En 1909 Schönberg compone Erwartung (La Espera), una breve ópera-monólogo capaz de representar en el escenario lo que Freud había revelado pocos años antes con su psicoanálisis.
‘Qué duro tu beso de despedida… Otro interminable día de espera… Pero tú no despertarás de nuevo… Miles de personas mueren… No te puedo identificar… Todos están vivos con sus ojos en llamas… ¿Dónde estás?… Está tan oscuro… Tu beso, como un faro en mi oscuridad… Mis labios arden y brillan… hacia ti… ¡Oh, estás aquí!… Te estoy mirando…
Buscando el amor, encontrando la muerte
Cuatro años después de Salomé de Richard Strauss, otro soprano sale del escenario besando el cadáver de su hombre. Sin embargo, ya no hay cabezas cortadas, ni gritos horrorizados, no hay reyes que observan el escándalo de la sexualidad perversa de una princesa bíblica o guardias que arrastran a la protagonista fuera del escenario interrumpiendo abruptamente la catarsis traumática del público. De 1905 a 1909 todo parece haber cambiado: ahora una mujer anónima, sin nombre ni edad, se arrastra sola, lentamente, por una noche oscura buscando a su amado en un bosque tan inquietante como sus gritos, entre los fantasmas y las alucinaciones de su mente. Aparece un árbol: no es él. Una banca: no puede ser él. Pero lo es: un cadáver acostado. Surgen gritos y lamentos que se pierden en la indiferencia de los árboles ante el lento amanecer del día. La mañana llega y, con ella, la necesidad de un adiós: un beso final, un faro en la oscuridad, y la ausencia se vuelve presencia, la muerte es vida. La mujer se aleja, en la tranquilidad inquieta de su ilusión mientras que escalas cromáticas en movimiento contrario alcanzan sus extremos: una se disuelve en lo etéreo más metafísico, la otra se hunde en los espacios más profundos de los infiernos.
Para Paul Bekker, crítico musical de principios del siglo XX, Erwartung (La Espera) de Arnold Schönberg (1874-1951), es ‘el resumen más condensado de lo que fue capaz de producir el período posterior a Wagner: casi un ensayo crítico escrito no con palabras sino con sonidos y cuya fuerza de la intuición y penetración crítica no admiten ninguna explicación racional’. Adorno completaría el comentario definiendo el monólogo ‘un registro sismográfico de “choques” traumáticos que automáticamente se convierte en la ley formal y técnica de la música’. No nos atrevemos a contradecir la lucidez de plumas tan expertas, pero si a explorar sus palabras y entender cómo una ópera tan breve (solo treinta minutos) y esencial (un personaje, cuatro escenas) se transformó en una de las representaciones más complejas y completas del naciente siglo XX.
Destruir, construir.
Todo sucede en la década entre 1905 y 1914, año que marca el inicio de la Primera Guerra Mundial, en esas regiones centrales, entre Alemania, Italia y Rusia, donde la inexorable decadencia del imperio austriaco despierta en las élites culturales nuevas inquietudes e inquietantes novedades. En 1912 Filippo Tommaso Marinetti firma el Manifesto Tecnico della Letteratura Futurista con el que nace la idea de las palabras en libertad, libres de todos esos vínculos de la retórica del siglo XX. En el mismo año Francesco Balilla Pratella pública Distruzione della quadratura (Destrucción de la cuadratura) para imaginar un nuevo orden musical de los sonidos contra toda regla armónica y melódica. Yendo hacia el norte, en la Rusia de Vasilij Vasil’evič Kandinskij, se publica el tratado Lo espiritual en el arte en donde el pintor ruso teoriza el nacimiento de un arte expresión directa de la dimensión interior del ser humano: esa dimensión que Edvard Munch acababa de captar en 1910 con su célebre Grito. ¿Y Schönberg? En 1911, en el medio de una trayectoria antes wagneriana, luego straussiana y ahora en busca de nuevos mares, publica su Tratado de armonía con un mensaje que parece unir tanto la necesidad de fractura futurista como la pulsión de una nueva espiritualidad interior de la pintura del norte. Según Schönberg la música cantada tenía que ser interpretada no en relación al sentido literal del texto sino en su íntima esencia expresiva tal como fue captada por el compositor, ‘en el impulso de la sonoridad inicial de las primeras palabras’.
Gritos primordiales
En el escenario operístico esta nueva cosmovisión musical se transforma en un Ur-Schrei, literalmente grito primordial, expresión absoluta y cruda de un alma abrumada por los monstruos que la habitan, que la sacuden y la aplastan. La referencia a Munch y a su Grito es descontada pero necesaria: el grito primordial nace, como dice el mismo Schönberg, ‘de las primeras palabras’, en este caso las del homónimo poema de Marie Pappenheim, finísima intelectual socialista y escritora, muy cercana al mundo psicoanalítico de Sigmund Freud. El texto de Erwartung se apoya en el pensamiento Freudiano para representar en la escena el trauma de la histeria, el inconsciente que se revela sin filtros, quitando la máscara a una humanidad que se creía sólida y compacta y que, al contrario, aparece destrozada en mil pedazos de un rompecabezas sin solución.
Flujos de conciencia
La música nace de esas palabras y en ellas escarba en busca de su esencia más profunda. Esos miles de pedazos dan vida a una música fragmentada, la Klangfarbenmelodie: timbres, ritmos y melodías surgen como un espasmo en un clima de espera tensa y constante. Gestos inconsultos y salpicaduras surgen todas del mismo material expresivo que se regenera simultáneamente en las obsesiones de la protagonista. Todo fluye inexorablemente, entre los ruidos y suspiros de una poderosa orquesta, envolviendo al público en una experiencia dramática que, lejos de los traumas escandalosos de Salomé, termina con una alienación totalizante.
Coherentemente con su título, Erwartung de Schönberg tendrá que esperar quince años, hasta 1924, para poder ser representada por primera vez en el Deutsches Landestheater de Praga: quizás tarde para revivir las referencias de su texto y su música en su contexto de principios del siglo, pero poderosa y puntual en la capacidad de anticipar la alienación aún más traumática que viviría, poco tiempo después, el mundo entero al entrar en el bosque oscuro de la Segunda Guerra Mundial.
Por Francesco Milella para Música en México
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