Por: Francesco Milella
Después de haber escuchado y analizado el Concierto para dos mandolinas en Sol mayor de Vivaldi, nos acercamos hoy a su hermano menor, el Concierto para una mandolina en Do mayor RV 425. Este “hermano” menor no tanto por la calidad ni por la belleza musical, sino por las dimensiones y el tono de su música, fue compuesto, como casi todos sus conciertos, para sus alumnas del “Ospedale delle Putte”, maravilloso laboratorio de música donde Vivaldi podía alimentar su propia curiosidad y experimentar nuevos colores, nuevos sonidos y nuevos orgánicos sin que nadie lo limitara.
El primer movimiento de este concierto es un interesantísimo ejemplo de la curiosidad musical de Vivaldi. En el concierto para dos mandolinas vimos como, teniendo dos instrumentos con cuerdas pellizcadas (las dos mandolinas solistas), Vivaldi eliminó del orgánico el clavecín, cuya técnica y sonido son similares, para obtener una fascinante diversidad de timbres musicales en contraste entre ellos (la amplia y suave melodía de las cuerdas de los violines en contraste con el puntiagudo fraseo de las mandolinas). Ahora Vivaldi parece experimentar y buscar un color más homogéneo, pero totalmente diferente.
El concierto se abre con el clásico estribillo vivaldiano que se repetirá a lo largo de todo el movimiento
donde, con un tono más íntimo, más silencioso respecto al concierto para dos mandolinas (enérgico y brillante), la orquesta imita al solista siguiendo no solamente sus notas y su fraseo, sino también su color y su timbre musical. ¿Cómo pueden los violines y las violas imitar el timbre de la mandolina? Muy fácilmente, pellizcando las cuerdas. Y es lo que hacen en cada movimiento, acompañados por un bajo continuo corto y nervioso de los chelos, el bajo y el laúd.
El segundo movimiento es una pausa, una pausa amable y elegante en menor. Es un momento increíblemente teatral: Vivaldi detiene el tiempo: el solista parece quedarse solo en la escena, en un momento de reflexión silenciosa e íntima antes del final. En el tercer movimiento volvemos a la nerviosa energía del primero. Pero Vivaldi no puede, no quiere aburrir y nos sorprende nuevamente con pequeñas novedades y detalles: como el fraseo del solista, armónicamente más elaborado y con una melodía más brillante, capaz de imponerse y dialogar frente a la orquesta.
El Concierto para mandolina en Do mayor RV 425 es uno de los conciertos más curiosos de la literatura barroca italiana. Vivaldi realiza aquí algo impresionante, nunca antes hecho en la música: usa, tanto con la mandolina como con los violines y las violas, las cuerdas pellizcadas individualmente, una por una, evitando los acordes, es decir, tres o más notas tocadas simultáneamente. El riesgo de transformar la música en algo estático, duro y pesado es enorme. Y es aquí en donde Vivaldi sorprende realizando un concierto breve, de ocho minutos, y logra no solo hermosas y brillantes melodías (bueno, ya conocemos Vivaldi…), sino también equilibrar y diferenciar los distintos timbres pellizcados de la mandolina (más dulce, brillante y melódica, ya que sus cuerdas pellizcadas vibran más), y de las cuerdas (más sordas y más rítmicas). En fin, pequeños detalles que a veces ignoramos o que nos parecen superficiales pero que, sin lugar a duda, nos ayudan a apreciar y disfrutar más un concierto que después de casi trescientos años sigue encantando a los que ya lo conocen y sorprendiendo a los que lo escuchan por primera vez.
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