La Tercera Sinfonía de Gustav Mahler (1860-1911) es la más larga de las diez que escribió. El movimiento introductorio masivo (que al final Mahler tituló “El despertar de Pan”…La entrada del verano) empieza con una sección que recuerda a una melodía del final de la Primera Sinfonía de Brahms (a su vez inspirada en Beethoven), y que luego incorpora música de los más diversos estilos y objetivos.
A muchos oyentes de la época les pareció que la emocionante secuencia de la marcha abría las compuertas a lo vulgar y lo cotidiano, pero luego da paso a un segundo movimiento tierno y gracioso (“Lo que me cuentan las flores del prado”), y un tercero semejante a un scherzo (basado en la canción Wunderhorn de Mahler “Ablösung in Sommer” (La sustitución del verano), titulada aquí “Lo que cuentan los animales del bosque”, con unos hermosos episodios donde figura un cuento que no aparece en escena.
El misterioso cuarto movimiento (“Lo que me cuenta el hombre”) introduce un solo de mezzosoprano que declama un texto de Friedrich Nietzsche, y el quinto es un fondo para el texto Wunderhorn “Es sungen drei Engel” (Cantaban tres ángeles) para coro infantil y un nuevo solo (“Lo que me cuentan los ángeles”), pero el movimiento lento final – exaltado y beatífico (“Lo que me cuenta el amor”) – retoma una música orquestal y pone el sello final sobre una de las mayores visiones de Mahler.
El renacimiento de la música de Mahler en la década de 1960 fue debido, en gran medida, al nuevo vigor que le impartió el director Leonard Bernstein, pero las interpretaciones de Jascha Horenstein se consideraron entonces el punto culminante sobre todo en el Reino Unido, señala David Breckbill, autor de esta breve apreciación de la Tercera Sinfonía de Mahler, musicólogo, profesor y colaborador frecuente de revistas de música clásica. Por su popularidad, y a pesar de sus detractores, las sinfonías de Mahler se han convertido en repertorio básico de numerosas orquestas del mundo y un reto para los directores de orquesta que se acercan y compenetran de su complejidad; asimismo, cada año surgen nuevas grabaciones – interpretaciones para el disfrute y veneración de los devotos mahlerianos.
Fuente: Matthew Rye-Luis Suñén, 1001 discos de música clásica. Qué hay que escuchar antes de morir, Barcelona, Grijalbo, Random House Mondadori, S.A., 2008.
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