por Ricardo Rondón
Para conmemorar el Año Verdiano la Orquesta Filarmónica de la UNAM eligió hacer un tributo con obras poco conocidas del genio de Busseto en donde brilló el talento del director huésped Enrique Patrón de Rueda y la presencia intensa de la soprano lírico spinto Elizabeth Blancke-Biggs. La amplia experiencia operística de Patrón de Rueda y un amor especial que proyecta sobre el género garantizó una entrega magnifica de la Orquesta, en su mejor forma y respuesta a los ritmos, colorido, tiempos justos y matices que emanaban de la batuta del director huésped. Pocos son los directores (especialmente en México) que saben trabajar con la voz humana, sin echarles la orquesta encima o forzarlos a un volumen que no siempre es natural. Patrón es uno de ellos y fue más que un acierto contar con su presencia en este evento. La entrega del público fue emocionante y recibió una ovación muy merecida. Ojalá y se cuente más con su presencia en el podio para futuros conciertos. Abrió con la Obertura de Nabucco, uno de los primeros triunfos de Verdi y logró manejar los momentos bombásticos con buen gusto e inteligencia. Salió la soprano invitada y de inmediato puso de manifiesto un estilo de entrega absoluta, compromiso musical y artístico y una admirable actitud para tomar riesgos. Sin ser una voz convencionalmente bella, es una cantante dramática que emociona y proyecta felizmente. Abigaille es uno de los roles más difíciles que escribió Verdi y le costó la salud vocal a su segunda esposa, Giuseppina Strepponi. No obstante, es una obra en donde la soprano tiene que nadar o ahogarse y Elizabeth Blancke- Biggs proyectó todos los colores de la escena Ben io t’invenni cuya cabaletta es intensa y lleva a la solista a los máximos extremos. Fue la primera ovación de la noche para la distinguida solista. La Sinfonía de la ópera Aïda fue un intento del compositor para abrir esta ópera que después reemplazó y justamente por la que todos conocemos. Es una ensalada de melodías de la ópera pero no dice nada. Pasamos a Il Trovatore y vuelve Elizabeth, ahora como Leonora lamentando la próxima ejecución de su amado Manrico. D’amor sull’ali rosee con un legato bien manejado y filados finos e intensos; cultivó la línea verdiana indispensable en esta música mostrando que, además de su arrojo, es versátil. La Obertura de Las Vísperas Sicilianas es una exposición de temas de esta gran opera y sobresale la música del dueto entre Arrigo y su padre, que anuncian los chelos en una rica sonoridad. Tu che le vanita de Don Carlo es la gran escena de Elisabetta en esta genial creación. Con reserva de voz, fino legato y una respiración impresionante, cultivó todo el dilema de una reina que contrae matrimonio con el rey Felipe II, amando a su hijo, Don Carlos. El Ballet de Macbeth normalmente se corta en las representaciones y con justa razón. Aunque bien tocada, no es un Verdi de primer nivel. Elizabeth cantó la salida de Lady Macbeth en Vieni t’affretta en donde describe su enferma ambición e instintos perversos. La soprano es una excelente actriz y, al igual que las otras intervenciones, hizo vibrar a cada uno de sus personajes colocándose en el alma de cada una. En los “encores” cantó como número final la escena del sonambulismo de Macbeth en donde trata de limpiar las manchas de sangre que han dejado sus víctimas en una trayectoria trágica. El filado del final es algo al que le huyen las intérpretes pero ella los cantó como están escritos y dejando una huella magnífica. El Bolero de Las Vísperas Sicilianas está repleto de ritmo y coloratura y aunque la sentimos un tanto fatigada, comunicó el arrojo de la escena. Aunado a todo esto, Elizabeth tiene una presencia escénica y autoridad dramática envidiables y conquistó al público que llenó la Sala Neza. Su trabajo tuvo todo el apoyo del director huésped y una noche feliz para la orquesta. ¡Un bravo para todos!
Ricardo Rondón
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