Por Francesco Milella
Abrir un ciclo conmemorativo sobre Gioachino Rossini (1792 – 1868) en ocasión de los 150 años de su muerte con una ópera como La Pietra del Paragone es un reto que conlleva una cierta dosis de riesgo. ¿Por qué empezar con un título tan poco conocido y, por lo tanto, tan poco representativo del gran genio italiano? Los hechos hablan claramente: La Pietra del Paragone es una de las óperas menos representadas y estudiadas del maestro de Pesaro. Desde su estreno en el Teatro alla Scala en 1812, este título desapareció repentinamente sin lograr competir con la fuerza revolucionaria del Barbero y de la Cenerentola. Después de la Segunda Guerra mundial La Pietra volvió a cobrar vida en esporádicas representaciones cuyo éxito no ayudó a dar vuelo y fama a dicha ópera. Hoy en día, la situación no ha cambiado: ni la difusión de la biografía rossiniana de Stendhal -quien definía La Pietra del Paragone “la mejor ópera de Rossini en el repertorio buffo”-, ni los admirables esfuerzos del Rossini Ópera Festival han logrado cambiar los prejuicios y el desinterés hacia esta ópera juvenil del gran italiano.
Entonces, volvamos a la pregunta ¿por cuál razón inaugurar este breve ciclo con La Pietra del Paragone? La primera respuesta que surge nos obliga a observar de cerca la trayectoria musical de Rossini y el papel que en ella tuvo esta ópera. En 1812 Rossini tenía “apenas” veinte años: su experiencia como compositor lo había llevado a presentar cuatro breves farsas en los teatros de Venecia y a componer dos óperas serias: el Demetrio e Polibio (compuesta en 1809) y Ciro in Babilonia, ambas presentadas en 1812 e inmediatamente olvidadas. Su trayectoria había llegado a un momento clave. Para poder finalmente formar parte del mundo de espectáculo era necesario pasar a un nivel más alto, presentar una ópera (ya no una farsa) en uno de los grandes teatros de Italia. La ocasión, afortunadamente, no tardó en llegar: en la primavera de 1812 el Teatro alla Scala de Milán, tras haber observado por meses la labor del joven Rossini, decidió invitarlo para componer una ópera en septiembre.
El libretista sería Luigi Romanelli, firma oficial de casi todos los libretos milaneses de esos años, sobre una historia curiosamente ambientada en la contemporaneidad: el Conde Asdrubale, soltero y en busca de una mujer, decide poner a la prueba sus amistades y sus cariños yendo en contra de la desconfianza con la que siempre había mirado el mundo. Decide por lo tanto disfrazarse de turco para simular el secuestro de todos sus bienes. Muchos huyen del Conde ahora que ya no cuenta con riqueza y bienes materiales, todos menos Giocondo y la Marquesa Clarice quien, en secreto, lo ama profundamente. En el segundo acto, entre juegos y engaños de los otros personajes, falsos y superficiales, la Marquesa a su vez decide poner a la prueba la relación con el Conde vistiéndose de general, gemelo de la Marquesa y, por lo tanto, obligado a llevársela con él. El Conde, frente la posible pérdida de su amor, se declara ante la Marquesa en un final de amor y amistad reiterada.
El éxito fue rotundo. Nos cuenta Stendhal “la gente llegaba de Parma, Piacenza, Bergamo y Brescia y de todas las ciudades cercanas de Milán. Rossini era la primera celebridad del país: la gente corría para verlo”. Era lo que Rossini necesitaba: un triunfo total en un gran teatro y con una compañía importante como la que había presentado la ópera. Marietta Marcolini (Marquesa), Filippo Galli (Conde) y Claudio Bonoldi (Giocondo) eran de hecho algunas de las mejores voces del momento, voces que Rossini supo celebrar con arias y escenas de extraordinario impacto.
La segunda respuesta que podemos dar a la pregunta inicial, nos invita necesariamente a escuchar y ver esta ópera, a vivirla en sus detalles tan moderna y exquisitamente burgueses. Aun perteneciendo a la categoría de ópera buffa, La Pietra del Paragone presenta un número realmente alto de escenas y arias que bien se adaptarían al repertorio serio por la majestuosidad y la complejidad de su música y su dramaturgia: Rossini, consciente del gran reto que estaba enfrentando, entregó todo su ingenio para dar vida a una ópera extraordinaria. La belleza musical de sus arias, la fantasía y el ingenio de las escenas (memorable es la escena del turco, la famosa escena del Sigillara, palabra sin sentido que Romanelli inventa cuando el turco finge secuestrar los bienes del Conde), entre crescendos, sabrosos albures y sarcasmos, nos envuelve en un juego teatral sensacional. Es el triunfo de la melodía perfecta y contagiosa, del teatro fluido y amable, donde la razón se acompaña a la belleza y el sentimiento a la ironía.
Acto I (1 parte)
Acto I (2 parte) – Acto II
Libretto en español
http://kareol.es/obras/lapiedradelparangon/acto1.htm
Comentarios