Boccherini: buscando nuevos caminos

Chelista elegante y sensible, compositor brillante y original: Boccherini vivió y trabajó en España, aparentemente aislado del mundo, con una curiosidad y un genio poco comunes.

Por Francesco Milella Última Modificación enero 3, 2020

por Francesco Milella

Chelista elegante y sensible, compositor brillante y original: Boccherini vivió y trabajó en España, aparentemente aislado del mundo, con una curiosidad y un genio poco comunes. 

Durante la segunda mitad del siglo XVIII (1750-1800) los compositores italianos y extranjeros -todos de escuela italiana- jugaron un papel fundamental en la difusión y definición musical del clasicismo: cada uno de ellos elaboró las herencias barrocas para simplificar y eliminar las extravagancias superfluas del pasado y así buscar una mayor claridad formal. La mayor parte de ellos eligió el escenario del teatro como terreno de experimentación y trabajo: la ópera, dada su popularidad trasversal, era el género musical que prometía mayores éxitos y ganancias con mayor rapidez. 

Obviamente la música instrumental, no se quedó pasiva y en silencio ante los triunfos mundiales del bel canto, por el contrario, como vimos con Giovanni Battista Sammartini, la música instrumental italiana logró superar lentamente el denso y enredado terreno del barroco para definir su propia identidad clásica. Stamitz, los hijos de Bach y toda la nueva escuela instrumental del norte de Europa, Haydn y Mozart, no facilitaron las cosas: sus triunfos consolidaron la división que el siglo XIX volvería definitiva entre Italia/ópera y Alemania/sinfonía. Sin embargo, antes de transformarse en una nación (casi) totalmente operística con Rossini, Donizetti y Bellini, Italia tuvo sus últimas glorias en el repertorio instrumental: la más notable de ellas fue, sin lugar a duda, la del compositor y violonchelista toscano Luigi Boccherini (1743-1805).  

A pesar de haber vivido casi toda su vida en España (desde 1768 hasta su muerte), Boccherini fue, como muchos de sus compatriotas, un compositor internacional: desde la corte de Madrid, su nombre y su obra lograron siempre mantener una relación, directa o indirecta con el resto de Europa, incluyendo entre nobles italianos deseosos de poseer sus obras como el mismo Federico II, rey de Prusia (Alemania), uno de los monarcas más musicales de la historia occidental. Sin embargo, a partir de la década de 1780, Boccherini fue ocupando una posición cada vez más marginal frente a los triunfos de sus colegas Haydn, Paisiello o Cimarosa: los últimos años de vida, sobre todo a partir de 1797 con la muerte de Federico II, fueron para Boccherini un momento de silencio y olvido. Europa parecía haberse olvidado de su música. O, por el contrario, ¿acaso fue Boccherini quien se había olvidado de Europa? La respuesta a estas preguntas es clave para conocer más de cerca el legado extraordinario de Boccherini y la fortuna que tuvo en vida y en las décadas siguientes.

¿Qué pasó realmente? ¿Cuáles fueron las causas reales de este aislamiento? Vivir en la España ilustrada del siglo XVIII no era la mejor solución para quien, como Boccherini, buscaba éxito y fama a nivel internacional. En esos años, después de la gloria barroca, la península ibérica fue apareciendo ante la mirada de las otras naciones europeas cada vez más débil políticamente y marginal a nivel cultural. Obviamente, la pérdida de las colonias americanas complicaría aún más las cosas. Si Farinelli, durante sus años madrileños, pudo contar con el apoyo ilustrado y sabio de Elisabetta Farnese, esposa del Rey Felipe V, Carlos III y Carlos IV no lograron dar a Boccherini el espacio y los instrumentos que el compositor italiano requería para poder desarrollar su talento y sensibilidad musical (como había pasado con Haydn y el príncipe Estherazy, por ejemplo). 

Sin embargo, la música de Boccherini también  tuvo su “responsabilidad” en agravar este aislamiento cultural y geográfico. A partir de la década de 1780, cuando la revolución sinfónica de Haydn comenzó a difundirse por toda Europa y a cambiar por completo el rostro de la música instrumental, Boccherini siguió considerando la música instrumental a su manera, como lo demuestran una serie innumerable de fascinantes obras instrumentales (sonatas, cuartetos, quintetos y sinfonías); la música de Boccherini no logra (o no busca) absorber las novedades estructurales de esa época, sobre todo en lo que se refiere a la forma-sonata. Para Boccherini la música es un discurso libre, una experimentación jocosa, brillante y fantástica: acepta ciertas ideas (la Sinfonía “La Casa del Diavolo” comienza con un Adagio a la manera de Haydn), pero parece rechazar la rígida formalidad de la escuela vienesa. 

Colocar y entender históricamente la figura de Boccherini no es tarea fácil. Ni pretendemos dar respuestas definitivas con este breve texto. Podemos pensar que Madrid y España en general fueron las culpables del aislamiento cultural de Boccherini (¿qué habría pasado si Boccherini hubiera vivido en Viena o Londres? Preguntas superfluas que inevitablemente surgen). Pero también podemos ver en Boccherini un compositor que no supo alejarse de una realidad económicamente estable, pero culturalmente poco fértil. La solución no es acusar, sino entender: Boccherini era suficientemente inteligente, curioso y sensible para acercarse a otras formas (y España suficientemente abierta para recibirlas) sin abandonar una realidad estable y familiar que significaba vivir en la corte de Madrid. Boccherini no adoptó ciertas novedades porque, probablemente, no quería. Sus maravillosos cuartetos y sus quintetos nos revelan a un compositor extraordinariamente sólido, libre, autónomo, consciente de lo que estaba sucediendo en el mundo, pero también consciente de lo que él buscaba. El quinteto n. 4 en Re mayor (1788), conocido como “Fandango”, para dos violines, viola y dos chelos (Schubert volverá a usar los mismos instrumentos para su Quinteto en Do mayor, paradigma de la música de cámara del siglo XIX), nos puede ofrecer muchas respuestas. Quizás, en vez de colocarlo en un clasicismo lento, atrasado y poco receptivo, deberíamos colocar a Boccherini en un clasicismo que se supera a sí mismo para experimentar, explorar y abrir nuevos caminos. 

Francesco Milella
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