Año 1000: de lo sagrado a lo profano

Por Francesco Milella Con el inicio de la polifonía se abre una nueva etapa en la historia de la música medieval. La liturgia cristiana, hasta […]

Por Francesco Milella Última Modificación marzo 18, 2019

Por Francesco Milella

Con el inicio de la polifonía se abre una nueva etapa en la historia de la música medieval. La liturgia cristiana, hasta ese momento rígidamente encerrada en las reglas establecidas por la Iglesia de Roma, se abría a nuevas contaminaciones culturales aceptando formas y lenguajes nunca antes imaginados. Pero esta apertura de la fe cristiana, realmente innovadora para esos años, no es más que una pequeña y limitada faceta de un cambio mucho más grande y global que Europa había comenzado a vivir con el inicio del nuevo milenio.

El año 1000, históricamente, marca el fin de la Alta Edad Media, época que tradicionalmente identificamos como la más obscura, cerrada y menos innovadora. Es la Edad de los castillos y de los campos, centro de una economía rural y primitiva. Es la Edad de los monasterios, corazón de un saber rígido y total, obsesivamente controlado por la Iglesia. Con el fin del primer milenio, razones económicas y, por consiguiente, sociales y culturales, empujan a la población europea a regresar a las ciudades que habían abandonado durante las invasiones de los bárbaros. Una mejor calidad de vida, una mayor conciencia del mundo y de sus mecanismos estaban dando más seguridad y estabilidad a una sociedad que por siglos había vivido encerrada entre muros, torres y capillas. Europa volvía a tomar conciencia de sí misma, las ciudades volvían a cobrar vida llenándose de gente nueva, deseosa de comenzar una nueva aventura: mercaderes, empresarios, hombres de cultura procedentes de diversas partes del continente iniciaron a establecerse en Milán, Florencia, París, Viena y Londres. Nacía la ciudad moderna con sus diálogos, sus intercambios y sus comercios.

Las artes, obviamente, resintieron inmediatamente de dicho cambio. La literatura, la pintura y la arquitectura, hasta ese entonces totalmente entregadas a la Gloria de Dios, movieron su perspectiva para mirar al hombre y sus necesidades cotidianas. Dios seguía siendo el centro de todo, pero ahora podía finalmente ser representado y filtrado a través de una nueva sensibilidad social. Desde la hierática bidimensionalidad de la Alta Edad Media, la pintura fue lentamente aceptando la representación del hombre y de su espiritualidad añadiendo, a lo alto y a lo ancho, la profundidad. De la misma manera, la literatura se fue abriendo a nuevos lenguajes e idiomas más allá del latín para poder ser entendida y leída por todos los ciudadanos.

Como todas las artes, también la música entró en un momento de radical transformación. Para la comunidad urbana el canto gregoriano era demasiado complejo y espiritual, ya no daba voz a sus necesidades espirituales. La diversidad cultural y social de sus miembros requería formas musicales más agradables, que fueran capaces de cautivar la atención y mover la fe de forma más directa (diríamos hoy, menos “aburrida”). Más allá de la polifonía, de hecho nacida en contextos religiosos, la ciudad, con su heterogeneidad cultural, no podía limitarse a importar la polifonía de los monasterios. Tenía que ir más allá. Y así fue.  

El contacto entre la cultura cristiana y la urbana dio vida a una interesantísima serie de formas musicales y teatrales. Al primer grupo pertenecían las laudae, cantos monódicos que contaban temas y eventos de la literatura religiosa. Su estructura musical era elemental y sencilla ya que eran cantadas por las compañías religiosas, a menudo pobres y sin recursos, que viajaban por Europa difundiendo la palabra de Dios. El segundo grupo era, al contrario, más estructurado y complejo. Incluía dos categorías diferentes de géneros teatrales: los oficios rítmicos, textos performativos sobre uno de los episodios de la vida del Cristo, y los dramas litúrgicos, verdaderas representaciones teatrales (en las Iglesias) de capítulos de la Biblia. Ambas formas, testigos de una dramaturgia inmediata y esencial, tenían el mismo objetivo de las grandes esculturas que decoraban las catedrales de las ciudades medievales: educar a la gente y dar a todos, incluso a los analfabetas (que representaban la mayoría), la posibilidad de conocer la vida y la enseñanza de Cristo.

En fin, con el año 1000, momento simbólico que marca el nacimiento de una nueva Europa, la música toma una nueva ruta: del monasterio al palacio civil, del campo a la ciudad, de los monjes a los mercaderes. La música se abre a nuevas técnicas, instrumentos, lenguajes y espacios, muchos de los cuales, en breve tiempo, participarán al nacimiento de la música profana.

 

Rex in aeternum vive (Drama litúrgico del siglo XII)

Lauda Novella

Francesco Milella
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