Beethoven 250: Concierto para piano y orquesta No. 5 “Emperador”

“Nada más que tambores, cañones y miseria humana de todo tipo”, escribía Beethoven el 26 de julio de 1809, año de la composición de este concierto a Gottfried Christoph Härtel, su editor de Leipzig (compañía que todavía sigue en activo, bajo el nombre de Breitkopf und Härtel). Austria estaba en guerra con Francia por cuarta vez en dieciocho años y unos dos meses antes de esta carta, Napoléon había comenzado el asalto a la ciudad, del que el compositor se refugió en la bodega del poeta Ignaz F. Castelli, tapándose los oídos con almohadas para evitar que el estruendo dañara su audición. Sin embargo, y contra todo pronóstico, la actividad de Beethoven tras el asedio aumentó como no le volvería a suceder nunca más. Precisamente, esta obra representa la culminación de lo que se ha llamado la “década heroica” (en realidad siete años), en referencia al segmento temporal entre 1803 -año de composición de la Tercera Sinfonía y el Concierto No. 5, ambas en la tonalidad de Mi bemol Mayor.

El asedio francés hizo esperar el estreno de la obra dos años y trasladarlo a Leipzig con Friedrich Schneider como solista. Este es el único concierto que no estrenó Beethoven mismo, porque no estaba lo suficientemente preparado para volver a tocar con orquesta. Y su primera audición en Viena se hizo esperar hasta 1812, con Carl Czerny de solista, en un concierto de la Sociedad de las Nobles Señoras de la Caridad, donde no fue especialmente bien recibida salvo por una persona: un oficial de la armada francesa que, según los relatos de la época, definió esta composición como “el emperador de los conciertos”. Esta historia está sin confirmar, pero sirvió como excusa al editor para aplicarle el calificativo.

Cuando Beethoven comenzó a bocetar la obra, pensó bastante en cómo comenzar de manera original e impactante un concierto. Su Concierto para piano No. 4 presenta el material de una forma sin precedentes hasta la época: dando al solista una frase lírica sin acompañamiento, para compartirla luego con la orquesta. Así que decidió ir más allá para encontrar la solución. Beethoven introduce el piano antes de lo esperado -especialmente, si tenemos en cuenta la tradición formal- y no para presentar material temático, sino una vorágine de escalas, arpegios y florituras como respuesta a los tres acordes que presenta la orquesta, que parecen adelantar una cadencia, y que se rompe abruptamente para presentar el material. Una característica de este movimiento es su enorme desarrollo y cuyo recorrido formal hacia el crescendo no está directamente relacionado con la dinámica, sino con la tensión disonante en la armonía hasta llegar al clímax.

El segundo movimiento está caracterizado por el tema de las cuerdas, lírico y expresivo, a modo de coral, mientras el piano responde en tresillos descendentes, creando una tensión interna hasta que la melodía está completamente expuesta. Este coral se expondrá variado a lo largo del movimiento, primero en el piano y, posteriormente, en la orquesta, con el piano como acompañamiento. 

Mientras todo sigue bajo la quietud del movimiento lento, Beethoven realiza un cambio brusco, introduciendo el tema del Finale sobre un sonido de corno, para irrumpir repentinamente con el tempo rápido y fortissimo. El tema se revela como una danza con una fuerza alemana propia, que se ve interrumpida por otro sorprendente cambio de tempo, que sirve para introducir la breve y brillante coda.

Fuente: Israel López Estelche para la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias