Los castrati eran sopranos o contraltos, es decir, que cantaban en los registros agudos o graves de la voz femenina. Pero no eran mujeres. Eran hombres que habían mantenido su voz de niños tras una operación quirúrgica.
Por retomar las palabras de un magistrado francés de paso por Roma a mediados del siglo XVIII, esa operación monstruosa era realizada por “caldereros diabólicos que habían hallado el secreto de hacer la voz aflautada”.
Jean Jacques Rousseau también se indigna contra esa práctica bárbara: “Hagamos oír, si es posible, la voz del pudor y de la humanidad que grita y se alza contra esa costumbre infame, y que los príncipes que la fomentan con sus investigaciones se avergüencen de perjudicar de tantas maneras la conservación de la especie humana”.
Artísticamente, los castrati fueron verdaderas estrellas de rock en los siglos XVII y XVIII, adulados por los reyes y los príncipes y más famosos incluso que los compositores a los cuales imponían sus caprichos musicales.
En 1902, por un decreto del papa León XIII, la Iglesia católica acaba prohibiendo la castración. Alessandro Moreschi (1858-1922) es el único castrato que dejó un testimonio de esa voz tan particular grabando varias arias a principios del siglo XX.
Fuente: Thierry Geffrontin, La música clásica en 100 palabras, Paidós, Barcelona, 2013.
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