Stefan Jackiw, violín | Orquesta Sinfónica de Galicia – Rumon Gamba
En diversos documentos biográficos relativos a Max Bruch se afirma que si de niño este buen músico alemán parecía destinado a convertirse en un gran compositor, lo cierto es que al paso del tiempo fue solamente un buen compositor, al grado de que aún en su natal Alemania sus obras no son tan populares o conocidas como él hubiera querido. De hecho, la mayor parte de su música permanece más o menos olvidada en su tierra, y sólo gracias a los esfuerzos de su colega, el compositor Hans Pfitzner (1869-1949), sus obras para violín y orquesta se conservan en el repertorio. Este detalle es importante porque, a juzgar por lo que suele tocarse de su música en las salas de concierto hoy en día, parecería que Bruch fue un músico altamente especializado en el violín. Sin embargo, una mirada a su catálogo permite apreciar que compuso un buen número de óperas, oratorios, cantatas y otras obras vocales; una buena cantidad de piezas corales sacras y profanas; varias canciones; piezas para teclado; tres sinfonías; y una docena de obras de cámara, entre otras piezas. Hay, sin embargo, una razón clara para la preferencia de Bruch por crear obras para violín y orquesta, y para la permanencia de esas obras en el repertorio. Esta razón llevó por nombre el de Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués (1844-1908), quien fue el más grande violinista de su tiempo. Sarasate recibió la dedicatoria de numerosas obras de compositores contemporáneos suyos, y probablemente ninguno le dedicó tanta música como Max Bruch. Así, Sarasate fue el destinatario del segundo y del tercer concierto para violín de Bruch, la Romanza Op. 42, el Adagio appassionato Op. 57, el Adagio In memoriam Op. 65, la Serenata Op. 75, las Canciones y danzas Op. 79, y la Pieza de concierto Op. 84. Y por si todo ello fuera poco, Bruch también dedicó a Sarasate la Fantasía escocesa Op. 46 para violín y orquesta.
La inspiración para esta singular obra de Max Bruch puede hallarse con cierta facilidad. La cronología del compositor señala que hacia 1863 Bruch publicó una serie de canciones folklóricas escocesas y, más tarde, en diversas ocasiones, acudió a la tradición musical de Escocia como fuente para otras obras vocales. De hecho, Bruch siempre dijo estar muy orgulloso de su peculiar habilidad para manejar las fuentes folklóricas de diversos orígenes en su música de concierto. Así pues, entre 1879 y 1880 Bruch compuso la Fantasía escocesa, cuyo título original es bastante más largo y elocuente: Fantasía para el violín con orquesta y arpa, con libre uso de melodías folklóricas escocesas, en mi bemol mayor, Op. 46. Y si el folklore de Escocia fue el motivo principal que impulsó a Bruch a componer esta obra, un motivo secundario fue la lectura de algunos textos de Sir Walter Scott (1771-1832), el gran novelista escocés cuyas obras inspiraron también a otros compositores. Por si todo ello fuera poco, Bruch también tuvo en mente el antecedente de Félix Mendelssohn (1809-1847), quien se inspiró en Escocia para la composición de su Tercera sinfonía y de su espléndida obertura Las Hébridas.
Lejos de ser una extrapolación abstracta y estilizada de elusivos temas de corte escocés, la Fantasía escocesa se refiere con toda claridad y precisión a sus fuentes. El Adagio cantabile tiene como tema una antigua canción escocesa de amor, mientras
que el tercer movimiento está basado en otra canción que lleva el extraño título de Canción del molinero polvoso. En el Andante sostenuto, que es una combinación de variaciones con forma sonata, la fuente es una canción titulada Cómo sufro por Johnny. El movimiento final es designado por Bruch como Allegro guerriero, pero no hay que dejarse engañar por el título, ya que las reminiscencias guerreras son bastante nobles y delicadas. La referencia bélica está en el hecho de que este movimiento está basado en una canción que, según cuenta la leyenda, fue cantada por el rey escocés Robert Bruce (1274-1329) durante la histórica batalla de Bannockburn en 1314.
Ahora bien, para efectos prácticos parece evidente que esta Fantasía escocesa bien pudo haber sido designada por Bruch como su Cuarto concierto para violín, y nadie se hubiera quejado de ello, porque desde el punto de vista formal, la obra cumple buena parte de los requisitos básicos de la forma concertante del período romántico. Como detalle final se hace preciso mencionar que un elemento fundamental en la concepción y realización de esta partitura está en el empleo del arpa, que funciona casi como un segundo solista. Con esta propuesta instrumental, Bruch le recuerda al oyente que en diversas regiones de las islas británicas, especialmente en Escocia y en Irlanda, el violín y el arpa son parte medular de los conjuntos que tocan música tradicional. Para más señas, sólo hay un país en el mundo que tiene un instrumento musical como escudo nacional: el país es Irlanda y el instrumento es el arpa.
Fuente: Notas al programa Orquesta Sinfónica de Minería, Programa 4
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