La arquitectura del violín, entre física y estética

El violín es uno de los reyes de la música. Sus infinitos detalles nos cuentan historias fascinantes sobre el renacimiento italiano.

Por Francesco Milella Última Modificación noviembre 27, 2023

El violín es uno de los reyes de la música. Sus infinitos detalles nos cuentan historias fascinantes sobre el renacimiento italiano, época en la que nació y se impuso como uno de los instrumentos más emblemáticos de nuestra cultura. 

Tan frágil, tan fuerte. 

Imagínense tener un violín entre sus manos, sentir el calor de su madera y tocar sus cuerdas con la yema de los dedos. Las pellizcan suavemente con la ilusión de sacar un sonido – el que sea – y con ese miedo, casi infantil, de romper un instrumento tan vulnerable. ¿Cómo es posible que Beethoven y Chaikovski hayan logrado escribir notas tan poderosas para un objeto tan frágil? Un par de gestos más y encontramos la respuesta. Nos damos cuenta de lo que tenemos en nuestras manos: una maravilla de la ingeniería humana, un verdadero portento de la física. Las cuerdas, el puente, el cordal y el diapasón cumplen una razón fundamental para que todo funcione: para que, cuando pasamos el arco sobre las cuerdas, la magia de la música se materialice ante nosotros. Seguimos explorando el violín combinando la sensación táctil sobre su madera con el asombro de los ojos. Bien: ya entendimos a que sirven las cuerdas, el puente que las sustenta, las clavijas de afinación y el diapasón donde apoyamos los dedos para producir diferentes notas. Pero ¿a qué sirve lo demás? La voluta final que parece retorcerse con delicadeza hacia nosotros, los dos oídos a los lados que parecen dos ‘f’ en carácter gótico y las escotaduras a los lados, esas dos curvas tan icónicas que distinguen la familia del violín (cello, viola, bajo) de todos los otros… ¿a qué sirven? La física nos puede ayudar a contestar una parte de esta pregunta, pero no todo. Parte de la respuesta es que no sirven absolutamente de nada. O, mejor dicho, son importantes en la estructura general del violín, pero no sirve que sean ‘tan bellas’. Hay una componente estética en estos elementos que es totalmente superflua, innecesaria para que el violín cumpla su función musical. Y entonces, ¿por qué están allí? Cuando encontré la respuesta a esta pregunta me quedé sin palabras no por el dato en sí – desde luego fascinante – sino por cómo logró cambiar mi visión sobre la historia de la música y su relación con otras áreas del conocimiento humano. Empecemos con un poco de historia del violín.

El nacimiento del violín moderno

El violín moderno tal como lo conocemos hoy nace en el siglo XVI en el norte de Italia como resultado de una mezcla de influencias artísticas y conocimientos técnicos procedentes por la gran mayoría del mundo español y árabe y de la tradición medieval local donde ya se tocaba un instrumento muy parecido llamado ‘viella’. Sin embargo, muchos factores habían cambiado desde esa época. A partir del siglo XII, con el surgimiento de la ciudad como nuevo centro de producción cultural y financiera, la música comienza lentamente a abandonar los monasterios y los castillos de la Alta Edad Media para abrirse a una nueva dimensión social. Se toca música en comunidades cada vez más grandes y heterogéneas. El instrumento musical se transforma en un objeto funcional (práctico y versátil) y estético a la vez: un objeto técnicamente más complejo y completo, capaz de responder a las nuevas exigencias de la música de esa época, ya muy cercana a lo que pronto se conocerá como ‘Barroco’, y estéticamente más agradable, capaz de cautivar los oídos de las personas, pero también sus ojos. 

El factor ‘italiano’.La Italia de finales del siglo XV y principios del XVI es el país ideal para encontrar el compromiso ideal entre estas dos necesidades. Son los años de Brunelleschi y Leon Battista Alberti, los padres de la perspectiva y de la arquitectura moderna. Son los años de Leonardo y de la tecnología, de un humanismo que deja de buscar la respuesta en Dios para encontrarla en su propio ingenio. Pero son también los años de Miguel Ángel y Rafael, de Botticelli y, más tarde, Cavaraggio: los dioses de la pintura italiana, epítome del diálogo entre belleza, expresividad y equilibrio de las formas. Si los nuevos conocimientos técnicos ofrecen nuevas perspectivas físicas para perfeccionar el violín y transformarlo en un instrumento más versátil y flexible, las artes visuales regalan un repertorio casi inagotable de decoraciones para que el violín pueda transformarse en un símbolo de elegancia estética. Tal es el caso del capitel iónico de origen griego: su forma comenzó a ser estudiada precisamente en el siglo XVI cuando, con la caída del Imperio Romano de Oriente y su capital Constantinopla ante el ejército otomano, la gran mayoría de los intelectuales de origen griego encontraron amparo en Italia y, precisamente, en Florencia y las ciudades del norte. Fue así como llegaron Platón y Aristóteles y la arquitectura griega cuyo aporte al nacimiento del estilo renacentista italiano fue fundamental. El capitel jónico fue todo un éxito: su forma tan geométrica y racional y, al mismo tiempo, elegante y delicada encontró en el mundo italiano del siglo XVI el terreno ideal para crecer y difundirse. Capiteles jónicos comenzaron a aparecer por todos lados: en las iglesias, en las fachadas de los palacios y sus columnas, en las patas de las mesas, en los marcos de los cuadros… y en las volutas finales de los violines. Esta voluta tenía una clara función práctica: la de poder colgar el violín donde fuera necesario. Sin embargo, era una función que se podía resolver con un gancho. Era seguramente la solución más fácil de realizar y, quizás, más cómoda, pero no las más elegante. Algunos violines, y, sobre todo, violonchelos y violas da gamba de esos años usaban cabezas de animales, ya que la necesidad de colgarlos no era tan frecuente y su presencia como instrumentos solistas resultaba más vistosa.

Otros ejemplosDe la misma forma, también las ‘f’ a los lados parecen resolver un problema práctico con una solución estética: su papel es el de facilitar la resonancia del sonido en la caja armónica del violín (el cuerpo principal del instrumento). Sin embargo, su forma nace de una libre interpretación de la voluta iónica y su aplicación en la arquitectura renacentista italiana. Observen la fachada del Duomo de Cremona, en Italia. El edificio fue construido en la Edad Media, en 1190 (el gran rosetón central es de esos años), pero su fachada fue reestructurada en el siglo XVI con elementos típicos de la arquitectura de la época como las dos ‘f’ acostadas a los lados, entre las dos torres pequeñas y la estructura central superior que recuerda la fachada de un templo griego. Formas similares aparecen en una infinidad de objetos de esos años. El violín es, quizás, el más emblemático. Ejemplos como este abundan en el mundo de la música de esos años. Y no deja de ser un ameno y útil ejercicio histórico tratar de buscar conexiones entre elementos visuales y arquitectónicos e instrumentos musicales. Pensemos en el rosetón de las catedrales de esos años – como el del Duomo de Cremona – y el rosetón de las violas da gamba. Pensemos en las patas de algunos clavecines de esos mismos años, tan suavemente entorchadas, conocidas como ‘columnas salomónicas’, y muchas de las columnas de algunos grandes edificios de esos años como el baldaquino de San Pedro en Roma, entre muchos, muchos otros. Lo que puede parecer una increíble coincidencia es el resultado de una cultura conectada en donde distintas formas y lenguajes dialogan entre ellos para transformar problemas en soluciones. Y las soluciones en puro placer.

Fuente: Francesco Milella para Música en México

Francesco Milella
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