G. F. Handel: comienza el mito de un genio

Por Francesco Milella El año 1685 es definitivamente uno de los más importantes y significativos de la historia de la música; podríamos incluso decir, sin […]

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Por Francesco Milella Última Modificación octubre 14, 2017

Por Francesco Milella

El año 1685 es definitivamente uno de los más importantes y significativos de la historia de la música; podríamos incluso decir, sin exceso de retórica, que sin los hechos que ocurrieron en ese año, la música habría recorrido seguramente otros caminos, muy diferentes a los que conocemos.

¿De qué hechos estamos hablando?

El 31 de marzo en Eisenach nace el último de los seis hijos de Johann Ambrosius Bach: Johann Sebastian, genio de los genios. No es necesario añadir más elementos. Pocos meses después, el 26 de octubre, en Nápoles nace otro gran compositor, maestro inigualable del clavecín y uno de los padres de todo el pianismo neoclásico: Domenico Scarlatti. Pero el que inaugura simbólicamente esta serie de afortunados y prestigiosos nacimientos no podía ser que Handel el 23 de febrero en Halle, una pequeña ciudad sajona de la provincia alemana.

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Siguiendo el más clásico de los estereotipos, su padre Georg, barbero y cirujano, junto a su madre Dorothea Taust, habían imaginado desde un principio para su hijo una carrera en el mundo del derecho y de la ley, y por ello se opusieron a cualquier interés musical por parte de Georg Friderich.

Pero, como suele pasar en la vida de los genios, un pequeño acontecimiento cambió la historia: durante una vistia en la corte ducal de Sajonia-Weissenfels, Georg Friderich se sentó ante el órgano de la iglesia improvisando algunas composiciones.

En ese mismo instante (vaya casualidad…) caminaba por la iglesia el duque, quien, habíendolo escuchado y admirado con inmenso placer, logró convencer al severo padre de las cualidades musicales del hijo. Y así, finalmente con el permismo del padre, a partir de 1692, Handel fue guiado en su primer acercamiento oficial al mundo de la música por el organista Friderich Wilhelm Zichau, quien se encargó de darle una educación completa, sólida y amplia: cuando, en 1703 Handel partió de Halle para trasladarse a Hamburgo, ya poseía todos los instrumentos musicales e intelectuales para iniciar una prosperosa carrera musical.

En Hamburgo, gracias al apoyo de su amigo Johann Mattheson, en 1704 Handel recibe el primer encargo de su vida: componer una ópera para el Theater am Gänsemarkt de Hamburgo. Pocos meses después, el 8 de enero, el joven Handel presenta su Almira con un curioso libreto entre italiano y alemán. El éxito es enorme, llegando incluso a despertar los celos y la ira del gran Reinahrd Keiser, compositor principal de la ciudad.

Menos afortunada fue la ópera siguiente, Nero, presentada en 1706, cuyo fracaso despierta finalmente en Handel la necesidad de seguir el camino de muchos artistas e intelectuales alemanes, y así comenzó su grand tour por Italia para perfeccionar su lenguaje musical y buscar un éxito que Alemania parecía haberle negado.

Handel acepta la invitación de Gian Gastone de’ Medici, hijo del granduqe de Toscana: a los 22 años de edad, deja Hamburgo rumbo a Florencia adonde llegará en 1707 presentando su primera ópera, Rodrigo.

Italia era el lugar que Handel estaba buscando: era la patria del bel canto, la cuna de la ópera. Cada teatro era un tesoro de obras musicales. La vida musical era intensa y viva. Para el joven Handel, Italia debió parecer un verdadero paraíso en comparación con las rígidas leyes culturales del mundo alemán. Su mirada siguió dos caminos diferentes: el instrumental y el operístico.

Guía fundamental en el primer camino fue Arcangelo Corelli, a quien Handel tuvo el privilegio de conocer en Roma durante el servicio para el marqués Ruspoli. Más allá de los celos y antipatías que inevitablemente surgieron entre los dos genios, Handel aprendió de Corelli el arte fino de la melodía y de la sencillez musical. Con Corelli, Handel se transforma en un compositor totalmente italiano, fino, delicado y amable, cualidades que nunca lo abandonarán y que estructurarán – como veremos más adelante –  todas sus composiciones instrumentales.

Aún más fértil fue su relación con la ópera italiana. En Roma, a través de la Academia de la Arcadia, institución cultural que reunía las más grandes mentes de la época, Handel tuvo el privilegio de entrar en contacto con compositores como Alessandro Scarlatti y libretistas como Silvio Stampiglia (el mismo de aquella Partenope que pocos años después se presentaría en la Ciudad de México), quienes pronto serían su referencia en la composición de sus primeras óperas italianas.

Gracias a ellos y al clima musical italiano, en tan solo tres años Handel se transformará en uno de los compositores más aplaudidos en toda Italia. Su lenguaje finalmente logrará encontrar esa perfección musical que tanto deseaba en Hamburgo. El viaje de Handel a Italia cambiará su vida y, en cierto sentido, la misma historia de la ópera.

 

“Proverai di che fiere saette” de Almira

 

“Geloso tormento” de Almira

Francesco Milella
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