La música de cámara de W. A. Mozart (V)

John Kruse – clarinete | Ernst Kovacic – violín I | Niels Chr Øllgaard – violín II | Steven Dann – viola | Anssi Karttunen […]

Por Música en México Última Modificación diciembre 5, 2015

John Kruse – clarinete | Ernst Kovacic – violín I | Niels Chr Øllgaard – violín II | Steven Dann – viola | Anssi Karttunen – cello

De todos los instrumentos, ¿existe alguno que pueda asociarse más estrechamente a Mozart que el clarinete? Su sola evocación ¿no trae inmediatamente a nuestro recuerdo tal frase del Trío, del Quinteto o del Concierto, las tres obras maestras que Mozart consagró al clarinete? Y, no obstante, este instrumento, el último en incorporarse a la orquesta clásica, no era aún muy corriente en la época. Si Mozart no fue el primero en utilizarlo ni en confiarle un papel de solista —los músicos de Mannheim, y especialmente su jefe de filas Jan Vaclav Stamitz le habían precedido en esta vía—, sí fue quien le dio sus auténticas cartas de nobleza, insuperadas hasta hoy.

El clarinete adquiere en su caso, por otra parte, una significación extramusical muy particular. Desde la afiliación del compositor a la francmasonería (finales de 1784), el clarinete se convirtió en el instrumento por excelencia de la fraternidad masónica, ocupando un lugar preeminente en todas las obras que compuso con destino a las ceremonias de la Logia. Desbordando incluso este marco, él dio su sentido esotérico e iniciado a todas las obras instrumentales en las que participó, solista o no. Su papel en Cosi fan tutte, pero, sobre todo, en La flauta mágica y en el Requiem, no hace falta subrayarlo desde este punto de vista. Las particularidades de su factura vendrán incluso en apoyo de este papel simbólico: se sabe que la cifra tres posee una significación masónica esencial, por lo que las tonalidades de mi bemol (tres bemoles en la clave) y de la mayor (tres sostenidos) convienen especialmente al clarinete. Y son tres estas obras maestras de Mozart.

Y hay que considerar, finalmente, a Anton Stadler (1753-1812), hermano en masonería y amigo íntimo de Mozart, el más grande clarinetista de su tiempo. Con destino a él compuso Mozart el Trío, el Quinteto y el Concierto. Semejante encuentro artístico se renovaría exactamente un siglo más tarde, cuando Johannes Brahms compuso sus últimas obras para el clarinetista de la Orquesta de Meiningen, Richard von Mühlfeld.

Los lazos puramente humanos desempeñaron decididamente un papel capital en la eclosión de las obras para clarinete de Mozart: la familia Jacquin está en el origen de esta página maravillosa que es el Trío en mi bemol mayor, K. 498 (1786) y de su fascinante distribución instrumental: piano, clarinete y viola. Obra de inspiración totalmente masónica (dedicatarios, intérpretes, tonalidad, instrumentación), ella canta, como justamente han expresado Jean y Brigitte Massin, «la ternura de la amistad fraterna en el seno de un grupo humano». El Quinteto en la mayor vio la luz en circunstancias bien diferentes, tres años más tarde. Víctima de una soledad artística y humana creciente, incomprendido y medio olvidado por el público vienés, enfrentado a angustiosas preocupaciones pecuniarias agravadas por las constantes enfermedades de su mujer, Mozart vivió meses bien tristes y su producción en este año de 1789 es mucho menos abundante que en el feliz período del Trío. Trabajando en Cosi fan tutte, ópera terminada en el siguiente enero, saldó una deuda de amistad con Anton Stadler ofreciéndole el Quinteto terminado el 29 de septiembre de 1789. El 22 de diciembre, el dedicatario haría el estreno en el curso de un concierto benéfico que no dejaría al muy necesitado Mozart ningún dinero.

El Quinteto “a Stadler”, primera obra en la historia de la música que junta al clarinete y al cuarteto de cuerdas, conoció una magnífica descendencia: Weber, Brahms y Reger. No obstante, la perfección de la obra mozartiana permanece insuperada, pues, lo mismo que el Concierto terminado en septiembre de 1791, explota a fondo todas las posibilidades tímbricas y expresivas del instrumento, especialmente su registro grave que Stadler cultivaba con predilección.

El Quinteto es también de inspiración puramente masónica, y J. y B. Massin recuerdan muy a propósito que la tonalidad de la mayor era la misma en el Cuarteto K. 464, primera obra compuesta por Mozart después de su iniciación. Es una obra feliz, tierna y muy vibrante de dulce calor humano. Más brillante sin duda, más ambiciosa, más elaborada y más vasta que el Trío, por otra parte no es menos rica en espiritualidad y vida interior. El clarinete se integra milagrosamente en el conjunto instrumental sin relegar nunca a los arcos al papel de acompañantes, como más tarde sucederá en el Quinteto de Weber. Por lo demás, éstos son quienes exponen el tema lírico y apacible del Allegro inicial. En esta forma sonata concisa, donde el desarrollo de los temas, según costumbre en Mozart, no ocupa más que un lugar limitado, se pueden distinguir hasta cinco ideas melódicas. No hay coda.

2. El Larghetto en re, sublime efusión de esencia puramente melódica, es equiparable al Adagio del futuro Concierto. Su atmósfera de refinado nocturno es subrayada por el velo de las sordinas impuesto a los arcos durante todo su curso.

3. A esta cima expresiva de la obra sigue un Minuetto de encanto bucólico y popular a la vez, con un desarrollo poco común y dos tríos. El primero de ellos, en la menor, reservado a las cuerdas solas, tiende una sombra pasajera sobre esta obra serena, pero el segundo ( la mayor) nos ofrece un verdadero Ländler alpino, donde el clarinete reencuentra sus orígenes al transformarse pasajeramente en alegre chalumeau de pastor tirolés.

4. El Finale (Allegretto) corona la obra con un tema con variaciones donde Mozart logra admirablemente sacar las consecuencias más imprevistas de un tema de una simplicidad casi ingenua. En la primera variación, el clarinete canta un contrasujeto que casi hace las veces de segundo tema (se le vuelve a encontrar en las variaciones 2 y 5), y que, a su vez, estaba claramente anunciado en el segundo trío del Minuetto. Las dos variaciones siguientes reservan la primacía respectivamente al primer violín y a la viola, contentándose el instrumento de viento con un papel más difuminado. La cuarta variación reencuentra, tras el velo melancólico de la precedente, el gozo y el buen humor, con el clarinete prodigándose en exuberantes figuraciones. Una breve transición, que desemboca en un calderón, introduce entonces la quinta variación, un Adagio muy conocido, de una limpidez y una ternura maravillosas. Una nueva detención precede a la viva y arrebatadora coda con la que el Quinteto termina en un gran estallido de alegría y de luz.

Fuente: audiocamara.com.es


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