Max Bruch (1838-1920) fue un compositor de los que tendrían que quejarse por el trato recibido en la vida por el único hecho de ser músico.
Es un compositor más al que que se le conoce por una sola obra, si acaso dos, porque se escuchan con frecuencia en conciertos y grabaciones. En el caso de Bruch, su Primer Concierto para violín ha tenido una aceptación tal por los violinistas, que lo difunden y hacen que al público le guste tanto que pareciera ser la única del autor en su género o, incluso, entre toda su obra, como sucede con “el concierto para violín” de Mendelssohn, o“el concierto para piano de Chaikovski” refiriéndose al Primero, o “el concierto para violín de Bartók” respecto al segundo de ellos.
Max Bruch compuso tres conciertos -numerados- para violín, además de otras obras de variada extensión que podrían ser considerados como conciertos para violín, incluyendo la Serenata y la relativamente popular Fantasía Escocesa; 3 sinfonías al estilo romántico y con cierta influencia brahmsiana; Kol Nidrei, para violonchelo y orquesta, su otra obra más conocida después del mencionado Primer concierto para violín (la obra de carácter judaico más difundida, no compuesta por un compositor judío); al menos una ópera (Hermione), varias cantatas y oratorios de formato mayor (Moisés, Odiseo, Aquiles, La canción de la campana); así como música de cámara, que incluye un Septeto para dotación variada, un Octeto para cuerdas, dos cuartetos para cuerdas, y la serie, algo más conocida, de 8 Piezas para clarinete, viola y piano.
Bruch fue sobre todo un soñador de melodías, siempre renovadas aunque siguiendo los cánones del Romanticismo tradicional, es decir, tras los pasos de Felix Mendelssohn, Robert Schumann y, por supuesto, su absoluto contemporáneo, Johannes Brahms; por lo mismo, reticente a aceptar los postulados revolucionarios de Richard Wagner y de Franz Liszt (aunque siempre hemos sostenido que casi todos los músicos de la época, en el mundo germano y en el resto de Europa, acusaron en variada medida la influencia mágica del nuevo mundo armónico y sonoro de Wagner).
El Concierto para dos pianos opus 88a de MAX BRUCH tiene una curiosa y triste historia, aunque al final, fue afortunada. Obra tardía, escrita en 1904 a los 66 años, comenzó su vida como una Tercera Suite para orquesta con órgano. En 1911, dos alumnas de su clase de composición en la Escuela de Música de Berlín, Rose y Ottilie Sutro, originarias de Estados Unidos, tocaron para Bruch su Fantasía para dos pianos. El compositor quedó fascinado por la interpretación de su obra y aceptó el encargo de componerles un concierto para dos pianos. Cuando Bruch comenzó a trabajar en la obra, decidió revisar aquella Tercera Suite para orquesta y órgano, reelaborando una nueva orquestación y convirtiendo la participación del órgano en una parte para dos pianos solistas, mucho más compleja y virtuosística. Ofreció a las dos hermanas el comisionado Concierto para dos pianos, haciéndoles prometer que no lo tocarían en Europa.
Y así, la obra se estrenó en Filadelfia, en 1916. con la orquesta bajo la dirección de Leopold Stokowski. Bruch nunca pudo escuchar el concierto, pero puede suponerse que la obra no salió en su mejor forma, debido al limitado virtuosismo de las dos pianistas estadunidenses, quienes después del estreno lo adaptaron ellas mismas, cortando o facilitando los pasajes que les resultaban casi intocables. “Enterraron” en un baúl la partitura original de Bruch y la nueva versión la presentaron y tocaron como una obra de la autoría de ambas hermanas. Al parecer, las Sutro pronto dejaron de tocar la obra, el rastro de la partitura se perdió y el olvido se encargó de lo demás, tanto de la obra de Bruch como de la indigna copia.
Fue hasta la muerte de la última de las Sutro en 1970, que el pianista Nathan Twining compró los materiales musicales dejados por las hermanas y descubrió un sorprendente manuscrito original de Max Bruch en la parte correspondiente a los pianos; rastreando la historia, descubrió algunas de las partes de orquesta. Twining y el pianista Martin Berkofsky se dieron a la tarea de reconstruir la obra total y pronto pudieron ofrecer el reestreno del Concierto auténtico.
Sin que sea algo común entre compositores, casualmente y así como le aconteció a Gustav Mahler para su Décima Sinfonía, también Bruch, mientras convalecía en la isla de Capri, presenció el paso de una procesión fúnebre de Viernes Santo que cantaba con un sentimiento místico y solemne, pero con las deficiencias inevitables del caso; le impresionó, sobre todo, un triste llamado de una tuba que precedía la procesión de fieles. Cuando estos habían pasado, se escuchó el fuerte y agudo gemido de un asno que interrumpió el triste canto que se transformó en grotescas carcajadas.
Cuando Bruch trabajo en su nuevo Concierto para dos pianos incorporó el tema de la tuba y parte de los cantos escuchados. La obra comienza con una fanfarria en los metales, en la bemol menor, que podría ser tomada como la tonalidad de la obra, aunque no esté señalada como tal en la partitura; se trata, precisamente, de la mencionada melodía de la tuba, además de utilizar en el primer movimiento otro de los temas escuchados en la procesión de Capri, por supuesto, con los temas plenamente desarrollados. Los movimientos centrales combinan una reposada meditación con un alegre ritmo de galopa; el final retoma la fanfarria de la tuba, ahora desarrollada y variada hasta alcanzar una vivaz alegría y hasta un carácter heroico en la conclusión.
Disfrute de este singular concierto, con el admirado dúo de pianistas, Katia y Marielle Labeque, acompañadas por la Orquesta Filarmónica de la Universidad dirigida por Massimo Quarta. Sábado 19 (20:00h) y domingo 20 (12:00h), Sala Nezahualcóyotl.
Fuente: Patronato y Sociedad de Amigos, A.C., OFUNAM.
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