente banalidad (las fechas históricas nos entregan una verdad inopinable), esta afirmación nos obliga a reconsiderar la música de los siglos XV y XVI desde una perspectiva que no deja de ser fascinante.

¿Cuál fue el papel que la música jugó durante la expansión imperial de esa época? ¿Cómo fue cambiando al entrar en contacto con nuevas culturas y nuevos espacios?

Por tan complejas y extensas que puedan parecer, estas preguntas nos ayudan a dejar por un momento el viejo continente y seguir las rutas de los primeros colonizadores hacia América (el imperialismo europeo en las otras regiones del mundo no pudo y no supo ser tan impactante y efectivo).

A través de ellos, seguiremos también nuestra música, así como aprendimos a conocerla a través de Josquin Desprez, Orlande de Lassus y Palestrina, y veremos cómo, desde el principio, ésta jugó un papel fundamental en la definición cultural y social de las nuevas colonias.

En los últimos capítulos de nuestro recorrido vimos como en Europa (con casos excepcionales en Italia y España) la música se había vuelto un factor esencial en la definición del poder y del prestigio de cada sociedad. En la música y en las artes las revoluciones científicas, filosóficas, teológicas y culturales, encontraron un terreno de diálogo extraordinariamente abierto y flexible donde limar las diferencias y los contrastes para construir ese majestuoso y perfecto universo de equilibrio y armonía que hoy identificamos bajo la palabra “Renacimiento”.

De esta forma, fue inevitable, con el descubrimiento de América y el inicio del imperialismo, que las naciones europeas vieran en las artes al embajador ideal de su propia identidad, de esa modernidad y superioridad que tan obsesivamente deseaban imponer en las nuevas tierras.

Si para los ingleses la cultura fue un instrumento superfluo para el fortalecimiento de sus intereses comerciales, para los españoles ésta representó un motor fundamental para su propia expansión en América. De todas las artes, la música fue, sin duda alguna, la más fácil de exportar y de compartir, no requería de traducción o de estorbosos soportes de algún tipo (es imposible olvidar la figura del Padre Gabriel/Jeremy Irons de la película Mission quien, en plena época barroca, con tan solo un pequeño oboe pudo relacionarse con los indios).

No es por lo tanto casual que entre los primeros europeos que cruzaron el Atlántico encontremos al flamenco Pedro de Gante (en 1523) y al español Fray Juan Caro (1526) quienes, por voluntad del mismo Carlos V, radicaron en los entornos de la que hasta hacía pocos años había sido la gloriosa Tenochtitlán: su misión fue la de educar (y convertir) a los jóvenes mexicas a la cultura cristiana y europea a través de la religión y de la música.

El proceso, sorprendiendo a los mismos españoles, fue extraordinariamente rápido y eficaz: en sólo siete años después de la destrucción de la capital del imperio azteca se podían escuchar cada domingo, en la Catedral de la nueva ciudad México, cantores indígenas que entonaban las mejores páginas de la polifonía española e italiana (la flamenca era probablemente demasiado compleja y poco expresiva).

Con la generación siguiente, el miedo a lo desconocido fue desapareciendo y nuevos españoles decidieron cruzar el océano para establecerse definitivamente en las colonias de América. De todas las colonias, la Nueva España, por lo menos hasta el siglo XVII, fue la región más rica y fértil y, por lo tanto, capaz de cautivar la atención de finísimos intelectuales como el escritor Francisco Cervantes de Salazar (1514 – 1575) y los compositores Hernando Franco (1532 – 1585) y Gaspar Fernandes (1566-1629), ambos educados en la más fina tradición ibérica, con sus influencias flamencas e italianas.

Durante todo el siglo XVI España fue exportando su modernidad musical: compositores, cantantes y músicos en general viajaban con sus partituras italianas y españolas, desde los puertos de España hasta el Caribe y, de ahí, a la costa atlántica de México.

Sin ignorar y olvidar la agresividad de las políticas imperialistas de los españoles incluso en la imposición de sus tradiciones musicales, no podemos dejar de hablar de la riqueza y el encanto que la música (y la cultura) europea comenzó a generar al entrar en contacto con el universo indígena.

Por primera vez, la música descubría su fuerza, su modernidad y, sobre todo, su flexibilidad: al dejar los espacios, las costumbres y el público de la cultura europea, la música en América se fue mezclando de forma única e irrepetible con los lenguajes de las culturas autóctonas, dibujando una nueva geografía musical, ya no puramente europea sino global.

Morricone – Gabriel’s oboe

Hernando Franco – In ilhuicac cihuapille & Dios itlazo nantzine

Gaspar Fernandes – Tleycantimo choquiliya

Francesco Milella
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