Buscando un nuevo centro: la revolución del Barroco

por Francesco Milella Algunos dicen que todo comenzó en 1492 con el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón. Para otros inició en 1450 […]

Por Francesco Milella Última Modificación enero 2, 2019

por Francesco Milella

Algunos dicen que todo comenzó en 1492 con el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón. Para otros inició en 1450 con la Paz de Lodi (Italia), evento hoy olvidado que marcó el inicio de una larga fase de prosperidad económica y cultural en la península italiana y, por reflejo, en los otros países europeos. Para otros más fue el Saqueo de Roma en 1527, cuyas consecuencias a nivel cultural y espiritual marcaron una crisis sin precedentes. Otros afirman que el responsable de todo fue Martin Lutero y su revolución religiosa. Otros, al contrario, dicen que la primera responsable fue esa extraordinaria generación de científicos y filósofos (Giordano Bruno, Galileo Galilei y Nicolás Copérnico, entre otros…) que, en tan solo un siglo, cuestionaron todas las creencias universales en las que el mundo occidental se había sustentado hasta ese momento.

Cualquiera que sea la respuesta (lo más probable es que haya sido el conjunto de todos estos elementos), a partir del siglo XV, el continente europeo fue viviendo un momento de extraordinaria transformación que muy pronto acabaría revolucionando todos y cada uno de los aspectos de la vida cotidiana de todo el Occidente. Aunque gradual, dicha transformación no dejó de ser dolorosa y drástica para sus protagonistas y antagonistas quienes, en pocos años, vieron desmoronarse todas sus certezas: creían que el centro del universo era la Tierra, que Europa era el centro del mundo y Roma el centro de Europa. Una por una, estas creencias fueron desmoronándose,  dejando al Hombre, entre los siglos XVI y XVII, en una condición de fragilidad e incertidumbre.

Frente a tanto cambio, la música reaccionó de forma extraordinaria. Durante todo el Renacimiento, nuevos lenguajes y nuevas formas fueron surgiendo sobre un terreno que el Hombre creía estable y seguro, tan estable y seguro, que podía soportar incluso las arquitecturas polifónicas más complejas sin que nada se derrumbara. Entre los siglos XVI y XVII, ese terreno comenzó a aparecer menos seguro: el mundo que creía conocer ya no existía. Ahora, el Hombre necesitaba puntos firmes y estables. Necesitaba volverse a ubicar en un mundo nuevo, más grande y más complejo.

Viajando por el Renacimiento español y veneciano, vimos cómo la música polifónica, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, fue buscando un lenguaje más claro y sencillo. En la península ibérica esta transformación nació de una exigencia puramente espiritual: simplificar la música para facilitar la participación del creyente mientras que en Venecia surgió de una necesidad práctica: las iglesias ofrecían espacios demasiado grandes para que los refinados juegos polifónicos pudieran vibrar con la necesaria claridad. Al mismo tiempo, la tradición popular, con sus danzas y canciones, fue lentamente entrando en el mundo “culto” como elemento extravagante y exótico ofreciendo una música menos compleja y elaborada totalmente basada en una sola frase musical. Ejemplo singular es la danza Schiarazula marazula, surgida a mediados del siglo XVI en el norte de Italia e impresa en Venecia en 1578.

La melodía fue la reacción más fuerte a esta radical transformación del Occidente. Las elaboradas estructuras polifónicas de Palestrina, Orlande de Lassus y Cristóbal de Morales, a partir del siglo XVI, fueron paulatinamente substituidas por nuevos lenguajes musicales cuyo motor ya no era la relación rítmica y armónica entre las diferentes (y, cabe recordar, autónomas) voces, sino el desarrollo de una sola línea musical alrededor de la cual surgían  las demás. El mundo musical renacentista dominado por una pluralidad de voces, cada una con su papel y su significado, es reemplazado ahora por una estética musical individual y estrictamente jerárquica: desde el siglo XVII, una voz domina toda la composición acompañada por el basso continuo, una pulsación rítmica y armónica que la apoya sin nunca superarla. Con la melodía y todos sus anexos musicales, Europa parece volver a encontrar esa estabilidad que había perdido frente a un mundo sin centros ni referencias: en la melodía no hay riesgo de perderse, en la melodía domina la centralidad, esa centralidad que parecía haber desaparecido de forma tan drástica.

Inicia así un momento de extraordinaria y compleja transición en el que Italia ocupa inmediatamente una posición central con compositores como Claudio Monteverdi (1567-1643), Emilio de’ Cavalieri (1550-1602), Giulio Caccini (1550-1618), Jacopo Peri (1561-1633), Marco Uccellini (1603-1680), Giovanni Legrenzi (1626-1690), entre otros (fundamental fue, por ejemplo, la actividad en Baja Sajonia del alemán Michael Praetorius, 1571-1621); fueron dando mayor dignidad a la melodía, reforzando su centralidad (prestando mayor atención a la pura belleza de las frases) y fortaleciendo los elementos de apoyo rítmico y armónico (el basso continuo). De la polifonía a la melodía: detrás de un cambio tan pequeño y aparentemente insignificante se esconde una de las revoluciones culturales más importantes de nuestra época. El Hombre supera sus miedos y sus incertidumbres, logra orientarse en un nuevo mundo: el Renacimiento; con sus miradas polifónicas, se transforma en historia y deja su lugar al mundo barroco.

 

Emilio de’ Cavalieri: La Rappresentatione di Anima et di Corpo

 

Michael Praetorius: Danzas de “La Terpsichore”

 

Marco Uccellini: “La Bergamasca”

 

Giovanni Legrenzi: Sonata “La Cornara”

Francesco Milella
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