Alexi Kenney, violín I
David Bowlin, violín II
Dimitri Murrath, viola
Julie Albers, violonchelo
“He comenzado a escribir algo hermoso que contendrá nuestra vida […] Estaré a solas contigo. Nadie entre nosotros…”. Así escribía el compositor checo Leoš Janáček (1854-1928) a Kamila Stösslová (1891-1935), el último y más grande amor de su vida, con respecto a la composición de su segundo cuarteto para cuerdas, al que tituló Cartas íntimas (1928). Janáček y Stösslová se conocieron en 1917, en un balneario de la ciudad de Luhačovice, en Moravia, al que el compositor acostumbraba ir a descansar todos los veranos.
El hecho de que ambos estuvieran casados y que Janáček fuera casi cuarenta años mayor que Stösslová no impidió que el músico se enamorara perdidamente e iniciara con la joven una relación epistolar que duró hasta la muerte del compositor y está formada por más de 700 enardecidas cartas.
Es en el Cuarteto para cuerdas No. 2 donde se conjuntan de la manera más perfecta todos los matices que pueden adquirir los sentimientos de dos seres que se aman aunque estén separados por la distancia, temporal y espacial. Y es que en ningún momento perdió Janáček la esperanza de que Kamila llegara a corresponderle, por lo que—con la sabiduría que dan los años—para expresar cómo quería que fuera ese instante de suprema dicha, eligió no la impetuosa grandilocuencia de una ópera o el vigor arrebatador de una sinfonía, sino una de las más exquisitas y delicadas combinaciones instrumentales que existen: el cuarteto de cuerdas.
Janáček llamó Cartas íntimas a su segundo cuarteto para cuerdas porque en él condensó sin palabras todas las misivas que durante once años le había escrito al “hermoso enigma de mi vida”¸ como llamaba a Kamila. Fue en esta obra donde el compositor se rindió sin recato alguno al sentimiento que lo embargaba, logrando sublimar su pasión hasta convertirla en una obra de arte sublime. En el primer movimiento, Janáček quiso plasmar su impresión la primera vez que vio a Kamila; en el segundo, habla del desasosiego que siente su alma ante la lejanía de la mujer amada; en el tercero, desgrana una tierna canción de cuna para el hijo que nunca tuvieron juntos, y en el cuarto expresa su miedo a perderla y la dicha que para él sería que ella permaneciera a su lado por siempre.
En cuanto a Kamila, se metamorfoseará por última vez entre las manos del anciano compositor, ahora en la cálida voz de la viola, que al envolver en una sutil caricia a los demás instrumentos desempeña un papel prominente a lo largo de toda la obra.
En cierta forma, el deseo plasmado por Janáček en el cuarto movimiento de su Cuarteto terminó por cumplirse, porque Kamila estuvo con él en sus últimos momentos. En agosto de 1928, poco menos de un mes después de terminado el cuarteto Cartas íntimas, ambos se encontraban dando un paseo en compañía de uno de los hijos de Kamila cuando el compositor, ya con 74 años a cuestas, sufrió un enfriamiento que se convirtió en pulmonía y lo llevó a la tumba unos días después. Leoš Janáček falleció el 12 de agosto de 1928 en el hospital de Ostrava, y a la cabecera de su cama se encontraba Kamila, su amor crepuscular.
“Tú estás en mis composiciones, allí donde se hallen pureza de emoción, sinceridad, verdad y amor ardiente“, escribió en una de sus tantas cartas el compositor a su musa, y basta escuchar el Cuarteto para cuerdas No. 2 para darnos cuenta de que, efectivamente, Kamila Stösslová está ahí.
Por José Antonio Palafox para musicaenmexico.com
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