EL BARROCO HOLANDÉS

Por Francesco Milella No todos los países del norte de Europa, entre los siglos XVI y XVII, fueron tan afortunados como Alemania en encontrar un […]

Por Francesco Milella Última Modificación julio 21, 2017

Por Francesco Milella

No todos los países del norte de Europa, entre los siglos XVI y XVII, fueron tan afortunados como Alemania en encontrar un sólido equilibrio entre la fe protestante y la música. Lutero, siendo músico y compositor, había sido capaz de unir las dos cosas tanto en la dimensión litúrgica como en la doméstica: creó un universo cultural del cual nacerían figuras extraordinarias como Buxtehude, Bach y Telemann. Los otros padres de la revolución protestante prefirieron caminos distintos. Ulrich Zwingli, en Suiza, cerró todas las posibilidades de desarrollo musical afirmando que la música servía solo para dormir a los niños y no para elevar las almas al Señor; en Inglaterra, la Corona, poco refinada y culta, al no tomar posición alguna ante la música, dejó espacio para que años después la mente puritana de Olivier Cromwell censurara cualquier tipo de manifestación musical y teatral en general, por considerarlas formas tangibles de pecado.

Menos categórica y más interesante fue la posición de Juan Calvino. Como Lutero creía necesario el elemento musical durante la celebración litúrgica, pero solo a través de salmos en forma de oración, todas las otras formas musicales estaban estrictamente prohibidas: los himnos y los cantos espirituales podían ser cantados solo en los espacios domésticos y escolares. Diferenciándose del luteranismo, el calvinismo fue marcando una clara distinción musical entre espacio religioso y espacio doméstico: el primero podía acoger solamente los salmos, el segundo se transformó lentamente en un catalizador de todas las otras manifestaciones musicales.

Esta clara distinción determinó la historia musical de todo el mundo calvinista. Las consecuencias más evidentes e interesantes se manifestaron en la región que más profundamente interiorizó sus ideas, transformándolas en una verdadera ley de vida: los Países Bajos. A partir del siglo XVII, esta pequeña área del norte de Europa fue literalmente contagiada por el calvinismo: sus ideas sobre el trabajo como instrumento de elevación espiritual, su estética cotidiana esencial y púdica, libre de inútiles adornos exteriores, transformaron la refinada cultura flamenca del siglo XVI en una rígida y casta sociedad de mercaderes.

La polifonía que Orlande de Lassus, Josquin Despréz, Johannes Ockeghem y Nicolas Gombert habían elevado a paradigma en toda Europa fue lentamente desapareciendo. Pero, al contrario de lo que podríamos pensar, la música no se interrumpió, como sucedería en Inglaterra a partir de 1640. La gloriosa tradición renacentista había dejado en los holandeses un amor por la música al cual difícilmente renunciarían. Colocando las teorías calvinistas al centro de su vida política, económica y social, los Países Bajos aceptaron la distinción musical entre espacio religioso y espacio doméstico. El primero fue recibiendo una larga lista de grandes organistas, discípulos de Jan Sweelinck, el mismo en el que Dietrich Buxtehude y los grandes compositores del norte de Alemania se inspirarían. Al poner la liturgia calvinista estrictos límites a la fantasía y al gusto de los compositores holandeses, el espacio doméstico se convirtió para ellos en el contexto ideal en el cual experimentar nuevas formas y nuevos lenguajes.

Penalizada por la iglesia, la música instrumental toma su revancha en las refinadas casas de los mercaderes, las mismas que Jan Vermeer había comenzado a retratar con sus laúdes y sus clavecines envueltos en una luz inconfundible. Carolus Hacquart (1640 – 1701), Servaas de Konink (1654 – 1701), Johann Heinrich von Weissenburg (1660 – 1730) y Hendrik Anders (1657 – 1714) fueron los primeros compositores, hoy desconocidos, en dar vida a una tímida y silenciosa tradición musical holandesa. Mirando a los tres centros de la música europea (Francia, Italia y Alemania) esta primera generación fue preparando el terreno para la segunda generación: a partir del 1700, las grandes ciudades de Holanda se fueron llenando de  compositores, locales y extranjeros, y, sobre todo, de impresores brillantes y abiertos que en breve tiempo transformarían los Países Bajos en un de los corazones pulsantes de la música barroca europea.

Carolus Hacquart, suites para viola da gamba

https://www.youtube.com/watch?v=pVc0JUU7QCc 

Von Weissenburg, conciertos op. 7

Francesco Milella
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