La sinfonía de Sammartini

Por Francesco Milella La transición musical del barroco al clasicismo no fue solamente un proceso de transformación de formas preexistentes como fue con la ópera […]

Por Francesco Milella Última Modificación septiembre 2, 2019

Por Francesco Milella

La transición musical del barroco al clasicismo no fue solamente un proceso de transformación de formas preexistentes como fue con la ópera o la sonata, sino también de creación de nuevos modelos. La fuerza revolucionaria de la cultura ilustrada, racional y equilibrada, desde muy pronto comenzó a generar sus propias estructuras sin tener que basarse en la herencia de la tradición barroca: espacios vírgenes donde las nuevas tendencias de la cultura europea lograrían expresarse con aún mayor libertad y superar los legados del pasado de forma más contundente. 

La sinfonía fue, sin lugar a duda, la gran novedad de esta revolución cultural. Fue el género musical probablemente más representativo del clasicismo, capaz de expresar las distintas exigencias y responder a las inquietudes de su siglo. Como todo fenómeno cultural, el nacimiento de la sinfonía no fue casual ni impredecible: no surgió de la nada. Al contrario, fue el resultado de un proceso de síntesis y elaboración de modelos barrocos filtrados a través de la nuevas estéticas galantes y clasicistas a lo largo de todo el continente europeo.  

La palabra symphonia (del griego συμφωνία, sonido acorde) comenzó a ser utilizada en la Edad Media para indicar los coros que cantaban en octavas, en consonancia, para distinguirlos de las diaphoniae que, al contrario, indicaban disonancia. Durante el renacimiento la misma palabra adquiere significados distintos en Italia, Alemania y Francia, aunque todos caracterizados por la idea de grupo, de diversidad (muchos instrumentos y voces) y homogeneidad (misma composición). Con el inicio del barroco la sinfonía se transforma, sobre todo en contextos italianos y operísticos, en lo que hoy podríamos identificar como obertura, el momento instrumental que precede el inicio de la ópera misma. Se trataba de composiciones breves estructuradas como conciertos, es decir divididas en tres partes allegro-adagio-allegro, aunque tocadas por toda la orquesta sin ningún elemento solista. 

Así es como la sinfonía entra en la Europa ilustrada iniciando una fase de transformación formal y lingüística antes de definir su identidad con Haydn y Mozart. Protagonista de esta etapa, tristemente poco conocida, es el compositor milanés Giovanni Battista Sammartini (1700-1775), quien creció en un contexto musical profundamente operístico (Gluck fue uno de sus maestros, durante los años de su estancia italiana) y vocal en general (el repertorio sacro ocupa una posición central en la producción sammartiniana). A partir de los años 30 del siglo XVIII el compositor italiano se acercó de forma más productiva al mundo instrumental y se dedicó a la música de cámara y, sobre todo, al nuevo género de la sinfonía. 

De todas las ciudades italianas, Milán era en esos años una de las más internacionales, dada su cercanía geográfica al mundo francés y al alemán, y también a los puertos de Génova y Venecia. Su vida musical nunca tuvo la vitalidad de Roma, Venecia o Nápoles, pero sí logró abrir sus intereses y gustos a nuevos estilos procedentes de distintas partes del norte de Europa. Sammartini creció en este entorno multicultural, absorbiendo distintos impulsos musicales: de Francia siguió el gusto orquestal (su padre era francés), amplio y refinado; de Alemania un uso más elaborado de la orquesta y de la armonía y, desde luego, de Italia (sobre todo Venecia) un gusto impecable por la melodía. Todos estos elementos llevaron a Sammartini a explorar nuevos territorios a partir de la sinfonía barroca operística.

Sammartini mantuvo la forma de la sinfonía vivaldiana en tres partes ampliando su orgánico orquestal y su potencial expresivo. En primer lugar, amplía la orquesta no solamente en términos de número, sino también de diversidad instrumental añadiendo, por ejemplo, nuevos instrumentos de alientos. Esto le permite transformar la sinfonía en un terreno de experimentación y elaboración más amplio, abandonando la idea de composición de una introducción o transición como era durante la ópera veneciana. Los tres movimientos desarrollan sus propios motivos con una estructura temática más compleja y elaborada, y un tejido melódico más claro y lineal, lejos de las retóricas barrocas (es interesante observar el paulatino desaparecer del bajo continuo). Sus setenta sinfonías, composiciones realmente extraordinarias, aunque tristemente olvidadas por una historia poco sensible al cambio, marcaron una etapa fundamental en la transición del barroco al clasicismo. Con Sammartini esta forma adquiere su estatus de autonomía y autosuficiencia como forma independiente y sólida que representa un modelo fundamental en el desarrollo sinfónico de todo el continente europeo (y no solo).

Sinfonía el sol mayor

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Análisis de la partitura

Sinfonía en fa mayor 

Sinfonía en la mayor

Francesco Milella
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