Las Variaciones Goldberg BWV 988 de Johann Sebastian Bach

Por Francesco Milella La variación, como estructura y esquema musical, nunca había llamado la atención de Johann Sebastian Bach, ya que el compositor alemán se había […]

Por Francesco Milella Última Modificación abril 10, 2015

Por Francesco Milella

La variación, como estructura y esquema musical, nunca había llamado la atención de Johann Sebastian Bach, ya que el compositor alemán se había limitado a efímeros experimentos (y qué experimentos) en la Chacona BWV 1004 y en la Passacaglia BWV 582. El constructivismo musical y el impulso a descubrir todos los grados de especulación sobre el sistema de los sonidos de los últimos años de su vida musical lo llevaron a descubrir nuevos mundos compositivos, entre ellos el de la variación con las hermosas Variaciones Goldberg.

La información más temprana que tenemos sobre esta obra es de Johann Nikolaus Forkel (1749-1818), primer biógrafo de Bach, quien habría aceptado en 1740 la invitación de su alumno Johann Gottlieb Goldberg a escribir una composición para clavicordio con el fin de amenizar las horas nocturnas de insomnio de su superior, el conde Hermann Carl von Keyerslingk, embajador de Rusia en Dresde. Más allá de esta historia, que parece más bien pertenecer al grupo de infinitas leyendas que habitan la vida de Bach (parece raro por ejemplo que Bach non haya escrito ninguna dedicatoria para Keyerslingk), en 1741 Bach publica una Aria con 30 Variaciones BWV 988, como cuarta parte del Klavierübung.

Punto de partida de esta inmensa obra arquitectónica es una delicada e íntima aria “bipartita” cuyo elemento fundamental es el bajo de ocho notas (cada una de dos cuartos) descendientes, en una disposición frecuente en la literatura musical de la época, mejor conocida como “gagliarda italiana” (“ground” en Inglaterra y “basse” en Francia). Estructurada sobre este bajo, Bach organiza esta aria al estilo de la sarabanda, enriquecida con elementos de la pétit ornamentation (pequeña ornamentación) francesa, creando así una bellísima base melódica y rítmica para las todas las variaciones siguientes para un total de 32 elementos (si incluímos el aria inicial repetida al final de las variaciones).

Como cada magna obra de arquitectura, también las Variaciones Golberg esconden fascinantes secretos. El primero es la perfecta simetría y equilibrio que dominan toda la estructura. El baricentro de la obra es la variación n. 16 “ouverture”, que divide las 30 variaciones en dos partes iguales, cuyos extremos perfectamente equidistantes se colocan en las variaciones, respectivamente n. 10 (fughetta) y n. 22 (alla breve). Otro elemento interno que soporta maravillosamente toda esta imponente estructura es la presencia de diez segmentos, cada uno de los cuales está constituido por tres variaciones. La última de las tres variaciones de cada segmento es siempre un canon (n. 3, 6, 9, 12, 15, 18, 21, 24, 27) resuelto en una progresión de intervalos, empezando por el unísono (canon n. 3) hasta el intervalo de novena (canon n. 27).

Desde una perspectiva armónica, la tonalidad de sol mayor resulta dominante con la excepción de las variaciones n. 15, 21 y 25 en sol menor. Pero más allá de esta estructura sólida y esencial, que parece mirar más a la matemática que a la música (que en fin de cuentas son la misma cosa), las Variaciones Goldberg nos ofrecen un mundo estético nuevo y fascinante.

En la época de Bach se solía organizar las variaciones como disminuciones (metamorfosis rítmicas) u ornamentaciones de la partitura base. Bach, como siempre, va más allá de la tradición de la época: deja a un lado la literatura tradicional para entregarnos una obra llena de brillantes figuras rítmicas, de originales combinaciones contrapuntísticas, de encantadoras melodías e impresionantes armonías que hacen de estas variaciones la síntesis más interesante y completa de la técnica para teclado. Pero al mismo tiempo las “Goldberg” son también – y sobre todo – un modelo perfecto de organización musical. Volviendo a nuestra metáfora arquitectónica, podemos decir que lo que Johann Sebastian Bach realiza, a sus 56 años de edad, es un edificio perfecto, con unos pilares sólidos sin ser pesados o estorbosos, sobre los cuales construye una estructura elaborada pero clara, linear y simétrica en donde nada es causal o está fuera de lugar.

Alrededor de este esqueleto bellísimo y casi místico, en una perfección matemática, Bach nos ofrece uno de los ejemplos más conmovedores de su arte. Un arte en donde la música deja de ser terrena, para acoger un valor espiritual, o más bien, un valor universal.

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