Un lector nos envía este interesante texto, sin referencia a su fuente.
Imagen de la reconciliación.
Hay una hermosa imagen de reconciliación en la que aparece Paco de Lucía (1947-2014) a la vera de Joaquín Rodrigo (1901-1999) tocando “El concierto de Aranjuez”. Reconciliación quiere decir que se había establecido una discrepancia ‘contra-natura’ a propósito de la ortodoxia y la naturaleza de la guitarra española. Como si fuera un instrumento distinto cuando estaba en las manos de Sabicas o cuando lo poseía Andrés Segovia.
Las diferencias concernían a la personalidad de los intérpretes a la técnica, a la cultura, a la tradición y al aprendizaje, pero resultaba artificial recrearse en la oposición de tocaores y guitarristas de academia, estos últimos orgullosos del conservatorio y de saber leer, del mismo modo que los flamencos, aun ágrafos, tanto reivindicaban sus espacios de improvisación como abjuraban de la solemnidad y etiqueta de un concierto al uso.
Paco de Lucía se propuso remediar el malentendido. Lo hizo a finales de los años 60, encontrándose con Lorca y con Falla, pero es cierto que el desafío absoluto sobrevino en 1991, cuando decidió tocar y grabar “El concierto de Aranjuez” en presencia del viejo Rodrigo. Lo hizo memorizándolo, de forma que su versión, menos escrupulosa y aséptica de las conocidas a la fecha, impresionó a Rodrigo como quien escucha la obra por primera vez, de tan espontánea, sentida y profunda que sonaba el concierto.
Sucedió en Torrelodones, con las huestes de la Joven Orquesta Nacional de España y la batuta de Edmond Colomer, a quien impresionó sobremanera la modestia y curiosidad con que Paco de Lucía emprendía la alternativa del guitarrista clásico. Incorporando además tres pasajes de la Suite Iberia de Albeniz que le arregló para la ocasión el colega Juan Manuel Cañizares.
Paco de Lucía asumió que iba a exponerse al reproche de los críticos fundamentalistas, incapaces de percibir y reconocer la influencia de la música popular y el flamenco no solo en el “Concierto de Aranjuez” sino en la literatura de la guitarra.
Empezando por la figura patriarcal de Gaspar Sanz (1640-1710), cuya formación universitaria y teológica no contradice en absoluto que sus manuales pioneros de pedagogía se resintieran del folclore y de las artes populares, así como de la influencia de los guitarristas profanos. Paco de Lucía era uno de ellos en su inconformismo, creatividad e incontinencia. Le resultaba frustrante ponerse límites, resignarse a que el ‘Concierto de Aranjuez’ tuviera que interpretarse con guantes de seda.
De hecho, el guitarrista montenegrino Milos Karadaglic, nueva estrella de la Deutsche Grammophon y músico de conservatorio, reconocía en una reciente visita a España que le impresionaba la versión de Paco de Lucía porque la tocaba “como si no fuera a haber un mañana”. Es una buena definición de la guitarra telúrica y magmática de Paco de Lucía, modesto e intimidado como un monaguillo ante el Papa cuando Joaquín Rodrigo se levantó de la silla para abrazarlo en el nombre de la reconciliación.
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