Al componer para mandolina, Antonio Vivaldi se acercó a un instrumento totalmente nuevo.
Acompaña la lectura de Franceso Milella y conoce esta faceta del compositor veneciano.
Una charla afortunada
Hace poco tuve la suerte y el privilegio, ya que se trata de una verdadera raza en vía de extinción, de conocer y platicar con una joven mandolinista clásica italiana.
Vivaldi, un príncipe en Venecia
Mi primera pregunta, quizás un poco superficial pero seguramente genuina, fue sobre el repertorio: ¿Qué repertorio tocan, además de la música popular italiana?
Su respuesta lo dijo todo: Vivaldi, no hay más. Pero son tan bellos sus conciertos, que con eso me quedo satisfecha.
Antonio Vivaldi cerca de un instrumento nuevo
Los dos conciertos que Vivaldi escribió para este instrumento (sin contar el concierto per molti strumenti” RV 558 donde Vivaldi escribe una parte para dos mandolinas), en calidad de maestro de música en el orfanato de las jóvenes venecianas, son uno de los más altos ejemplos de la genialidad de este gran compositor italiano.
Al escribir el concierto Do mayor para una mandolina y orquesta, y el concierto sol mayor para dos mandolinas y orquesta, Vivaldi se acerca a un instrumento totalmente nuevo, para el cual muy pocos compositores antes de él habían escrito una música que no fuera popular.
Dicho en otra forma, Vivaldi no tenía una tradición sólida y estructurada a la cual poder mirar, no tenía ejemplos o modelos que podía estudiar y seguir como lo había hecho con el violín o el oboe.
Y, la verdad, para un compositor, como para un pintor o un escritor, ¡no hay nada más importante que la tradición del pasado! Bien lo sabían Mozart, Bach, Rossini, Beethoven…
La inteligencia musical de Il prete rosso
Vivaldi se acerca a la mandolina con extraordinaria inteligencia, logrando entender inmediatamente sus cualidades y sus límites, estudiando con paciencia su sonido metálico y frágil, sus colores agudos y delicados y sus armónicos.
El resultado de este “acercamiento” es excepcional, como demuestra el concierto para dos mandolinas en sol mayor RV 532, justamente una de las obras más conocidas del repertorio vivaldiano. Vivaldi, como en todos sus conciertos, abre el primer movimiento con un estribillo ágil, brillante, luminoso, casi monumental que nos envuelve y atrapa inmediatamente con su contagiosa energía.
Las mandolinas entran al terminar el tema de la orquesta realizando un hermoso diálogo musical: la segunda mandolina repite los temas de la primera uniéndose solo al final de cada “estrofa” en un “crescendo” que abre las puertas al estribillo.
Y así, Vivaldi nos va llevando de la mano, entre estribillos y refinados diálogos entre las dos solistas.
Lo que más impresiona es la inteligencia musical de Vivaldi en controlar los diversos instrumentos y el equilibrio musical entre éstos. La ausencia del clavecín lo dice todo. El clavecín tiene la misma técnica de las mandolinas: ambos son instrumentos cuyo sonido se realiza pellizcando las cuerdas (con una púa en el caso del clave, con la yema de los dedos en el caso de la mandolina).
Antonio Vivaldi: contraste y diálogo instrumental
Por consecuencia, el sonido es impresionantemente parecido. Tanto la mandolina como el clavecín tienen (casi) el mismo sonido, metálico y delicado, plateado. Crear confusión introduciendo en el bajo continuo un instrumento con un sonidoparecido al del solista ¡no estaba permitido!
Vivaldi quita el clavecín para dejar el lugar al órgano cuyo sonido, suave y redondo, crea fascinantes y divertidos contrastes con las cuerdas punzeadas de la mandolina.
El segundo movimiento es otra hermosa joya de este tríptico musical. Siguiendo rigurosamente el sistema diálogico, Vivaldi continúa la “conversación” entre los dos solistas con frases sencillas, breves e inmediatas.
Dejando a un lado el contraste entre timbres, Vivaldi en esta ocasión construye un movimiento totalmente “pellizcado” donde incluso la orquesta acompaña a los dos solistas con “pizzicati” discretos y silenciosos que se limitan a ofrecer una base armónica a los dos protagonistas.
Con el tercer movimiento volvemos a la deslumbrante energía que nos envolvío al comenzar el concierto. El diálogo entre las dos mandolinas se anima, se enciende en una verdadera danza de tonalidades, ritmos y melodías que nunca nos aburre y nunca nos cansa. Y con esto también ¡nosotros nos damos por satisfechos!
Fuente: Francesco Milella para Música en México
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