THOMAS ADÈS: THE FOUR QUARTERS

por José Antonio Palafox. Nacido en Londres en 1971, el pianista, director de orquesta y compositor británico Thomas Adès ha desarrollado una sólida carrera caracterizada por […]

Por Jose Antonio Palafox Última Modificación julio 24, 2015

por José Antonio Palafox.

Nacido en Londres en 1971, el pianista, director de orquesta y compositor británico Thomas Adès ha desarrollado una sólida carrera caracterizada por una incesante metamorfosis estilística a través de la cual busca multiplicar las posibilidades expresivas de la música.

Inicialmente saludado como “el sucesor de Benjamin Britten”, Adès fue desprendiéndose gradualmente de todo tipo de influencias estilísticas y etiquetas clasificadoras hasta llegar a convertirse en una de las más singulares figuras dentro del panorama de la música contemporánea. Esto se debe en gran medida a que, como compositor, trata de conciliar los elementos y estructuras fundamentales de la música de manera espontánea e impredecible, logrando que el espectador descubra nuevas formas de escuchar aquello que creía conocer -ya sean progresiones armónicas, ritmos, melodías o formas musicales- a través de obras únicas y propositivas.

Entre los trabajos más emblemáticos de la vitalidad compositiva de Adès podemos encontrar obras como Asyla, pieza orquestal cuyo tercer movimiento está formado por elementos propios de la música techno, o el complejo concierto para violín Concentric Paths, estructurado en la manera indicada por su título. También destacan los proyectos multimedia In Seven Days y Polaris, creados en colaboración con el videoartista israelí Tal Rosner, así como un amplio repertorio de música de cámara con obras tales como los cuartetos para cuerdas Arcadiana y The Four Quarters, Cardiac Arrest para siete ejecutantes y Living Toys para 14. En el campo de la ópera, Adès ha compuesto, hasta el momento, solamente dos: Powder Her Face y The Tempest, la cual pudo disfrutarse en México en una transmisión especial desde el Metropolitan Opera House de Nueva York realizada hace un par de años.

Así, aunque difíciles de clasificar y no siempre fáciles de digerir, las composiciones de Adès son una contundente afirmación de que a la música “seria” aún le faltan muchos senderos por transitar; y prueba de ello es The Four Quarters (2010), una de sus piezas más fascinantes. Este cuarteto para cuerdas pertenece al conjunto de obras que a lo largo de la historia de la música han abordado temáticamente el paso de las horas a lo largo del día. Al igual que sucede con las sinfonías 6, 7 y 8 (respectivamente “La mañana”, “El mediodía” y “La tarde”) de Joseph Haydn, “La danza de las horas” en la ópera La Gioconda de Amilcare Ponchielli, “Las horas persas” de Charles Koechlin o –en otros géneros musicales- “The Pros and Cons of Hitch Hiking” de Roger Waters, el hilo conductor de los cuatro movimientos que componen este cuarteto para cuerdas de Adès es el incesante discurrir del tiempo (“quarters” entendido como “cuartos de hora”) en diversos momentos del día.

Obra de singular belleza, The Four Quarters representa un interesante desafío tanto para los intérpretes como para el escucha: mientras los músicos se enfrentan a enrevesadas dificultades rítmicas y estructurales que ponen a prueba su virtuosismo para conseguir que cada uno de los movimientos refleje el sentido del momento al que está haciendo referencia, el reto del espectador consiste en llevar a cabo una reflexión acerca de su percepción del tiempo dentro de los cuatro momentos propuestos por el compositor, ya sea el misterio que envuelve a la noche y al sueño, la primera mirada de la mañana, el incesante latido de la vida cotidiana o la mística del tiempo más allá del tiempo.

“Nightfalls”, el primer movimiento, inicia con una especie de tic-tac de los violines envuelto entre los brumosos acordes de la viola y el violonchelo, como si se tratase del solitario sonido de un reloj de pared a medianoche, cuando todos en la casa duermen sosegadamente. La intensidad de esta atmósfera sonora va incrementándose paulatinamente hasta llegar a un clímax que se interrumpe violentamente para dar paso a un espectral gemido de la viola, fugaz figuración del durmiente que sueña, quizá teniendo una pesadilla. Después de un momento, el círculo se cierra de manera perfecta: la calma nocturna queda restablecida, dejando escuchar nuevamente el tic- tac de los violines que marca el invariable paso del tiempo.

Incesante pizzicato intercalado con fugaces momentos armónicos, “Morning Dew”, el segundo movimiento, es la vívida descripción de una primera impresión del amanecer. Como su nombre indica, se trata de una apreciación de las gotas de rocío matinal, posadas sobre las hojas de las plantas y el césped de un jardín, destellando al recibir los primeros rayos del sol.

El tercer movimiento de la obra, “Days”, comienza con un insistente ostinato sincopado por parte del segundo violín, que parece sugerir el repetitivo paso de los días dentro de nuestra cotidianeidad mientras el resto de los instrumentos flota a su alrededor creando un manto sonoro que refleja la melancolía del ser ante la imposibilidad de recuperar el tiempo. Finalmente, el impasible mecanismo de relojería del ostinato absorbe a todos los instrumentos para alcanzar un brevísimo y enérgico clímax sonoro. El tiempo se escurre inevitablemente entre nuestros dedos, y los instrumentos abandonan discretamente el febril carrusel de la vida uno tras otro hasta que solamente queda el silencio.

“The Twenty-Fifth Hour”, último movimiento de The Four Quarters, es quizá el más complejo. Tal vez esto tenga que ver con la doble lectura que podemos dar a su título: la hora 25 sería esa extraña sensación que a veces experimentamos en la que nos parece estar viviendo un momento fuera del tiempo tal como lo conocemos y entendemos; acaso –especulación aún más compleja- sea una referencia al “tiempo” metafísico (léase “eternidad”) que permanecerá al final de nuestro tiempo. El hecho es que, cualquiera sea nuestra reflexión, esta parte de la obra exige que los músicos desarrollen patrones estructurales complejos que ponen a prueba su técnica interpretativa para lograr un efecto de “desintegración” dentro de la progresión lineal del tiempo.

Una vez rota ésta, el cuarteto concluye con una especie de enigmático “goteo” sonoro que termina por diluirse en el silencio, tal como el monótono paso de las horas se pierde en el olvido.

Jose Antonio Palafox
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